miércoles, 14 de mayo de 2014

SOBRE UN MAESTRO INÚTIL QUE SE BUSCA A SÍ MISMO.

Pedagogía de(l) vértigo

No sé con certeza si estoy curado. Al menos soy la sustancia que era antes con un grado de fidelidad cercano al setenta y cinco o setenta y siete con seis por ciento. No sé si esto bastará. Resulta curioso decir estas cosas con una temperatura corporal tan calurosa.

Me gustaría escribir sobre un tema divertido, trascendente y, además, hacerlo de forma brillante. En lugar de esto, apenas tengo en mente un par de asuntos demasiado particulares, sin importancia, y que voy a expresar con grisura. Otro día igual sale algo divertido escribiendo sobre la corriente pedagógica en la que los maestros dan clase mientras intercambian con su gente mensajes de guasap.

Para acabar el trimestre, el curso, y mi período en el centro penitenciario llamado escuela en el que trabajo, realizo con mis tres cursos respectivas unidades de patinaje y bicicleta. La logística que implican ciento cincuenta bicicletas y cien pares de patines es tan curiosa como laboriosa, pero lo más negativamente sorprendente, como siempre en mi caso, son las familias. Entre doscientas cincuenta posibilidades ha de haber desacuerdos y enfados, no preverlo sería de necios, pero no dejan de doler y desgastar. Seguramente en el momento del curso en el que más trabajo realizo, riesgos asumo, beneficios podemos conseguir, ..., he experimentado las peores situaciones del año: familias que se han negado a traer el material (teniéndolo), material en un estado deplorable que directamente afecta a la seguridad de los niños (y cuyo estado no depende apenas del dinero sino del interés; petición hecha con siete meses, y también dos semanas, de antelación), personas que se han quejado por variadas cuestiones y, especialmente, siempre hay una guinda que adorna el conjunto, con un padre que generó la siguiente anécdota:

El alumno trajo tres días consecutivos su bici rota y me repetía que su padre le decía que la arreglara el maestro. Yo le respondía que no tenía ni el tiempo ni las herramientas, hasta que al tercer día ya consideré la necesidad de hablar con la familia. A mitad de la clase de este tercer día el alumno se cayó y en medio de los lloros expresó con un gran grito un "ha dicho mi padre que o me arreglas de la bici o te va a denunciar". Al mediodía hablé con la familia, la madre dijo algo similar a "ya lo sabía yo, siempre estoy en medio de todo", me confirmó que el niño había escuchado esas palabras y me pidió una cita para tratar el asunto. Con el padre en cuestión no había intercambiado nunca ningún comentario, no nos conocíamos absolutamente nada. Tras saludarnos, con la madre como espectadora, indicó ideas como que a la gente como yo había que pararle los pies cuanto antes, con denuncias y medidas de choque similares, que era un incompetente, que no estaba capacitado para hacer mi trabajo y que así lo denunciaría al equipo directivo y en el juzgado, que para perder el tiempo él en arreglar la bici de su hijo, que lo perdiera yo porque su tiempo era más valioso que el mío. Al cabo de veinte minutos se fue muy enfadado con su mujer tras él llorando. En ese tiempo apenas desvié y respondí mínimamente las acusaciones tan tremendas que me lanzó.

Una de las preocupaciones de la familia, en un niño de NUEVE años, se refería a qué pasaría con la nota si el alumno si no traía el material. Esta preocupación exclusivamente centrada en la calificación, que obvia absolutamente el proceso, el aprendizaje, las necesidades de mejorar, la encontramos con frecuencia alucinante en este centro. No sé si es cuestión de esta escuela, de escuelas de este tamaño, que implica en las familias una variedad de pensamientos y acciones tremendas, o es una tendencia general entre las familias en el conjunto de las escuelas. En cualquier caso, es terrible en niños tan pequeños (hay casos similares en primer ciclo e incluso infantil!), el pensamiento exclusivamente centrado en el indicador final, sin importar nada a qué apunte ese número. Cada vez escucho más, yo mismo lo he practicado, la situación en la que, llegados a un punto de desacuerdo determinado, el maestro pide a los padres que le indiquen qué nota quieren para sus hijos, que será puesta tal cual. No me imagino yendo al médico en veinte minutos y cuestionando el antibiótico que me va a recomendar. Aunque hay una distancia infinita entre ambos oficios, claro está. Hace unos artículos me refería a un precioso proyecto de un profesor de biología en bachillerato que en la valoración final criticaba amargamente la concepción alarmantemente utilitarista (al margen del su valor intrínseco, solo centrada en la selectividad) de tal etapa educativa. Si este profesor echara un vistazo a este tipo de problemas surgidos ya en primaria... supongo que quedaría muy sorprendido... y resignado.

Por otra parte, hacer en casa un juicio de valor tan duro sobre un maestro delante de los hijos, aunque fuera cierto, es una desgracia añadida, pues el niño no tiene las herramientas mentales para gestionar esa información y cuando al día siguiente esté delante de su maestro se va a sentir en una posición muy difícil de manejar. Además, ese maestro incompetente va a ser la persona de la que dependa el niño en mil situaciones durante el curso (curriculares, sociales, afectivas...), por lo que la consideración por parte del niño de que su maestro es un inútil al que se puede humillar y gritar no ayudará demasiado en tales situaciones donde la confianza y el respeto tienen cierto valor.

Como he escrito al principio, un simple asunto particular de los que me dejan maltrecho, con mil dudas, anímicamente mareado. A ver si consigo ahora poner verde al médico e increparle por su diagnóstico y tratamiento.


Buen día para todos.