lunes, 1 de enero de 2007

EN PLENO DESCONCIERTO MIGRATORIO.

Compruebo en el Harrods londinense que los sinsentidos y las aberraciones no entienden de fronteras. Oculto en mi escondrijo pude observar cómo esos batallones de humanos se agolpaban para comprar el objeto imposible, la culminación de lo inservible, el cachivache de mayor ostentación. Como importadores de malas costumbres que somos, aviso: existe incluso un catálogo de lazos y papeles para envolver los regalos (precio mínimo 20 libras).

El aeropuerto, otro lugar para pensar. Mientras en Zaragoza una familia exaltada y maleducada se reía del pobre policía que subió al avión y se encogía de hombros frente a la denuncia de la tripulación, en Londres, para llegar al avión, existían cinco filtros, que implicaban desde descalzarte y deshacer minuciosamente la maleta, hasta que un fornido y amable señor examinase partes del cuerpo en las que uno apenas repara normalmente.

Comienzo a preparar cosas para el curso. Pronto me esperan lo diminutos hombrecillos del Matarraña, y debemos tratar asuntos tan importantes como algunos juegos y deportes con raquetas, la composición de Marte, la poesía, el canto del cárabo, o el número de estrellas del cielo. Sí, y mis retrasos: lo del vídeo, y lo otro. Madre mía.

Con tiempo y aburrimiento uno hace lo que puede. Entre lo positivo, un blog donde escribe un tipo que me ha gustado leer. Se da la casualidad que es maestro del recientemente célebre colegio donde se ordenó por mandato real la colocación de un belén navideño, hecho paralelo a la polémica de los villancicos del colegio zaragozano Hilarión Gimeno (vean la web, pero sentados, que es para caerse de culo). Además, intuyo otras afinidades. Se trata del Cuaderno de Campo.

Y el Pirineo. Desde el aire reitero mis deseos.