Llevo toda la tarde
escribiendo. A una familia en apuros pedagógicos, a un niño, exalumno, magnífico,
y ahora que me siento frente al blog y tecleo estas letras. Hay miles de vídeos
y sentencias variadas que explican las razones de la escritura. Como en casi
todo lo demás, yo creo que nadie lo sabe a ciencia cierta. Ocurre que nos
encanta dar razones y explicaciones para todo. Hace un tiempo escuché una de
estas explicaciones y me gustó, pues al menos resultaba tremendamente
emocionante: la aportaba un escritor de prestigio y contaba la historia de un
submarino a cuyos tripulantes les quedaban unos minutos de vida a causa de una
grave avería. El capitán, me refiero al jefe del asunto, pues no domino la
escala jerárquica submarinil, en una de sus últimas acciones vitales anotó en
un pedazo de papel la situación del momento. Algo así como “6:53. El submarino
no aguanta. Falla la válvula equis y la turbina jota. En unos minutos todos
estaremos muertos”. ¿Para qué carajo busca papel y Boli un hombre al que le
faltan cinco minutos de vida? Esto se preguntaba el escritor para
posteriormente afirmar que justamente ahí encontraba él la semilla de la
escritura, en el movimiento interior irrefrenable, irracional, que nos lleva a
contar. En todo caso, después de ocho años, aquí sigo tecleando sin saber por
qué. Lo hago y nada más, esperando que no me queden, ni siquiera hoy, tan sólo
cinco minutos de vida. Espero que siempre me queden, en el peor de los casos,
quince minutos. Qué menos, con todo lo que hay que hacer.
martes, 27 de noviembre de 2012
viernes, 16 de noviembre de 2012
AMENAZAS, CASTIGOS, CÓMO CONSEGUIR LA SALVACIÓN DEL ALMA EN LA ESCUELA.
Un niño en clase, un instante de nuestras vidas.
Del modo en que intento
desarrollar las sesiones de Educación Física, son frecuentes las pausas para la
reflexión colectiva que nos conducen hacia las nuevas situaciones de trabajo y
hacia los aprendizajes de cada contenido. En algunos casos, apuntamos
brevemente en el cuaderno algunas de estas reflexiones o algunas reglas de acción
para aplicar en las situaciones prácticas posteriores. En concreto, hoy había
pedido a un grupo que analizara unas marcas obtenidas en unas carreras. Debían
encontrar, en la medida de nuestras posibilidades, algo parecido a la mediana y
la moda de cada serie de tiempos. Sobre esos datos construiríamos una parte
importante de las sesiones siguientes. Planteé a los alumnos la necesidad de
hacerlo en casa en unos minutos para no restar aún más tiempo al exiguo margen
de acción que suponen dos o tres horas de clase a la semana.
Hoy, al consultar al grupo
sobre la tarea cuando iniciábamos la clase, ha resultado que apenas seis o
siete alumnos habían cumplido con el trabajo. Teniendo el tiempo tan limitado,
estoy intentando priorizar el tiempo de trabajo específico de la asignatura, y
no embarcarme en tratar asuntos variados que surgen en la sesión y que difícilmente
puedo abordar adecuadamente desde mi humildísima asignatura. De todos modos, he
creído necesario tratar el problema y hemos hablado un buen rato. Algunos
indicaban falta de tiempo por exámenes, por extraescolares, por obligaciones
varias, otros simplemente no se habían acordado. Por mi parte les he indicado,
entre otras cosas, que yo estoy allí para ayudarles, que si les propongo un
trabajo en casa es para avanzar más rápido y que una vez acordado dicho trabajo,
yo confío en ellos. Parece ser que este argumento suena muy romántico para
muchos. ¿Dónde se aprende a mirar la vida? ¿Cómo surgen miradas tan distintas?
Al acabar las clases he
acudido a hablar un momento con el tutor del grupo sobre lo sucedido. Mientras
he sido tutor los años pasados, siempre he sentido a mi grupo como una gran responsabilidad
en lo concerniente a cualquier cosa que les ocurriera; recibir información de
cualquier otro compañero era útil, necesario y muy de agradecer. En este caso
el tutor no me ha prestado demasiada atención. Pero lo importante ha sido el
consejo posterior de “castigarles y amenazarles, pues es lo único que entienden”.
Imagino que he llegado de
lugares ideales donde trabajaba en escuelas fabricadas con algodón de azúcar y
los niños levitaban con una gran sonrisa cuando un maestro les pedía trabajo y
esfuerzo. Vuelvo a mis asuntos recurrentes: todo es filosofía. ¿Qué tipo de
niños queremos?, ¿responsables, racionales, honrados, críticos?, ¿podemos
favorecer este tipo de niños desde la consideración de la amenaza y el castigo
como un buen sistema de motivación para la acción y el trabajo?, ¿es estúpido
intentar favorecer una relación de confianza con un grupo numeroso?, ¿es mejor
obtener resultados de un grupo coaccionado por el castigo o, al contrario, son
preferibles resultados menores conseguidos desde la creencia del alumno en su
propio trabajo y desde la confianza del maestro en sus alumnos?, ¿qué poso
dejará cada una de estas opciones en la vida de los niños?
Me quedo con mi postura, apenas
tengo dudas. No las hay desde el respeto absoluto a los niños y desde la
motivación de intentar ayudarles a convertirse en la mejor versión posible de sí mismos. Es
complicado convivir a diario con otras posturas tan diferentes. En cualquier
caso, ya hay acumulados dos meses de trabajo tras los que me siento afortunado
de estar cinco horas diarias con los alumnos, lo cual es raramente alcanzable
con castigos y amenazas.
martes, 13 de noviembre de 2012
CABALLOS SIN OPINIÓN FORMADA, SORPRENDENTES VIAJES, Y LAS COSAS DEL DÍA A DÍA.
El platanero fue un poco radical, su estómago lo pagará, pero realmente solucionó el problema.
Llevo las manos con tierra. Hace
un momento arrancaba ya a oscuras una pocas acelgas y espinacas. ¿El mundo es
complicado o es sencillo?, ¿coordinaciones, comisiones, índices macroeconómicos,
huelgas generales, o rabanitos que crecen entre estiércol que hace meses un
caballo cagó? Para empezar, responder a estas pregunta parece bien complicado, ¿o
no? Quizá todo sea una regresión infinita, una divertida paradoja. El caballo
ni siquiera tiene una opinión sobre algo que le atañe tan directamente.
Tras dos meses y medio de
trabajo ya puedo mirar atrás y ver un poco del recorrido. De hecho, creo que ya
está a punto de acabar este curso y el próximo; pronto estaré empezando en otro
sitio. Tengo la costumbre últimamente de acabar los cursos con mucha antelación.
Uno de los problemas nuevos a los que me enfrento este año es el de no llegar a
todos los niños en la medida de lo deseable. Con ocho o diez niños en la tutoría,
veinte horas a la semana mediante, era sencillo controlar cualquier asunto,
revisar el progreso, el trabajo diario, etc. En estas semanas he comprobado que
con dos o tres horas semanales y grupos de veinticinco niños hay multitud de
factores que no puedo controlar a mi gusto y que dependen directamente de la
voluntad de los alumnos. Hay contenidos donde unos alumnos acceden, disfrutan,
progresan, y donde otros se van quedando al margen. Supongo que es lo natural,
pero nunca lo había visto desde la impotencia de mi poco margen de acción,
siempre había algo, aún poco efectivo, por hacer para evitarlo. Como ejemplo de
ir por casa, algunos alumnos están olvidando reiteradamente el cuaderno de
trabajo. Trabajan en hojas sueltas y les pido que lo pasen al cuaderno en casa.
Al cabo de unas sesiones las hojas sueltas están medio rotas o directamente
perdidas. Hasta el año pasado, al segundo día con el problema, la relación tan
directa con los niños y con los padres solía conducir a una solución. Ahora es
diferente, y voy viendo como muchos niños van acumulando problemas, mientras
otros disfrutan y aprovechan cada oportunidad que se presenta.
Hace unos días formalizamos
un grupo de trabajo en torno a la Educación
Física. Es un grupo clandestino. Totalmente al margen de la
ley, por lo que tampoco se puede contar demasiado. Lo más importante son las
ganas de juntarnos para ayudarnos y ser un poco mejores cuando cada mañana estemos
delante de los alumnos. Y haciendo cada acción y esfuerzo porque nos da la gana:
sin puntos, sin reconocimientos externos, sin indicadores burocráticos de ningún
tipo: simplemente por el convencimiento de que debemos intentar hacerlo bien con
los niños, ayudarles todo lo posible siendo mejores maestros.
Hoy el blog de EF de la escuela
recibía este comentario: “Es muy chulo ir en velero y ojalá yo hubiera podido
ir en velero”. Otros años el blog adquiría pleno sentido en torno al trabajo de
la comunicación: escritura, lectura, contacto con otras personas, “motivación
por contar”, etc. Este año, el blog de EF tiene una naturaleza diferente. El
caso es que el comentario de este niño me ha llevado hacia atrás unos meses,
donde la capacidad expresiva de los chicos me atañía directamente. Entonces
hubiera leído sus palabras, me hubiera alegrado enormemente por su participación
voluntaria, por su interés en agradar a la compañera que escribió el artículo. Hubiera
creído atisbar una intención expresiva un poco atascada en la repeticiones y en
algunas carencias de vocabulario. Hubiera pensado qué proponer a este niño para
que pudiera expresar mejor las ideas que hay en su cabeza. Hoy apenas puedo
quedarme con la fortuna que supone que un alumno dedique unos minutos de la
tarde a leer lo que una compañera ha preparado voluntariamente para el blog de
la humilde Educación Física y, además, aporte con unas pocas palabras su opinión.
viernes, 2 de noviembre de 2012
RURALIZACIÓN DE ENTORNOS URBANOS POR MEDIO DE NIÑOS.
Una vez más, justo antes de dormir tuve una idea muy importante sobre la escuela, sobre la que escribir y reflexionar. Una idea objetivamente importante. La fijé en la mente y me entregué a los sueños. Ahora escribo atormentado por el olvido de semejante idea. ¿Sería realmente importante o lo fue únicamente en el espejismo del instante anterior al sueño? Tendré que vivir con esta nueva carga, otro pensamiento muerto apenas recién nacido.
En un pueblo pequeño es normal que los niños de la escuela acudan a casa de alguno de sus maestros durante la tarde, tras la escuela. Que suceda en la ciudad es bastante más difícil e implica una exagerada puesta en escena. Hace unos días, más de treinta niños vinieron a saludarme y a pedir algunos caramelos. En un piso urbano, el jaleo de treinta y pico niños subiendo por las escaleras hasta un cuarto y llamando a la puerta fue colosal y realmente sorprendente para muchos. Pedí disculpas por los altercados, pero realmente me encantó el suceso.
También es normal en un pueblo pequeño salir a pasear, encontrarte con alumnos y compartir unas palabras y parte del camino. En la ciudad esto tampoco suele ocurrir, pero también sucedió hace unos días, pues yo salía a caminar con el perro filósofo Tastavín, ahora en período nihilista, y me encontré con varios niños de la escuela que apuraban los últimos minutos de juego de la tarde. Mi amigo perro accedió a hacer un poco de comedia para ellos, por lo que pasamos un buen rato en esa situación con tan cercano e intenso recuerdo rural para el perro comediante y filósofo y para el humano paseante. De momento, parece que ruralizar el entorno urbano próximo puede ser una solución temporal válida.
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