lunes, 14 de marzo de 2011

UN MUNDO SIN NOSOTROS.

Belleza en forma de escribano


Los controles realizados a los niños, o cualquiera de sus producciones diarias, sirven para, leyendo entre líneas, conocer distintos aspectos sobre su concepción del mundo, que a su vez puede servir, si se acepta la generalización desde un punto de partida tan concreto, para conocer algunas de las ideas socialmente aceptadas en torno a distintos temas.

En un control realizado hace unos días sobre astronomía, una pregunta les exigía el esfuerzo de imaginar el mundo sin humanos y las consecuencias que se derivarían de ello. Esta pregunta parte de la obra de Alan Weisman, “Un mundo sin nosotros”. Evidentemente es una pregunta muy abierta, más para niños de nueve y diez años, pero me ha sorprendido notablemente cómo la mayoría ha orientado su respuesta en torno a animales, plantas, montañas, ríos, y demás elementos (fíjense que no sólo seres vivos) que desaparecerían sin los humanos, dejando entrever una especie de función divina del hombre en el planeta, sin la cual todo se desmoronaría. Esta espectacular atribución de funciones poco tiene que ver con nuestro más que humilde papel en el planeta (sí es reseñable nuestra capacidad destructiva, en el mejor de los casos) que todas las ciencias nos muestran actualmente, y quizá evidencie la aún escasa presencia de la ciencia en las escuelas.

En otra pregunta les consultaba por qué sólo vemos las estrellas por la noche (excepto el Sol, como una despierta alumna me indicó) y, en tono irónico, les preguntaba si “se ponen solas, las coloca dios, …” Para mi mayúscula sorpresa, varios niños, tras dos meses de hablar de Newton, de Sagan, de estrellas y agujeros negros, han respondido que sí, que dios es el encargado de colocarlas cada noche. En este caso, la respuesta apunta en primer lugar a un fallo de mi responsabilidad por la permanencia de esas ideas en las cabezas una vez acabado el tema. En segundo lugar, creo que el ejemplo ilustra con nitidez por qué la escuela y la religión se encargan de dimensiones muy diferentes y la segunda no debe desarrollarse dentro de la primera.

Por otra parte, intenté llevar libros a clase de autores que habíamos conocido. Uno de ellos era Einstein y el libro (“Querido profesor Einstein”) consistía en la correspondencia que cientos de escolares de medio mundo le mandaban y que él respondía con exquisito cariño y afán divulgativo. A los alumnos les llamó la atención la experiencia que el libro representaba, por lo que nos planteamos imitarla. Así, contactamos con un amable astrofísico y redactamos nuestras dudas, conocimientos, …, que ahora mismo ya viajan hacia su destino. En este caso, también es muy interesante conocer qué surge de los niños, qué ha movido y desarrollado el tema trabajado para dar origen a conocimiento y también a nuevas dudas e intereses. Así, los niños le consultan “¿qué te inspiró para ser astrofísico?”, “¿con qué energía se mueven los planetas?, “¿qué ocurriría si nos metiéramos en un agujero negro?”, “¿cómo se formó el Universo?” y “¿cómo será en el futuro?, “¿crees que hay vida en otros planetas?”, o “¿qué hay que estudiar para ser astrofísico?”, le cuentan que han aprendido “que la Vía Láctea es inmensa y nosotros sólo estamos en una parte de ella”, que han conocido a Newton, Hubble, Hawkins, …

Comienza otra semana. Otra semana en el escenario. Espero que les sea favorable y la disfruten.