Brumas en el pensamiento
Lanzo las últimas miradas a
la casa. Tiene el sonido hueco por estar ya casi vacía y porque no ha sido un
lugar especialmente pleno en sentimientos. En unas horas estaré trabajando en
un nuevo lugar. No estoy seguro si es por la vejez acuciante, por el elevado número
de mudanzas y cambios en poco tiempo, por otras razones desconocidas o por
todas juntas, pero cada vez se hace más complicado cerrar una vida y empezar
otra. Quizá haya un número preestablecido de cambios vitales y yo lo haya
agotado. Creo que he superado el límite vital de descarga de datos y cambios
trascendentes y por eso ahora estoy viviendo con la mínima velocidad de
mantenimiento en la conexión, sin saber siquiera si puedo obtener un bono extra
para ir tirando unos meses. Releyendo lo anterior me sorprendo porque quizá esté
dando explicación y diagnóstico a una extraña enfermedad que me afecta desde
hace un tiempo en los meses finales del año, que me deja sin energía y me hace
vivir a mitad de velocidad: he agotado mi tarifa de experimentación de
circunstancias vitales y solo puedo vivir con la cuota de velocidad mínima. Si
las inmorales compañías de telecomunicaciones valoraran esta opción no dudarían
en explotarla. He aquí una buena idea para desarrollar en un libro sobre la
alienación del tiempo presente.
Buscar casa en un pueblo me
resulta siempre una circunstancia ingrata y este año no es diferente. Cuando el
lugar es frecuentado por turistas, la mayor parte de casas están dedicadas a
ellos, pues se cobra en un mes el alquiler equivalente de una persona normal
durante casi el año completo. Por eso, la frustración de buscar y preguntar sin
obtener fruto es una de las primeras sensaciones. Por otra parte, en los pocos
espacios que quedan disponibles para trabajadores simples y llanos como yo, sin
ánimo de dejarme paga y media por cubrir mis huesos casa noche, existe algún
tipo de regla misteriosa en virtud de la cual cada año te piden un alquiler más
caro. Así ha ocurrido en cada lugar desde hace diez años cuando comencé a
trabajar como aprendiz de maestro. Curiosamente esta regla no considera que
cobro lo mismo cada año, incluso menos que cuando comencé. Es evidente que para
los pueblos el turismo es una vía de salvación, pero estoy seguro que este
recurso crea desajustes muy importantes que quizá los organismos públicos deberían
atender: para una familia de economía normal es muy difícil ir a vivir a uno de
estos lugares porque los precios de venta de las casas siguen siendo tan
desproporcionados como hace unos años. Por su parte los alquileres son
igualmente difíciles de asumir y además se tiende a que prácticamente todos estén
dedicados al turismo. Muchos de estos pueblos dependen en un porcentaje cercano
al 100% del turismo, estando en vías de desaparición actividades del sector
primario y siendo inexistente el sector secundario. Y esto me crea una sensación
extraña de que se están convirtiendo en gigantes centros de interpretación
donde se habla de lo que se hacía, lo que se comía, de lo que allí sucedió…
pero vacíos en lo referente al presente. Esto es una impresión muy personal y
mal expresada que enfadaría a muchas personas que viven con esfuerzo en estos
lugares.
Cansado, triste, angustiado y enfermo comenzaré el curso 2014-2015. Y en
nada estaremos despidiéndolo. Buen comienzo para todos los maestros de bien
hastiados por la burocracia.