martes, 18 de enero de 2011

UNOS LABIOS QUE SE MUEVEN Y SONRÍEN.


Hace ya casi dos años y medio comencé a trabajar en una escuela especial. Llegué allí con mi maletín y mis pantalones de pinzas que tanta gracia hicieron… y comencé a aprender. La heterogeneidad de los grupos implicaba un trabajo extremadamente variado, lo que añadía aún mayor dificultad. Una de las aulas estaba compuesta por niños muy jóvenes con importantes discapacidades sensoriales y motrices. Pasaron varias semanas en las que no conseguí encontrar libro, pensamiento, o invención que me mostrara con mínima claridad qué podía trabajar con esos niños en el área de educación física. Qué podía yo aportarles si en mi negocio el movimiento era el elemento principal.

Pasados dos años, con un carrusel de emociones, aprendizaje, estropicios y sonrisas por el camino, resultó que el trabajo con esa clase se convirtió en un trabajo feliz y satisfactorio y, sobre todo, con sentido y beneficios para los niños. Una niña era especialmente magnífica, con el permiso del resto. Era un gran ejemplo de voluntad y esfuerzo. Era también muy pequeña, muy suave y olía muy bien. En educación física, recibía cada actividad con una sonrisa; su delicado movimiento de labios nos informaba de su conformidad y su petición de “QUIERO MÁS”. Más movimiento, más vida, cuanto más rápido y brusco, mejor (bajo la mirada temerosa de la tutora, fisios, auxiliares, …ante tales alardes de arrojo y atrevimiento) Y así podíamos saltar en la cama elástica, volar por los aires en la piscina, atravesar el pasillo a toda velocidad montados en las plataformas con ruedas, o jugar con las pelotas colgantes. Y aún había un momento final, de tranquilidad y relajación, en el que de forma egoísta yo solía quedarme con ella para darle un masaje, acariciarla, y darle un montón de besos.

Me enseñó algo que leí en un libro muchos meses antes, y es que para contar lo importante casi nada es necesario. Con la sonrisa es suficiente. Como todos los demás niños, con seguridad, me aportó más a mí de lo que yo pude enseñarle a ella. Recordando un encuentro con unos padres ejemplares hace un tiempo: “ojalá hayamos hecho bien nuestra parte en la escuela para que haya tenido la mejor de las vidas posibles”