jueves, 1 de febrero de 2007

PASEANDO POR LAS NUBES (II).

Sé que estoy cerca de saltar al vacío. No sé si será una liberación o será el principio de la etiqueta eterna y social de raro, inadaptado, y peligroso, o ambas cosas.

Me acuerdo de José Antonio cada vez con más frecuencia, y, en muchas ocasiones, siento irreprimibles tentaciones de decirlo. A este, a aquel, al otro,…, a la mierda, váyanse ustedes a la mierda. Por esto digo lo de la etiqueta. Casi me preocupa lo cerca que estoy del salto.

Ayer tomé la decisión. Ya sé que en el próximo cruce en el camino de mi vida cogeré un desvío. En principio me da igual si a la derecha, a la izquierda, o campo a través. Lo mejor sería hacia atrás, pero Paula aún no cede. Cada situación me hace sentir mal, triste, inútil, inservible, pobre. Necesito Alfredos, Quicos, Nurias, Marianos, Danieles, Ibones, …, necesito aire limpio.

Al menos está Cristian, que me preguntó ayer si el Sol tenía movimiento de rotación. No estaba seguro, por lo que consulté con el oráculo. En cinco segundos teníamos la respuesta: hojas y hojas de información confirmaban la rotación solar. Aprovechamos la cuestión y unas fotos de la escuela antigua para pensar qué hubiera tenido que hacer don José María si hace sesenta años un alumno le hubiera preguntado por la rotación del Sol. Quizá hubiera peregrinado hasta la biblioteca de Alcañiz, quizá hubiera apuntado a la magnificencia de Dios, o quizá un reglazo por insolente.

También está la prosa poética. Amablemente Mónica me aclaró ayer que los poetas modernos apenas siguen las cerradas estructuras poéticas clásicas, salvo excepciones, y plantean versos libres, que acaban formando una especie de prosa poetizada (acéptese la expresión). Es un consuelo para empezar. De todos modos, ya existe una fuerte censura ante el posible y humilde soplo poético en este blog.

También recibo noticias de ese profesor. Es el mismo de siempre. Está aquí, está allí, y está en todas partes. Su miseria le delata. Su incapacidad en vivir debiera incapacitarle para dar clase. Debiera tener una orden de alejamiento de cualquier escuela. Debieran fumigarlo, o echarlo de comida a los buitres, troceado. Si no ama la lectura, el ejercicio, la naturaleza, la música, el arte, a las personas buenas,…, si no sufre y se conmueve con las injusticias, no siente cólera ante los abusos y los bárbaros, no disfruta con cada momento, …, ¿qué demonios hace en una escuela?.

La gran estocada. Ante algunas quejas de padres por el escaso nivel de sus hijos cuando pasan al instituto, se plantea la realización de una especie de pruebas finales en cada ciclo, iguales en cada pueblo del CRA, con las que medir las competencias básicas de los alumnos en matemáticas y lengua. Alegaciones (solitarias y desamparadas alegaciones):
- ¿No forma ya parte de nuestro trabajo la evaluación del grado de consecución de los objetivos curriculares?. Si viene alguien de fuera y lo hace por mí, ¿no está insinuando (gritando) que hago mal, o no hago, buena parte de mi trabajo?.
- ¿Por qué matemáticas y lengua?, ¿se resume en esto el objeto de las treinta horas que cada semana paso con los niños en clase?. ¿Son menos importantes las otras?, ¿debo así entenderlo en mi labor diaria?.
- Lo más de lo más: ¿de qué supuesto pedagógico arranca este asunto que pretende valorar mi calidad docente en función de cómo un niño acaba haciendo sumas y restas?. Parece evidente, en este caso, que un tipo bien serio, estricto, y bestia, será el maestro óptimo. Bien claro tengo que se parte de un supuesto pedagógico totalmente opuesto al mío. Es más, lo realmente triste es que pienso que no parte de ningún supuesto, de ningún pensamiento ni reflexión, sino de un “ahorasemeocurrequehacemosestoapartaquevoy”, que los padres se quejan. ¿Dónde queda eso, con lo que todos se llenan la boca, de educación en valores, socialización, creación de hábitos, temas transversales, fomento de espíritu crítico, sensibilidad ante…?.

Vivo en medio de una broma gigante, no me cabe duda. Quizá sea buen momento para empezar a fumar y a beber. Quizá deba jugarme las monedas que me quedan. Quizá deba ponerme el cartel yo mismo. Así ya sabrán cuando se acerquen en qué consiste el juego. Ya sabrán que no me hacen gracia, no me gusta ni su cara ni sus modos, y preferiría que se mantuviesen lejos, bien lejos.
Por momentos, pensando si acerté con la profesión.