domingo, 21 de octubre de 2012

NOCHE DE SÁBADO FRENTE AL FUEGO.

En estos siete u ocho años de escritura he realizado de vez en cuando descripciones de algunos alumnos con los que he tenido una relación especial. Me acuerdo de algunos a quienes me referí con los apodos de Sonrisas, Saltarina, Martinillo. Estas semanas atrás, releyendo lo escrito en este tiempo, encontraba especial alegría y nostalgia al pasar por los escritos dedicados a estos niños.

Este curso estoy descubriendo un nuevo placer: el de conocer de golpe a más de doscientos alumnos. Si otros años apenas compartía la semana con una par de docenas de alumnos, ahora comparto cada día con más de cien niños. Y esto implica que tengo acceso a un ilimitado número de formas de ser, de formas de mirar, de acercarse, de dar las gracias, de enfadarse, de hablar, de escribir… mil y un matices que me encanta conocer y que me dan la oportunidad de aprender y de esforzarme por hacer mejor cada clase a base de atender a cada uno de ellos de la mejor manera posible.

Igualmente, también estoy conociendo a algunos tipos de niños que no había conocido otros cursos en centros rurales pequeños. Silvestre llegó hace pocas semanas a la escuela. Traía con él una fama poco favorable y unas condiciones de vida muy difíciles. A mí me gusta encontrarme con niños con problemas de comportamiento. Suelo llevarme bien con ellos y ayudarles siempre supone un reto y una motivación. Hace unos días salía de la escuela al mediodía y el niño Silvestre estaba con otras personas dentro de un contenedor de basura buscando algo aprovechable. Le saludé, no había venido ese día a la escuela. Me sorprendió que con una rápida respuesta me indicara que se les había caído un estuche al contenedor y lo estaban buscando. Me entristeció comprobar como, además de la tragedia de buscar en los contenedores de basura, se añadiera la carga moral de la humillación al ser observado por un conocido y tener que buscar la primera excusa que pudiera explicar su situación.

Cada día recibimos miles de niños en las escuelas. Algunos han hecho la tarde anterior equitación y otros han rebuscado entre las basuras. Algunos se han dormido entre susurros y lecturas con la voz materna y otros se han dormido viendo una serie de la MTV. Quizá constatar estas diferencias parezca demasiado obvio, pero ser muy consciente de ello me ayuda cuando intento valorar en su justa medida muchos de los sucesos que ocurren en clase cada día para actuar de un modo adecuado. Si no lo tengo muy presente es muy fácil malinterpretar o no comprender algunos comportamientos de los niños. Especialmente en el caso de los niños con grandes problemas de comportamiento, conocer sus circunstancias vitales ayuda a establecer empatía con ellos, a comprender mejor los porqués, y a enfocar la intervención de una forma diferente.