El sábado, mientras tragaba un trozo de queso y una seta, tuve una revelación y pedí urgentemente un bolígrafo a la camarera para escribir en el mantel varias razones por las que yo era maestro, y algunas ideas clave para indicar en el preámbulo del proyecto curricular. Tras varios años de profesión y semanas de reflexión, comenzaba a ser muy preocupante no saber exactamente por qué soy maestro. Un rato antes, en la escuela Jean Piaget unas cuantas personas explicaban por qué son maestros de un centro excepcional.
Comienza uno de los momentos más bellos del ciclo anual, donde la vida se renueva y se muestra exuberante. Pollos que piden comida desesperadamente, jóvenes con miradas curiosas, pasos tambaleantes, hojas que nacen y se estiran en buscan de luz. Cada año igual, y cada año igualmente fascinante.
Ya casi es abril. Ya han transcurrido siete meses de curso. Hace un año y medio pensé que sería incapaz de llegar hasta aquí. Pensé que me perdería en el camino. Ahora me siento privilegiado, e incluso siento gran lástima por abandonar en poco tiempo este centro.