En la clase de alternativa a la religión el maestro y sus alumnos siguen apartados en un rincón oscuro de la escuela mientras la mayoría de niños reciben en el aula su dosis de dogmas por vía intravenosa.
Hace unas semanas, tras valorar el trabajo que hacemos en ese tiempo (cincuenta minutos cada semana con tres niños), decidí probar a hacer algo que acababa de leer: algo parecido a religión comparada, o historia de las religiones, o filosofía de las religiones. Un único objetivo: intentar dar un poco de luz a una materia que representa un auténtico agujero negro en la mente de los niños. Así pues, con pequeños trabajos intentamos extraer algunos fundamentos (ya sé que suena paradójico) de las religiones y posteriormente establecemos un diálogo para establecer algunas conclusiones.
Es otra batalla perdida, puesto que las tradiciones, las inercias escolares, la educación familiar, …, tienen una fuerza terrible. En todo caso, sólo pretende ser un instante para que el pensamiento crítico, la capacidad de reflexión y de cuestionar la realidad, encuentre un huequecico entre miedos y temores infundados, amenazas, mentiras, e ideas impuestas por obra y gracia de la fe.
Hoy una niña con raíces profundamente religiosas me contaba que había preguntado a su abuela acerca del lío de dioses y religiones repartido por el mundo, sobre la increíble existencia de tantas y tan variadas. La respuesta de la abuela fue tajante, elevando a la religión propia como la buena y desechando de un plumazo las demás, que se convertían así en meras religiones subordinadas. Por una parte, me consuela poder tener alguna relación con esas pequeñas bombillas que se encienden, de repente, en la mente de los niños para cuestionarse y comprender el mundo; por otra parte, es desoladora la capacidad de los adultos para cortar violentamente esta necesidad interrogativa de los niños para convertirse en adultos liberados de ataduras irracionales.
Acabaré con algunos genios implicados en el asunto: Voltaire afirmó que “quienes pueden hacer que creas absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”; B. Russell por su parte indicó que “mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho, lo hacen”. “El cristianismo, así como el Islam, enseña a los niños que la fe indiscutida es una virtud (…), y creo que todos deberíamos hacer una mueca de dolor cuando oímos que un niño pequeño es etiquetado como perteneciente a una religión particular u otra. Los niños pequeños son demasiado jóvenes como para decidir sus puntos de vista sobre los orígenes del Cosmos, sobre la vida y sobre la moral. El propio sonido de la frase niño cristiano o niño musulmán nos debería dar tanta dentera como las uñas arañando una pizarra”, R. Dawkins (en la obra maestra El Espejismo de Dios, con un capítulo dedicado a la relación entre los niños y la religión).
Y Víctor Hugo para concluir: “en todo pueblo hay una antorcha –el maestro-; y un extintor –el sacerdote”. Creo que hoy la antorcha la llevaría un científico con mayor dignidad.
Hace unas semanas, tras valorar el trabajo que hacemos en ese tiempo (cincuenta minutos cada semana con tres niños), decidí probar a hacer algo que acababa de leer: algo parecido a religión comparada, o historia de las religiones, o filosofía de las religiones. Un único objetivo: intentar dar un poco de luz a una materia que representa un auténtico agujero negro en la mente de los niños. Así pues, con pequeños trabajos intentamos extraer algunos fundamentos (ya sé que suena paradójico) de las religiones y posteriormente establecemos un diálogo para establecer algunas conclusiones.
Es otra batalla perdida, puesto que las tradiciones, las inercias escolares, la educación familiar, …, tienen una fuerza terrible. En todo caso, sólo pretende ser un instante para que el pensamiento crítico, la capacidad de reflexión y de cuestionar la realidad, encuentre un huequecico entre miedos y temores infundados, amenazas, mentiras, e ideas impuestas por obra y gracia de la fe.
Hoy una niña con raíces profundamente religiosas me contaba que había preguntado a su abuela acerca del lío de dioses y religiones repartido por el mundo, sobre la increíble existencia de tantas y tan variadas. La respuesta de la abuela fue tajante, elevando a la religión propia como la buena y desechando de un plumazo las demás, que se convertían así en meras religiones subordinadas. Por una parte, me consuela poder tener alguna relación con esas pequeñas bombillas que se encienden, de repente, en la mente de los niños para cuestionarse y comprender el mundo; por otra parte, es desoladora la capacidad de los adultos para cortar violentamente esta necesidad interrogativa de los niños para convertirse en adultos liberados de ataduras irracionales.
Acabaré con algunos genios implicados en el asunto: Voltaire afirmó que “quienes pueden hacer que creas absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”; B. Russell por su parte indicó que “mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho, lo hacen”. “El cristianismo, así como el Islam, enseña a los niños que la fe indiscutida es una virtud (…), y creo que todos deberíamos hacer una mueca de dolor cuando oímos que un niño pequeño es etiquetado como perteneciente a una religión particular u otra. Los niños pequeños son demasiado jóvenes como para decidir sus puntos de vista sobre los orígenes del Cosmos, sobre la vida y sobre la moral. El propio sonido de la frase niño cristiano o niño musulmán nos debería dar tanta dentera como las uñas arañando una pizarra”, R. Dawkins (en la obra maestra El Espejismo de Dios, con un capítulo dedicado a la relación entre los niños y la religión).
Y Víctor Hugo para concluir: “en todo pueblo hay una antorcha –el maestro-; y un extintor –el sacerdote”. Creo que hoy la antorcha la llevaría un científico con mayor dignidad.