El perro Tastavín, ahora perro urbano, junto al inquilino problemático, un inadaptado.
Pasan las semanas sin que
ocurra apenas nada interesante en este lado de océano, o del Ebro, que para el
caso es lo mismo. Me desarrollo en el papel de maestro industrial que supervisa
el cumplimiento de parámetros de calidad educativa, o como quiera que lo
llamen. O al menos actúo de ese personaje. Lo mejores momentos ocurren con los
niños, cuando puedo ser un poco del maestro de pueblo que disfruta con su
trabajo y al que le encanta estar con los alumnos. Buena parte de los buenos momentos
suceden mientras incumplimos algunas de las normas propias de un megacentro, y
que pueden tener que ver con correr por el pasillo, jugar donde no se puede,
hablar de asuntos extraoficiales o estar donde no deberíamos a la hora inapropiada.
Ya sé el nombre de los doscientos y pico niños a los que doy clase. Es algo
bueno, pues llamar a cada niño por su nombre me parece la primera muestra de
respeto e interés hacia ellos.
Como decía, todo transcurre
en el ambiente de lo industrial, ajeno a las emociones e intensidad de los años
anteriores. Cada día pienso en escribir en el blog, pero me parece que no tengo
nada que contar. Hasta hace unos minutos. He pasado la tarde poniendo en orden
cajas llenas de libros, poesías, producciones escritas de los niños, noticias,
y un sinfín de materiales acumulados en los cursos precedentes. En un momento
dado he encontrado un diario del verano de 2011 que sugerí realizar a mis
alumnos. Es de una niña que lo realizó con dedicación y cariño. Ella
me lo prestó y el diario desapareció hasta hoy. Le he escrito diciéndoselo e
indicándole que se lo llevaré si lo quiere conservar, aunque me gustaría quedármelo
como ejemplo de trabajo de una gran alumna para poder mostrar a otros maestros.
Me ha respondido “bueno, es que me gustaría tenerlo porque ha sido un verano
muy importante para mí... pero no sé... si no se podía hacer una fotocopia... no
sé”. Lógicamente se lo entregaré. Porque es suyo y especialmente porque en unas
pocas líneas ha mostrado lo que, a mi juicio, es la esencia de la escritura y
uno de los lugares más felices a los que puede llegar un maestro: “ha sido un
verano muy importante, sentí la necesidad de explicarlo con palabras escritas y
lo hice del mejor modo que fui capaz”. Creo sin duda que este espíritu es el
que ayuda a conseguir que los niños progresen y sean mejores. Y creo también
sin duda que estos asuntos sutiles de la educación nunca estarán recogidos en
un puñetero formulario. Afortunadamente.