domingo, 31 de agosto de 2014

CUATRO LAMENTOS Y MEDIO PARA (VOLVER A) COMENZAR.

Brumas en el pensamiento

Lanzo las últimas miradas a la casa. Tiene el sonido hueco por estar ya casi vacía y porque no ha sido un lugar especialmente pleno en sentimientos. En unas horas estaré trabajando en un nuevo lugar. No estoy seguro si es por la vejez acuciante, por el elevado número de mudanzas y cambios en poco tiempo, por otras razones desconocidas o por todas juntas, pero cada vez se hace más complicado cerrar una vida y empezar otra. Quizá haya un número preestablecido de cambios vitales y yo lo haya agotado. Creo que he superado el límite vital de descarga de datos y cambios trascendentes y por eso ahora estoy viviendo con la mínima velocidad de mantenimiento en la conexión, sin saber siquiera si puedo obtener un bono extra para ir tirando unos meses. Releyendo lo anterior me sorprendo porque quizá esté dando explicación y diagnóstico a una extraña enfermedad que me afecta desde hace un tiempo en los meses finales del año, que me deja sin energía y me hace vivir a mitad de velocidad: he agotado mi tarifa de experimentación de circunstancias vitales y solo puedo vivir con la cuota de velocidad mínima. Si las inmorales compañías de telecomunicaciones valoraran esta opción no dudarían en explotarla. He aquí una buena idea para desarrollar en un libro sobre la alienación del tiempo presente.

Buscar casa en un pueblo me resulta siempre una circunstancia ingrata y este año no es diferente. Cuando el lugar es frecuentado por turistas, la mayor parte de casas están dedicadas a ellos, pues se cobra en un mes el alquiler equivalente de una persona normal durante casi el año completo. Por eso, la frustración de buscar y preguntar sin obtener fruto es una de las primeras sensaciones. Por otra parte, en los pocos espacios que quedan disponibles para trabajadores simples y llanos como yo, sin ánimo de dejarme paga y media por cubrir mis huesos casa noche, existe algún tipo de regla misteriosa en virtud de la cual cada año te piden un alquiler más caro. Así ha ocurrido en cada lugar desde hace diez años cuando comencé a trabajar como aprendiz de maestro. Curiosamente esta regla no considera que cobro lo mismo cada año, incluso menos que cuando comencé. Es evidente que para los pueblos el turismo es una vía de salvación, pero estoy seguro que este recurso crea desajustes muy importantes que quizá los organismos públicos deberían atender: para una familia de economía normal es muy difícil ir a vivir a uno de estos lugares porque los precios de venta de las casas siguen siendo tan desproporcionados como hace unos años. Por su parte los alquileres son igualmente difíciles de asumir y además se tiende a que prácticamente todos estén dedicados al turismo. Muchos de estos pueblos dependen en un porcentaje cercano al 100% del turismo, estando en vías de desaparición actividades del sector primario y siendo inexistente el sector secundario. Y esto me crea una sensación extraña de que se están convirtiendo en gigantes centros de interpretación donde se habla de lo que se hacía, lo que se comía, de lo que allí sucedió… pero vacíos en lo referente al presente. Esto es una impresión muy personal y mal expresada que enfadaría a muchas personas que viven con esfuerzo en estos lugares.

Cansado, triste, angustiado y enfermo comenzaré el curso 2014-2015. Y en nada estaremos despidiéndolo. Buen comienzo para todos los maestros de bien hastiados por la burocracia.

viernes, 22 de agosto de 2014

AÑO NUEVO.

Despegando

Hoy es tres de enero de 2015. En vistas de que el año en curso estaba resultando tan grotescamente desafortunado, decidí ponerle fin y comenzar uno nuevo lleno de buenos propósitos y ese tipo de cosas que las personas solemos hacer en estas fechas. De momento han sido tres días buenos. Y en el peor de los casos, poco costará saltar al dos mil dieciséis. 

Quizá he entendido tan escasamente lo que ha ocurrido en los meses pasados porque dejé de escribir, aunque lo más probable es que dejara de escribir justo porque no entendía ni lo más elemental que ocurría alrededor. 

En apenas nueve días estaré trabajando en una nueva escuela. Una escuela pequeña y sencilla, como mi cerebro. Por ello espero encontrar la sintonía habitual con estos lugares. Comenzaré con algo ganado y es que habré abandonado el anterior centro escolar, que probablemente se insertará en mi historial personal como el lugar de trabajo con el ambiente más represivo y degradante. Un centro en plena armonía con los tiempos actuales, donde la presión de la burocracia, de las medidas dictadas siguiendo la última ocurrencia, del "hacer por cubrirse las espaldas", están poniendo en apuros enormes cualquier intento o maestro centrado en aportar algo de valor a los niños. 

Espera una clase con unos pocos niños y casi todo por hacer, una vez más.