miércoles, 23 de septiembre de 2015

SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DE SENTIR LO INEXISTENTE. Y UNAS FOTOS.


En principio, mejorar el lenguaje permite ampliar las posibilidades de pensamiento y estas, a su vez e igualmente en teoría, actuar de un mejor modo ante las distintas situaciones que la vida va colocando por delante.

E
El árbol del gotero. Así se llama la especie. O el de echar de menos a un hermano, en jerga científica.

Estaba tumbado en el suelo antes de ponerme a teclear considerando cómo actuaría en las circunstancias actuales en las que vivo si mi pensamiento fuera de un modelo de mejor calidad, si no fuera de los encontrados en la sección de oportunidades y restos de fábrica. Qué ocurriría si el lenguaje me permitiera una mejor comprensión del mundo. Tras varias secuencias de pensamientos y con mi leal compañero observando y e intentando mostrar su siempre acertado punto de vista, he llegado a considerar que es imposible. No es posible saber qué haríamos si fuéramos otro. Solo tenemos experiencia desde nosotros, no existe la opción de valorar qué haría si no fuera yo. Solo he sido yo durante toda mi vida. Una lástima en casos como este. El amigo perro ha añadido que sería similar a intentar valorar un sabor de un alimento inexistente. He replicado que me parecía un ejemplo un poco forzado y sobre ello hemos discutido unos instantes.




En mi granja habrá gallinas libres y filósofas y estas vacas.

Hace unos días escuchaba a unos periodistas hablar sobre la profesionalidad que supone transmitir siempre durante los directos el estado emocional requerido independientemente de los sentimientos y las circunstancias personales. Decían que eso era ser profesional. Siempre me ha parecido curioso este asunto referido a trabajos en los que tienes que mostrarte positivo, alegre, dinámico... al margen de que ese día tengas ganas de tumbarte y llorar durante horas. Me parecía curioso porque a mí me resultaba difícil dar clase algunas veces cuando los demás ámbitos no acompañaban. Sin embargo ahora, ya ocurrió el curso pasado, estar en clase con los niños supone un paréntesis en el caos que rodea lo demás. En el peor momento posible no hay opción a no sentir su alegría, sus ganas de juego y de conocer el mundo. Son las horas en las que más ganas de vivir siento durante el día. Es una auténtica fortuna. 

La hora azul se pone roja.

 Limpieza turistera, buscarán ruralidad el próximo verano.

Y en estas andamos mientras se asoma el otoño que nos devolverá la oscuridad y el frío. Los turistas compradores de mermeladas made in abuela pirenaica dejarán paso a la quietud y al tiempo detenido. 


 Aunque suelo firmar yo, él siempre es coautor intelectual de los escritos que salen medio decentes. Y fotogénico, ¡quién se pareciera!