miércoles, 19 de mayo de 2010

LAS LLAVES MORADA Y VERDE. SALTEN AL VACÍO Y SE SENTIRÁN LIBRES COMO UN VENCEJO.

Claroscuros se suceden


Hace ya cuatro años cerré la puerta de la escuela de Ansó, puse un cartel avisando a los veraneantes que ese era un lugar sagrado, que tuvieran cuidado con ensuciarlo o estropearlo, y me guardé las llaves, una verde y otra morada, en el bolsillo. Esas llaves han viajado en este tiempo por varios municipios, pues no las entregué en la escuela con la remota esperanza de volver a trabajar allí otra vez, y finalmente el uno de septiembre de 2010 volverán a introducirse en la cerradura de la escuela de Ansó para permitirme ser maestro, de nuevo, en ese lugar.


Hace años que volver a una escuela rural integrada en la montaña ha sido el mayor objeto de mis desvelos y el motivo recurrente e infinito de las desavenencias con mi compañera de viaje, la de belleza y bondad infinitas. Ha implicado enfados, sueños, preocupaciones, y mil emociones enfrentadas. Finalmente tomé la aventurada decisión de concursar en busca de la mejor de las vidas posibles que seré capaz de tener; tal decisión supone el primer paso. Ahora sólo me queda una faena en esta extraña vida que intento vivir, y es que la compañera de viaje me acompañe en el salto al vacío esperando que se abra el paracaídas o disfrutando del vuelo hasta el suelo si falla incluso el sistema de emergencia.


Dos días después de conocer que volveré a ser maestro ansotano los sentimientos se amontonan: vértigo por la arriesgada, valiente, o estúpida decisión, ilusión por un camino nuevo que se abre, tremenda tristeza por hacer sufrir a quien quiero, incertidumbre. La llave verde y la llave morada volverán a dar paso a la estancia donde huele a escuela de otro tiempo, a madera y a sueños.


Hoy en la piscina las compañeras se han llevado a cambiar a todos los niños y me he quedado con ella yo sólo. Es una niña pequeñita, flaquísima como el hueso de pollo que ofrecían a la bruja Hánsel y Grétel para que no les comiera, y tiene muy limitada su movilidad y su comunicación. Esta niña, que llamaremos Saltarina, disfruta como nadie con el movimiento que le proporcionamos los adultos, más cuanto más rápido y trepidante es el movimiento. Siempre pienso que es una niña muy enérgica y atlética en un cuerpo que no le corresponde. Nos hemos quedado solos, en silencio absoluto y con luz tenue. A través de la intuición y la práctica, en estos dos años he aprendido que la comunicación corporal y el contacto físico pueden acercarnos a algunos niños de un modo imposible de alcanzar por medio de las palabras. Con una mano en la cabecita de Saltarina y otra sobre su pequeña espalda, nos hemos ido meciendo sobre el agua. Ella sonreía, y con el movimiento de sus labios me decía que eso le gustaba y que quería más. Así, durante cinco o seis minutos hemos seguido moviéndonos muy despacio, disfrutando de una conexión especial, muy sencilla y, seguramente por eso, realmente trascendente. Las olas nos devolvían el reflejo plateado de su sonrisa, de mi felicidad y de mi tristeza. Por eso he pensado que debería nombrarles aquí a Saltarina.