jueves, 3 de noviembre de 2005

Hoy el cansancio es muy grande, lo que suele equivaler en mi caso a ideas poco lúcidas.
Esta tarde he experimentado una extraña sensación de no saber si actuaba bien o no. En una reunión del claustro ha surgido una fuerte polémica sobre la religión y su alternativa. En concreto la discusión giraba en torno al agravio comparativo entre los niños que estudiaban religión y los que estudiaban la alternativa a la religión, dado que estos últimos utilizaban cosas tan diabólicas y malignas como ordenadores, que los niños de religión no utilizaban. Yo creo que el problema queda zanjado desde el momento que los niños en religión pueden usar tantos recursos, o más, y tan motivantes, o más, como en cualquier otra asignatura, y en esa línea me he manifestado con quizá excesiva claridad. Sólo es cuestión de que el profesor lo estime oportuno.
Pero, aparte de lo anterior, la discusión ha dejado entrever muchas ideas implícitas que los profesores iban aportando sobre el asunto religioso: los que creen en ello y están a favor de su inclusión curricular, los que creen pero no piden su inclusión, los que ni creen ni quieren. Y más aún: la asignatura alternativa: los que creen que no tiene sentido tal cual está, los que opinan que el currículo la delimita con extrema ambigüedad, los que la contemplan como una desventaja para los que estudian religión, los que la creen como un momento para el trabajo exclusivo de educación en valores, etc.
En toda está polémica evidentemente se postulan profesores, se mezclan padres, aparecen niños.
Yo tengo muy claras mis ideas sobre esto, pero en todo caso me crea dudas que haya un claustro con unas opiniones tan variopintas. Hace tiempo que los grupos me dan miedo como instrumento de trabajo (porque hubo un tiempo donde trabajar en grupo fue sinónimo de perder muchísimo tiempo) y hoy he acabado con la sensación de que algunos problemas de la escuela no tienen fácil solución porque tienen que ver con la ideología personal de cada uno.
Esto acaba de recordarme una de esas extrañas ideas de las, a veces, hablaba con mi hermano catalán, en ese intento frecuente de resolver los problemas de la enseñanza en 5', desde la ignorancia y la ilusión: pensábamos que para ser maestro se debería hacer un examen con el que comprobar la buena voluntad, los buenos sentimientos, del aspirante.