lunes, 10 de marzo de 2014

HUMOR DE PERROS.

Supongo que esta expresión surgió hace mucho tiempo. Consultado el perro Tastavín, me expresa su enfado ante la injusticia de la frase, pues “hay perros con todo tipo de temperamentos, igual que las personas”, ha apostillado.

Llevo una década dando clase a centenares de niños. He pensado siempre que mi principal virtud se refiere a la buena relación que establezco con ellos, lo que permite alcanzar buenas dosis de complicidad, motivación y confianza que finalmente redundan muy beneficiosamente en las clases, en el aprendizaje real de los niños.

Conseguir esa buena relación no es cuestión de ningún truco, simplemente ocurre de forma natural y, de hecho, no concibo mi trabajo de otro modo. Es lo mejor del oficio con muchísima diferencia y si fuera de otra forma me plantearía buscar otra profesión. Un ingrediente fundamental para esta receta es el sentido del humor. Es un ingrediente tan bueno como el azafrán, pero en vez de potenciar el sabor, potencia las sonrisas. En el sentido del humor caben las exageraciones, las bromas, las ironías, los dobles sentidos, las imitaciones, las comparaciones disparatadas y dos mil recursos más. Permite mantener a los niños atentos más tiempo, estimula y engrasa su maquinaria cerebral y, lo más importante, nos hace sentir la escuela como un lugar agradable al que apetece volver al día siguiente.

Hace unos días escribí una nota a los niños. Se refería a un sistema de préstamo de material de educación física para jugar en el recreo y al terrible hecho de tener las zonas comunes muy sucias con frecuencia. Redacte la nota para entregarla a los tutores y que ellos me hicieran el favor de leerla a los seiscientos y pico niños implicados en ambas cuestiones. La redacté tal cual la hubiera explicado yo mismo de viva voz. Intercalando dos o tres bromas que tenían la humilde intención de captar la atención de los niños para que estuvieran muy atentos a la parte principal del mensaje. Una de estas bromas decía que si veían a un compañero que no devolvía el material a su lugar o tiraba basura al suelo, debían acercarse para explicarle el sistema (pensando que seguramente sería algún niño despistado de los cursos inferiores) y que, si no les hacía caso, entonces les podían dar “un buen puñetazo”. Seguramente me equivoqué al infravalorar la austeridad verbal hacia los niños de algunos compañeros. Al poco tiempo de entregar la nota fui llamado a prestar declaración ante mis responsables que me pidieron explicaciones indicándome que varios compañeros habían acudido alarmados ante mi escrito. Mi pregunta, al hilo del sentido del humor y dejando al margen otras cuestiones que merodean por el pensamiento, es cómo demonios puede un maestro ser tutor de un grupo de niños de seis, siete, ocho, nueve, diez u once años, pasar con ellos cientos de horas en un ambiente de pulcra seriedad sin un mínimo guiño de humor surgido de la convivencia y las miles de experiencias compartidas; cómo se puede leer mi nota y no entender que es una triste broma, que la deben leer enfatizando la exageración y aprovechar la reacción de los niños para que el mensaje tenga mayor impacto. Trabajo castrense, rendimiento objetivo (¿?) y pruebas de valoración, el resumen de un curso compartido.

Siempre he defendido que el trabajo riguroso y esforzado no está reñido con el buen ambiente. Lo contrario con frecuencia estrecha peligrosamente los límites entre la disciplina y el miedo, lo cual tiene poco de educativo. Por otra parte, cuando reprimes durante horas muchos de los impulsos naturales de los niños tan pequeños (reír, compartir, preguntar, …), puedes considerar que eres un genio en el manejo de grupos, pero sería estupendo poder echar un vistazo a los apuros del compañero que recoge entonces a los alumnos y que debe contener las emociones encorsetadas de veinticinco niños que llevaban dos horas respirando despacito para que el maestro no se enfadara.