Supongo que esta expresión
surgió hace mucho tiempo. Consultado el perro Tastavín, me expresa su enfado
ante la injusticia de la frase, pues “hay perros con todo tipo de temperamentos,
igual que las personas”, ha apostillado.
Llevo una década dando clase
a centenares de niños. He pensado siempre que mi principal virtud se refiere a
la buena relación que establezco con ellos, lo que permite alcanzar buenas dosis
de complicidad, motivación y confianza que finalmente redundan muy
beneficiosamente en las clases, en el aprendizaje real de los niños.
Conseguir esa buena relación
no es cuestión de ningún truco, simplemente ocurre de forma natural y, de
hecho, no concibo mi trabajo de otro modo. Es lo mejor del oficio con muchísima
diferencia y si fuera de otra forma me plantearía buscar otra profesión. Un
ingrediente fundamental para esta receta es el sentido del humor. Es un
ingrediente tan bueno como el azafrán, pero en vez de potenciar el sabor,
potencia las sonrisas. En el sentido del humor caben las exageraciones, las
bromas, las ironías, los dobles sentidos, las imitaciones, las comparaciones
disparatadas y dos mil recursos más. Permite mantener a los niños atentos más
tiempo, estimula y engrasa su maquinaria cerebral y, lo más importante, nos
hace sentir la escuela como un lugar agradable al que apetece volver al día
siguiente.
Hace unos días escribí una
nota a los niños. Se refería a un sistema de préstamo de material de educación
física para jugar en el recreo y al terrible hecho de tener las zonas comunes
muy sucias con frecuencia. Redacte la nota para entregarla a los tutores y que
ellos me hicieran el favor de leerla a los seiscientos y pico niños implicados
en ambas cuestiones. La redacté tal cual la hubiera explicado yo mismo de viva
voz. Intercalando dos o tres bromas que tenían la humilde intención de captar
la atención de los niños para que estuvieran muy atentos a la parte principal
del mensaje. Una de estas bromas decía que si veían a un compañero que no
devolvía el material a su lugar o tiraba basura al suelo, debían acercarse para
explicarle el sistema (pensando que seguramente sería algún niño despistado de
los cursos inferiores) y que, si no les hacía caso, entonces les podían dar “un
buen puñetazo”. Seguramente me equivoqué al infravalorar la austeridad verbal
hacia los niños de algunos compañeros. Al poco tiempo de entregar la nota fui
llamado a prestar declaración ante mis responsables que me pidieron
explicaciones indicándome que varios compañeros habían acudido alarmados ante
mi escrito. Mi pregunta, al hilo del sentido del humor y dejando al margen
otras cuestiones que merodean por el pensamiento, es cómo demonios puede un
maestro ser tutor de un grupo de niños de seis, siete, ocho, nueve, diez u once
años, pasar con ellos cientos de horas en un ambiente de pulcra seriedad sin un
mínimo guiño de humor surgido de la convivencia y las miles de experiencias
compartidas; cómo se puede leer mi nota y no entender que es una triste broma,
que la deben leer enfatizando la exageración y aprovechar la reacción de los
niños para que el mensaje tenga mayor impacto. Trabajo castrense, rendimiento
objetivo (¿?) y pruebas de valoración, el resumen de un curso compartido.