Uno de tantos...
Hoy buscaba un libro por la
ciudad, pero sólo encontraba bares. Dada su abundancia, he pensado que quizá en
alguno de ellos pudieran tener, junto a los tabacos o las cervezas, el ejemplar
que buscaba. El camarero me ha mirado malhumorado, así que no he insistido. Supongo
que no le gustaba la literatura de viajes. Supongo que si hubiera tantas librerías
como bares Rajoy no gobernaría y seguro que un librero amable sí nos pondría un
vino o un gin tonic.
«La apicultura intensiva hace
los oportunos ciclos de recolección en la montaña y, cuando llega el momento de
descanso del enjambre, lo trasladan hasta la playa para que siga trabajando y
haga nuevos ciclos de producción. Por otra parte, retiran hasta la última gota
de miel para la venta. Esta miel, que es el alimento del enjambre para pasar el
invierno, es sustituido por jarabes y preparados azucarados industriales. Pienso
para abejas, en definitiva.»
Hace unos días un hombre me
recogió en la carretera y me habló sobre la política internacional y sobre las
abejas. Aproveché para comer el bocadillo de tortilla que me habían regalado y
escucharle atentamente. Afirmaba que estamos haciendo con las abejas lo mismo
que hacemos con nuestra sociedad (o quizá al revés): buscar el máximo
rendimiento a toda costa y olvidarnos de aspectos esenciales. De ser trabajadoras
y colaboradoras estrechas de nuestra especie, cambiamos la relación hasta
hacerlas esclavas firmemente explotadas. Se reía de las enfermedades y
penalidades que afectan a las abejas en los últimos años. ¿Qué esperamos cuando
las maltratamos de tal modo? Mi amigo pasiego decidió hace tiempo apartarse de
la locura y vivir en un pequeño pliegue de la realidad.
Le escuchaba hablar sobre sus
abejas, sobre la apicultura industrial, sobre la economía nacional, y no dejaba
de estremecerme al observarme como esa pobre abeja que dobla turno de trabajo y
recibe en recompensa un sucedáneo azucarado que elevará su rendimiento. De
hecho, el avispón tropical ya nos está comiendo.
Parece sencillo entender que
hay que respetar los ciclos y los ritmos naturales, que lo contrario lleva a
situaciones difíciles, sin solución favorable en muchos casos ¡Los niños de
primero de primaria lo entienden! Pero la realidad parece demostrar que no es
tan sencillo, y quien necesite una prueba sólo tiene que echar un vistazo a las
abejas, a las vacas, a la agricultura, al telediario o a su ciudad.
Si recorren algún trozo de
España en su variante rural, observarán que buena parte de las escuelas exhiben
carteles pidiendo un poco de clemencia, ayuda, o simplemente decencia. La
ecuación es bien sencilla: la escuela rural exige más recursos por niño que la
escuela urbana, englobando además una porción de votantes no muy grande. Añadamos
que la educación y la cultura no están entre las prioridades de los que
gobiernan el país. La escuela es el alma de los pueblos pequeños, por lo que el
golpe es tremendo.
Después de despedirme del
apicultor, en un momento de la travesía en que caminar hacia adelante dejó de
ser posible, probé a caminar un tiempo hacia atrás. Tras unos pasos, consideré
que quizá caminando de este modo a los humanos nos iría mejor. Algo tendremos que hacer.