El miércoles visitamos el secadero de Jamones Peñarroya. Ya señalé hace unas semanas que pretendía acercar a los alumnos a diversos aspectos de su pueblo, como son algunas de sus empresas e instituciones. También indiqué la necesidad de planificar mejor la actividad, puesto que la persona que nos atiende no tiene la obligación de conocer nuestras necesidades, o simplemente le puede resultar complicado adecuarse al nivel de los niños.
En este caso, la satisfacción ha sido grande: comenzamos con un paseo de casi tres cuartos de hora hasta la empresa. Por el camino (una tranquila pista forestal), y con las fuerzas intactas, saltos, gritos, y carreras. Ya en el secadero nos mostraron el proceso de salado, los posteriores procesos de lavado y ventilación a diferentes temperaturas, el momento de cubrir con la manteca, y la sala final donde algunos miles de jamones aguardaban su momento idóneo.
Aprendimos que los jamones son de hembras o de machos castrados (de paso, nombramos a Farinelli), que con sal sólo están diez días, que transcurren dieciocho meses desde la entrada del jamón hasta que alcanza su punto para la venta, que los cerdos viven escasos seis meses hasta que se les sacrifica, o que, estando las granjas a escasos metros del secadero, los cerdos viajan a morir a Barcelona, para volver después sus patas casi al mismo lugar de donde partieron. Aprendimos también que un secadero de jamones sea probablemente el sitio donde uno mayor placer puede dar a su olfato (menuda opción de negocio para los perfumistas).
Por otra parte, nos habíamos propuesto mejorar nuestro comportamiento respecto a visitas anteriores, y fue bonito comprobar como los niños esperaban pacientemente su turno para hablar, como escuchaban con mayor atención las explicaciones, y como realizaban algunas curiosas y oportunas preguntas. Algunos escribieron breves notas en sus cuadernos, y con todo lo recogido, tangible o mentalmente, hemos realizado algunas actividades en clase para sacar mayor provecho a la actividad: procesos tradicionales para conservar los alimentos, efectos y diferentes usos de la sal, diferentes trabajadores en torno al jamón (criadores, transportistas, carniceros, trabajadores del secadero, etc.), etc.
En la vuelta, ya cansados los traidores, seguimos el rastro de unos cerdos, pero salvajes, comprobamos el autor de unas cuantas huellas, observamos el vuelo majestuoso del buitre, y recolectamos algunas muestras para nuestro herbario, además de robar unas cuantas imágenes a la madre naturaleza.
Cambiando de asunto, hoy hemos reunido a los padres (madres 100%, claro) para informarles que en el día de la familia del día treinta de este mes deberán realizar unos talleres de cocina en el aula con los niños. Entre madres que trabajan y madres ocupadas la participación no será excesiva. Algunos no creen en estas actividades, piensan que el papel de la familia poco tiene que ver con hacer un taller de cocina, y que los esfuerzos deberían dirigirse en otras direcciones.
El trimestre ya se acaba. Y me acuerdo lo que hacía y lo que pensaba hace un año. Me acuerdo bien. Y casi sé qué pensaré el año próximo, si aún estoy por aquí.
En este caso, la satisfacción ha sido grande: comenzamos con un paseo de casi tres cuartos de hora hasta la empresa. Por el camino (una tranquila pista forestal), y con las fuerzas intactas, saltos, gritos, y carreras. Ya en el secadero nos mostraron el proceso de salado, los posteriores procesos de lavado y ventilación a diferentes temperaturas, el momento de cubrir con la manteca, y la sala final donde algunos miles de jamones aguardaban su momento idóneo.
Aprendimos que los jamones son de hembras o de machos castrados (de paso, nombramos a Farinelli), que con sal sólo están diez días, que transcurren dieciocho meses desde la entrada del jamón hasta que alcanza su punto para la venta, que los cerdos viven escasos seis meses hasta que se les sacrifica, o que, estando las granjas a escasos metros del secadero, los cerdos viajan a morir a Barcelona, para volver después sus patas casi al mismo lugar de donde partieron. Aprendimos también que un secadero de jamones sea probablemente el sitio donde uno mayor placer puede dar a su olfato (menuda opción de negocio para los perfumistas).
Por otra parte, nos habíamos propuesto mejorar nuestro comportamiento respecto a visitas anteriores, y fue bonito comprobar como los niños esperaban pacientemente su turno para hablar, como escuchaban con mayor atención las explicaciones, y como realizaban algunas curiosas y oportunas preguntas. Algunos escribieron breves notas en sus cuadernos, y con todo lo recogido, tangible o mentalmente, hemos realizado algunas actividades en clase para sacar mayor provecho a la actividad: procesos tradicionales para conservar los alimentos, efectos y diferentes usos de la sal, diferentes trabajadores en torno al jamón (criadores, transportistas, carniceros, trabajadores del secadero, etc.), etc.
En la vuelta, ya cansados los traidores, seguimos el rastro de unos cerdos, pero salvajes, comprobamos el autor de unas cuantas huellas, observamos el vuelo majestuoso del buitre, y recolectamos algunas muestras para nuestro herbario, además de robar unas cuantas imágenes a la madre naturaleza.
Cambiando de asunto, hoy hemos reunido a los padres (madres 100%, claro) para informarles que en el día de la familia del día treinta de este mes deberán realizar unos talleres de cocina en el aula con los niños. Entre madres que trabajan y madres ocupadas la participación no será excesiva. Algunos no creen en estas actividades, piensan que el papel de la familia poco tiene que ver con hacer un taller de cocina, y que los esfuerzos deberían dirigirse en otras direcciones.
El trimestre ya se acaba. Y me acuerdo lo que hacía y lo que pensaba hace un año. Me acuerdo bien. Y casi sé qué pensaré el año próximo, si aún estoy por aquí.