Hace 9 días la lenta y miserable conexión parabólica a internet cogió la baja. Y es raro, porque ya se sabe que estas cosas son más propias del tercer trimestre.
El asunto es que no era grave y en unos días ya se ha recuperado. Por ello, puedo volver a realizar esta tarea que me libera momentáneamente de la soledad y del silencio continuo. Paso bruscamente del bullicio y el hablar ininterrumpido durante 5 horas, al silencio absoluto sólo perturbado cuando, con bastante frecuencia, me hablo a mí mismo en voz alta.
El miércoles pasado estuvimos en Teruel visitando la exposición itinerante sobre Atapuerca y la propia ciudad. Es un problema delicado encontrar actividades adecuadas para los alumnos, que discurran en el registro idóneo. A veces, la salida se adapta mejor a los profesores que a los mismos niños.
Sigo pensando en qué enseñar, y por qué enseño. Hace poco se acercó un maestro de la escuela para pedirme los cuadernillos que yo trabajaba de refuerzo de lengua y matemáticas. Ya se sabe, repetir y repetir secuencias, letras, …; cuando le dije que no tenía nada de eso, que ni lo conocía, me miró extrañado y se fue. Yo me quedé pensando. Nadie me ha dicho qué demonios debo enseñar a estas criaturas casi recién nacidas, qué importancia conceder a cada aspecto. Seré más concreto: llevo un mes y medio haciendo juegos, escribiendo historias, leyendo libros y mil revistas, recitando poesías, repasando y comentando cada mañana las mejores noticias de la prensa, pero no hemos dedicado más de treinta minutos a lo que creo se considera lo normal: página 15; ejercicio 3; escribe trescientas veces las letras R y S, luego haz un dibujo y píntalo. Como no tengo un buen catalejo, al alejarme de la orilla me da miedo perderme y naufragar.
En cualquier caso, veo cosas en el mundo, en personas pobres y ricas, cultos o no, que me hacen pensar en este momento que lo único que importa en la escuela es que los niños que de allí salgan sean buenos: buenos con las personas, con la naturaleza, con el mundo entero. Y todo lo demás me parece un pretexto para conseguirlo.
Además, también me consuela pensar que si yo no dedico dos semanas a hablar a niños de 6 años sobre la polisemia, tampoco es grave. Les quedan unos 10 años en los que les repetirán hasta la amargura esta y otras palabras.
El alumno discapacitado sigue generando un auténtico agujero negro en mi labor diaria. Me resisto a aceptar como normal que un niño pase más del cincuenta por ciento del horario lectivo totalmente desatendido y malgastando los mejores momentos de su vida para aprender y progresar. Es una terrible pena comprobar cada día, cuando marchan a casa, cómo apenas he podido atenderle unos minutos.
En torno al año 2007, en un laboratorio en la frontera entre Francia y Suiza, físicos como la americana Lisa Randall esperan demostrar y confirmar la existencia de una quinta dimensión. Ya es frecuente oír decir que vivimos en la época en la que es gigante el abismo entre la tecnología utilizada y la comprensión de la misma. Pero a mí, leer a personas como la arriba nombrada, o avances en robótica, genética, …, y compararlo después con las preocupaciones en las que solemos (o suelo) emplear el tiempo el pueblo llano me deja perplejo y desorientado, sin saber muy bien en qué mundo vivo.
Pronto Juan José Millás publicará un nuevo libro, tras cuatro años. Me encanta escucharle y me fascinan sus juegos y fantasías con el lenguaje, que al final acaba confundiéndose con las propias personas y con la vida. Como cuando los libros empezaron a perder letras y, en consecuencia, el mundo fue perdiendo sustancia y empequeñeciéndose poco a poco. Hasta el punto que la gente traficaba en el mercado negro con preposiciones y adverbios, a fin de poder construir artesanalmente algún sustantivo o verbo, intentando así poder nombrar y no perder una pequeña parte del mundo. Recuerdo a mis queridos alumnos ansotanos reír cuando les conté que en ese mercado negro algunas formas gramaticales, ya inservibles, olían a intestinos de vaca a punto de pudrirse.
El asunto es que no era grave y en unos días ya se ha recuperado. Por ello, puedo volver a realizar esta tarea que me libera momentáneamente de la soledad y del silencio continuo. Paso bruscamente del bullicio y el hablar ininterrumpido durante 5 horas, al silencio absoluto sólo perturbado cuando, con bastante frecuencia, me hablo a mí mismo en voz alta.
El miércoles pasado estuvimos en Teruel visitando la exposición itinerante sobre Atapuerca y la propia ciudad. Es un problema delicado encontrar actividades adecuadas para los alumnos, que discurran en el registro idóneo. A veces, la salida se adapta mejor a los profesores que a los mismos niños.
Sigo pensando en qué enseñar, y por qué enseño. Hace poco se acercó un maestro de la escuela para pedirme los cuadernillos que yo trabajaba de refuerzo de lengua y matemáticas. Ya se sabe, repetir y repetir secuencias, letras, …; cuando le dije que no tenía nada de eso, que ni lo conocía, me miró extrañado y se fue. Yo me quedé pensando. Nadie me ha dicho qué demonios debo enseñar a estas criaturas casi recién nacidas, qué importancia conceder a cada aspecto. Seré más concreto: llevo un mes y medio haciendo juegos, escribiendo historias, leyendo libros y mil revistas, recitando poesías, repasando y comentando cada mañana las mejores noticias de la prensa, pero no hemos dedicado más de treinta minutos a lo que creo se considera lo normal: página 15; ejercicio 3; escribe trescientas veces las letras R y S, luego haz un dibujo y píntalo. Como no tengo un buen catalejo, al alejarme de la orilla me da miedo perderme y naufragar.
En cualquier caso, veo cosas en el mundo, en personas pobres y ricas, cultos o no, que me hacen pensar en este momento que lo único que importa en la escuela es que los niños que de allí salgan sean buenos: buenos con las personas, con la naturaleza, con el mundo entero. Y todo lo demás me parece un pretexto para conseguirlo.
Además, también me consuela pensar que si yo no dedico dos semanas a hablar a niños de 6 años sobre la polisemia, tampoco es grave. Les quedan unos 10 años en los que les repetirán hasta la amargura esta y otras palabras.
El alumno discapacitado sigue generando un auténtico agujero negro en mi labor diaria. Me resisto a aceptar como normal que un niño pase más del cincuenta por ciento del horario lectivo totalmente desatendido y malgastando los mejores momentos de su vida para aprender y progresar. Es una terrible pena comprobar cada día, cuando marchan a casa, cómo apenas he podido atenderle unos minutos.
En torno al año 2007, en un laboratorio en la frontera entre Francia y Suiza, físicos como la americana Lisa Randall esperan demostrar y confirmar la existencia de una quinta dimensión. Ya es frecuente oír decir que vivimos en la época en la que es gigante el abismo entre la tecnología utilizada y la comprensión de la misma. Pero a mí, leer a personas como la arriba nombrada, o avances en robótica, genética, …, y compararlo después con las preocupaciones en las que solemos (o suelo) emplear el tiempo el pueblo llano me deja perplejo y desorientado, sin saber muy bien en qué mundo vivo.
Pronto Juan José Millás publicará un nuevo libro, tras cuatro años. Me encanta escucharle y me fascinan sus juegos y fantasías con el lenguaje, que al final acaba confundiéndose con las propias personas y con la vida. Como cuando los libros empezaron a perder letras y, en consecuencia, el mundo fue perdiendo sustancia y empequeñeciéndose poco a poco. Hasta el punto que la gente traficaba en el mercado negro con preposiciones y adverbios, a fin de poder construir artesanalmente algún sustantivo o verbo, intentando así poder nombrar y no perder una pequeña parte del mundo. Recuerdo a mis queridos alumnos ansotanos reír cuando les conté que en ese mercado negro algunas formas gramaticales, ya inservibles, olían a intestinos de vaca a punto de pudrirse.