jueves, 3 de septiembre de 2009

DE UN RECREO HORROROSO Y UNOS NIÑOS CON LENGUAJE MODERNO Y PENSAMIENTO MEDIEVAL.

Las hadas de Ansó veranean en Vitosha

Tastavín muerde con frenesí en este instante una pelota de goma. De vez en cuando también me muerde los tobillos y los dedos de los pies. A ella le muerde el culo, supongo que por pura inteligencia. Muchos dicen que un perro no puede vivir en la Gran Ciudad Desarrollada. Allí no se puede cagar con tranquilidad por la calle y el olor a perro está muy mal visto. Él, el perro, dice que sí puede, que un tiempo prudente considera posible aguantar; que no le parece la mejor opción, pero que aguanta, y que, en todo caso, no se siente de ese lugar. Dice que es de Mirambel, que pasó por ese pueblo de joven con la bici, le gustó mucho, y se hizo de allí. Él no tiene concurso de traslados, así que está a la expectativa.


Hace dos días salía del lugar donde intentan cambiar mi conducta (ahora se pueden adquirir algunas estupendas) y pasé por el centro donde estudié EGB, BUP, y COU. Qué complejidad de siglas. Como estaba animado y veía la vida con entusiasmo, fruto de la nueva conducta ya adquirida, entré, saludé al director del centro y me asomé al recreo. Qué sensación. Un espacio en el que estuve cada mañana durante dos lustros visto con los ojos de los casi treinta años. Todo estaba igual, pero era diferente. Era un lugar visto con ojos que habían reído y llorado abundantemente desde la anterior mirada, así que todo se mostraba distinto. Observé por primera vez que era un recreo horrendo, feísimo, encementado y rodeado de edificios y tráfico gris. Quizá por culpa de ese recreo ahora debo cambiar mi conducta por otra mejor, más moderna y provechosa.


Otra aventura de esas interesantes para contar en esta cosa sin sentido aparente llamada blog ocurrió el lunes por la tarde. Bajábamos el perro Tastavín y yo a dar una vuelta por el barrio, a olisquear algún trasero y a realizar meditaciones profundas sobre la vida, cuando tres jóvenes de unos doce años pasaban por la puerta del centro en el que trabajo. Creo que ya les dije que en este centro trabajan algunos de los maestros más luminosos de este brazo de la galaxia. El caso es que los jóvenes iban diciendo cosas como “mira, un colegio de subnormales”, “eh, mira, soy mongolo, jojojo”, y otros enunciados similares mientras reían y hacían aspavientos variados. Los mozos tenían un aspecto sano, limpio, iban bien vestidos y hubieran pasado por buena gente si hubieran permanecida callados. Los llamé y les pedí disculpas por haberles escuchado, siempre se ha dicho que escuchar lo de otros está mal, pero que no me parecían muy apropiadas sus palabras, que los niños que allí estudiaban no habían elegido nacer ciegos, sordos, con piernas que no les obedecen o con cerebros que se van apagando poquito a poco, aún manteniendo risas radiantes y hermosas. Que quizá ellos, sanos y fuertes, lo que debían a esos niños era respeto y ayuda en caso necesario, y dar gracias cada instante por no tener ningún problema como ellos. Me miraron muy atentos y bastante incómodos, pensé que quizá había removido algo en sus cabezas, pero pronto vi que se alejaban haciendo chistes similares y riendo. Quedamos, el perro y yo, contrariados. Pensábamos que algunas mentalidades ya se habían extinguido, o que, al menos, ya no se daban en las generaciones de jóvenes criados al amparo de la TV y los videojuegos. Pensamos qué hubieran sentido sus padres si les hubieran visto por un agujerico, si se habrían avergonzado o no. Tastavín, el perro, que cada día reclama más derecho a expresar sus opiniones (incluso quiere abrirse su propio blog), dice que no entiende cómo aún quedan personas jóvenes que viven tan alejadas de lo que significa la integración y son capaces de referirse a las personas discapacitadas con esa falta de consideración tan desmedida, dolorosa, y terriblemente humillante. Dice que será porque no han tenido nunca la suerte de conocer a Natalia, a Santi, a Ainhoa, a Ana, a Enrique, a Jesús, a Alejandro, a Alex, …, y a sus familias maravillosas.


Buen día y hasta el próximo, si aún seguimos por este mundo.