Es difícil precisar el límite
entre la obviedad y el acierto de ver la solución sencilla que frecuentemente pasa
desapercibida.
En los últimos días hemos
realizado unas salidas a una zona natural del entorno con los niños de segundo.
Me resulta muy difícil programar en EF el bloque de Actividades en la Naturaleza en un centro
tan grande, con tantos niños y clases, donde los desplazamientos, la colaboración
familiar… son asuntos tan complicados en comparación con mis escuelas rurales. Por
eso decidí abordar estos contenidos desde actividades puntuales. No me parece
la mejor manera, pero al menos me quedo tranquilo al haber abordado de algún
modo el citado bloque.
Desde que comenzamos a
caminar las diferencias entre los niños son gigantes. Un porcentaje muy grande
vive completamente de espaldas a la naturaleza y al movimiento. Por una parte,
estos niños se cansaban muy pronto, sentían miedo en situaciones
sorprendentemente normales, protestaban con frecuencia, preguntaban
insistentemente por la hora de comer, por la hora de volver, etc. Pero, por
otra parte, en cinco minutos de camino no especialmente llamativo ya habían
acumulado vivencias de inusitada intensidad: un perro por aquí, unas piedras
pos allá, una morera, un nogal, un cernícalo, un vencejo atrapado, el rebaño de
cabras, el camino compartido con los amigos, etc. Las diferencias también son
muy palpables cuando contemplas a niños que tienen desarrollada la mirada y el
interés hacia estas actividades y que están atentísimos e interesados en lo que
va deparando el entorno sobre fauna, ciclos naturales, geología, etc., frente a
otros cuyo mundo queda muy lejos de estas cuestiones milagrosas que no
consiguen apenas su atención; al contrario, aburrimiento.
Al final de las jornadas los
niños han acumulado dos o tres horas caminando y otras tantas jugando sin parar:
fútbol, combas, juegos de pillar, columpios… la estampa de ver cincuenta niños
liberando energía a raudales es muy sorprendente, es una gran manifestación de
vida, a pesar de los gritos.
Lo que planteo, tras lo
descrito, es que nuestro cuerpo, especialmente el de los niños, está diseñado
para moverse sin parar. La vida moderna podrá ser todo lo tecnológica, urbana,y
maravillosa que cada uno quiera creer, pero no puede ir en contra de la
naturaleza humana sin encontrar problemas. El movimiento en los niños no es una
opción, no es cuestión de la EF ,
de las visitas al parque infantil durante veinte minutos de vez en cuando, de
la extraescolar dos días a la semana. Es una cuestión de estricta necesidad, y
creo que su desatención no sólo tiene que ver con el desarrollo motriz y los
alarmantes parámetros de salud (obesidad infantil, por ejemplo), sino también con
el desarrrollo cognitivo y social del niño. En definitiva, con su desarrollo personal
equilibrado.