Hace unos días, los niños con los que compartí la mayor parte de las horas del año pasado acudieron a nuestra clase para regalarme unas cartas de despedida. Obviando a mi madre, padre y pareja, es uno de los regalos más bonitos que he recibido. Cada uno leyó su carta en voz alta y las palabras emocionadas que me brindaron forman ya parte de la colección de momentos memorables que me permiten mantenerme con vida.
Tras las cartas, pasamos la hora en un círculo hablando sobre la escuela, sobre la suerte de ser maestro con niños a los que quieres tanto, sobre la suerte de una escuela a la que acudes contento, sobre la suerte de ser ricos, multimillonarios, en afecto y cariño.