Un poco de fresco para el ánimo
Seguramente guardo de mi formación universitaria más aspectos negativos que positivos. Estoy convencido que los mayores problemas de nuestro gremio comienzan en ese punto: con una baja exigencia y pocos profesores convencidos de la importancia de los futuros maestros.
Los aspectos positivos se manifiestan de vez en cuando en forma de recuerdo o se inmiscuyen en medio de alguna reflexión. Es el caso de las clases con José Luis Bernal, un profesor que fomentó nuestro pensamiento y sentido crítico. Simplemente, si querías aprender, daba gusto estar con él. Recuerdo que en una de sus clases se hablaba de los distintos papeles que la sociedad asignaba a la escuela. Recuerdo una función basada en la conservación de la ideología y de los poderes socioeconómicos, donde la escuela era una herramienta (poderosa) más del sistema. Y recuerdo también, frente a la anterior, una concepción de la escuela como motor del cambio social, una escuela que ansiaba mejoras, que luchaba contra las injusticias y que trataba de formar alumnos que buscaran igualmente una sociedad mejor. ¿Qué escuela queremos los docentes? ¿qué escuela demostramos querer a través de nuestro comportamiento como gremio?
En muchos momentos de encuentro con otros compañeros de profesión acabo profundamente frustrado, triste, enfadado. Me siento solo en muchas reivindicaciones, que no son respondidas con argumentos, sino con los cada vez más frecuentes “nos lo mandan así”, “hay que hacerlo y punto”, “es una orden de arriba”. Seguramente estaré equivocado en muchas de mis ideas, y seguro que muchas veces no sabré defenderlas con la calma y la pausa necesarias, pero la respuesta en forma de actitud de conformismo e inacción de duele en el alma. Creo que vendemos humo hablando de alumnos libres, autónomos, etc., cuando este anhelo debería partir de nuestro compromiso convencido con los ideales que lo propician: rebeldía, duda constante, reflexión. En las reuniones de maestros no aparecen estos valores. Reina una mansedumbre absoluta hacia lo que venga, tenga o no sentido.
Como decía ayer, algunos libros y películas me condicionan profundamente. Paco Martínez Soria fue el modelo televisivo de baturro aragonés, con sus virtudes y defectos. Muchas veces me he identificado con el sentimiento de la escena en la que atraviesa Madrid recién llegado del pueblo, con sus gallinas en el capazo y sin saber dónde estaba su sitio en ese caos urbano. Y muchas veces también me veo en esa escena del banco en la que discuten por una peseta. Pienso que no discutía por racanería. El dinero era suyo, y por tanto manifestaba enérgicamente su protesta de igual modo que si se tratara de cinco mil duros. Constantemente nos van imponiendo a los maestros lastres y condicionantes que son esa misma peseta. Quizá el perjuicio no sea excesivo en muchos casos, sólo una mísera peseta, pero si no es justo o correcto, ¿por qué no luchar por cambiarlo? No es excentricidad ni rebeldía sin causa, son principios.
Ahora soy una lombriz que se retuerce intentando encontrar tierra húmeda donde comer y cagar tranquila unos cuantos días. Me encantaría pertenecer a un gremio rebelde, enérgico, reflexivo, crítico, activo, inconformista.