Ayer recibí en la escuela El LIBRO de los escolares de Plasencia del Monte, la primera publicación del Museo Pedagógico de Aragón. Aproveché para contar a los niños la historia del libro, y para leer algunas de las composiciones, como la de Zacarías el Caracolero. Escucharon atentos y sorprendidos, como hará cualquier lector que se acerque al libro.
La semana pasada, nuestra propuesta semanal para la escuela consistió en la realización de una escultura. Aproveché en mi clase para explicar en qué consiste esta modalidad artística, y para proyectar algunas muestras de distintas épocas. Conocieron esculturas, griegas, romanas, renacentistas, a Botero, e incluso el increíble trabajo del hiperrealista Ron Mueck. Han realizado grandes trabajos, participando, de nuevo, muchos niños de otras clases, y quedando nuestra aula con una interesante exposición de artesanía infantil (unido a los dibujos, los libros, las muestras naturales, …, la clase está ya repleta de los frutos de todo un curso).
En lengua, como ya señalé, trabajamos en torno a la filosofía, que no es sino trabajar en torno a la vida. Es decir, no hacemos nada especial. Los primeros días los niños estaban un poco apáticos. Es un trabajo de complicada puesta en escena. Pero poco a poco hemos modelado el asunto y, creo, el velero ya navega con viento a favor. Al propiciar muchos debates, relaciones con otros compañeros, preguntas a los familiares, etc., se establecen dinámicas sugerentes para ellos. Además, hemos creado el carné de periodista filosófico, con el que ya nadie se puede negar a responder a una pregunta, o responder un escueto “no sé” o “porque sí”. Lamentablemente, el carné no es tan poderoso, y no todos dedican unos pocos minutos y pensamientos a los niños.
El miércoles acudió a la escuela Pilar Sarto, que trabaja en el equipo de orientación pedagógica de Alcañiz. Vino a tratar el asunto del maltrato y el abuso escolar. Yo no tenía demasiado interés en el tema, puesto que en los entornos en los que me muevo, y espero moverme, no lo entendía como un contenido importante. Tras escucharle, reconsideré el asunto, entendiendo que nunca está mal escuchar cosas interesantes, puesto que la reflexión que puede suscitar seguro que aporta algo positivo. Al margen de lo tratado, unas palabras me quedaron grabadas. Unas palabras obvias y evidentes, pero en las que aún no había pensado de manera adecuada: “recordad que estáis trabajando con lo más importante del mundo para los padres, sus hijos”. Una idea de la que se desprenden muchas consecuencias trascendentes.
Desde el año pasado tengo la sana costumbre de utilizar como mantel (individual) hojas de periódico. No sé si en gastronomía esto tendrá algo que ver con enriquecer la comida, pero soy duramente criticado por ello. La cuestión es que, de este modo, a fuerza de leer las pequeñas noticias en las que no se suele reparar, he encontrado algunas valiosísimas que no hubiera observado de otro modo. Anoche, mientras cenaba una buena ensalada, me encontré con unas crónicas de Gervasio Sánchez, heroico y eterno corresponsal de mil guerras, ya nombrado como leyenda por Reverte en Territorio Comanche. Gervasio tiene su huequecico para la guerra de Iraq al lado de los anuncios de perfumes, unas páginas después de las que tratan el último y furibundo enfrentamiento político causado por si dije digo o Diego, y unas pocas páginas antes de las que anuncian el terrible dolor estomacal de Ronaldiño y su no asistencia a la presentación del último peine de Loreal París. Yo me fui a la cama triste. Seguimos ajenos al dolor, a las guerras, al espanto. Seguimos viviendo en nuestro mundo color rosa donde la tristeza reside en no poder comprar algún cacharro de última tecnología, donde nos emocionamos con la pantoja, con el fútbol, donde tomamos pastillas para dormir, para intentar ser felices, y para hacer la digestión de la última y opulenta comida. Los comedores escolares siguen tirando toneladas de comida cada curso a la basura, por ley.
Me gustaría transcribirlo todo, y me gustaría que Gervasio tuviera una charla con cada uno de nosotros cada semana para acercarnos a la realidad más allá de nuestro remanso de paz y consumo. Me conformaré con unas pocas frases.
“Espero mi primer hijo. Estoy en guerra desde 1980. Desde que tengo uso de razón no conozco otra situación. Ya me he acostumbrado”. Ishan.
“La angustia me persigue las 24 horas del día y me topo con el miedo hasta cuando estoy encerrado en mi casa”. Ahmed.
“Papá, es mejor que no vayamos al parque de atracciones porque puede explotar un coche bomba”. Hussein, seis años.
“He perdido la capacidad de sentir. Es como si mi corazón se hubiese muerto hace tiempo”. Mohamed, que ya no esconde de su mujer y sus dos hijos sus continuos lloros.
“El día de la gran explosión (a la salida de clase), vi cadáveres, cuerpos descuartizados, brazos cortados, imágenes que nunca podré olvidar”. Fadi, once años.
También nombra los aplausos a Clinton en Cartagena de Indias; aplausos que no llegaron a sonar en Bagdad. Y que la tasa de deserción escolar en Iraq afecta la 75% de los niños.
En la página siguiente, en unos catorce centímetros cuadrados, somos informados que “cientos de inmigrantes de Somalia y Etiopía que viajaban en un barco de traficantes fueron obligados a saltar al mar frente a las costas de Yemen”. Tal cual. Treinta muertos y cien desaparecidos.
Buen provecho.
La semana pasada, nuestra propuesta semanal para la escuela consistió en la realización de una escultura. Aproveché en mi clase para explicar en qué consiste esta modalidad artística, y para proyectar algunas muestras de distintas épocas. Conocieron esculturas, griegas, romanas, renacentistas, a Botero, e incluso el increíble trabajo del hiperrealista Ron Mueck. Han realizado grandes trabajos, participando, de nuevo, muchos niños de otras clases, y quedando nuestra aula con una interesante exposición de artesanía infantil (unido a los dibujos, los libros, las muestras naturales, …, la clase está ya repleta de los frutos de todo un curso).
En lengua, como ya señalé, trabajamos en torno a la filosofía, que no es sino trabajar en torno a la vida. Es decir, no hacemos nada especial. Los primeros días los niños estaban un poco apáticos. Es un trabajo de complicada puesta en escena. Pero poco a poco hemos modelado el asunto y, creo, el velero ya navega con viento a favor. Al propiciar muchos debates, relaciones con otros compañeros, preguntas a los familiares, etc., se establecen dinámicas sugerentes para ellos. Además, hemos creado el carné de periodista filosófico, con el que ya nadie se puede negar a responder a una pregunta, o responder un escueto “no sé” o “porque sí”. Lamentablemente, el carné no es tan poderoso, y no todos dedican unos pocos minutos y pensamientos a los niños.
El miércoles acudió a la escuela Pilar Sarto, que trabaja en el equipo de orientación pedagógica de Alcañiz. Vino a tratar el asunto del maltrato y el abuso escolar. Yo no tenía demasiado interés en el tema, puesto que en los entornos en los que me muevo, y espero moverme, no lo entendía como un contenido importante. Tras escucharle, reconsideré el asunto, entendiendo que nunca está mal escuchar cosas interesantes, puesto que la reflexión que puede suscitar seguro que aporta algo positivo. Al margen de lo tratado, unas palabras me quedaron grabadas. Unas palabras obvias y evidentes, pero en las que aún no había pensado de manera adecuada: “recordad que estáis trabajando con lo más importante del mundo para los padres, sus hijos”. Una idea de la que se desprenden muchas consecuencias trascendentes.
Desde el año pasado tengo la sana costumbre de utilizar como mantel (individual) hojas de periódico. No sé si en gastronomía esto tendrá algo que ver con enriquecer la comida, pero soy duramente criticado por ello. La cuestión es que, de este modo, a fuerza de leer las pequeñas noticias en las que no se suele reparar, he encontrado algunas valiosísimas que no hubiera observado de otro modo. Anoche, mientras cenaba una buena ensalada, me encontré con unas crónicas de Gervasio Sánchez, heroico y eterno corresponsal de mil guerras, ya nombrado como leyenda por Reverte en Territorio Comanche. Gervasio tiene su huequecico para la guerra de Iraq al lado de los anuncios de perfumes, unas páginas después de las que tratan el último y furibundo enfrentamiento político causado por si dije digo o Diego, y unas pocas páginas antes de las que anuncian el terrible dolor estomacal de Ronaldiño y su no asistencia a la presentación del último peine de Loreal París. Yo me fui a la cama triste. Seguimos ajenos al dolor, a las guerras, al espanto. Seguimos viviendo en nuestro mundo color rosa donde la tristeza reside en no poder comprar algún cacharro de última tecnología, donde nos emocionamos con la pantoja, con el fútbol, donde tomamos pastillas para dormir, para intentar ser felices, y para hacer la digestión de la última y opulenta comida. Los comedores escolares siguen tirando toneladas de comida cada curso a la basura, por ley.
Me gustaría transcribirlo todo, y me gustaría que Gervasio tuviera una charla con cada uno de nosotros cada semana para acercarnos a la realidad más allá de nuestro remanso de paz y consumo. Me conformaré con unas pocas frases.
“Espero mi primer hijo. Estoy en guerra desde 1980. Desde que tengo uso de razón no conozco otra situación. Ya me he acostumbrado”. Ishan.
“La angustia me persigue las 24 horas del día y me topo con el miedo hasta cuando estoy encerrado en mi casa”. Ahmed.
“Papá, es mejor que no vayamos al parque de atracciones porque puede explotar un coche bomba”. Hussein, seis años.
“He perdido la capacidad de sentir. Es como si mi corazón se hubiese muerto hace tiempo”. Mohamed, que ya no esconde de su mujer y sus dos hijos sus continuos lloros.
“El día de la gran explosión (a la salida de clase), vi cadáveres, cuerpos descuartizados, brazos cortados, imágenes que nunca podré olvidar”. Fadi, once años.
También nombra los aplausos a Clinton en Cartagena de Indias; aplausos que no llegaron a sonar en Bagdad. Y que la tasa de deserción escolar en Iraq afecta la 75% de los niños.
En la página siguiente, en unos catorce centímetros cuadrados, somos informados que “cientos de inmigrantes de Somalia y Etiopía que viajaban en un barco de traficantes fueron obligados a saltar al mar frente a las costas de Yemen”. Tal cual. Treinta muertos y cien desaparecidos.
Buen provecho.