jueves, 26 de mayo de 2011

UN DÍA DE ESCUELA EN CUATRO MOMENTOS.

El perro Tastavín ajeno a la dimensión etérea del hombre

Se abre el telón y nos miramos en el espejo. Esta ha sido la actividad para comenzar el día e introducir una tarea de escritura. A primera vista puede resultar intrascendente, incluso a segunda, pero son las apariencias. Ciertamente es una de esas acciones profundamente impactantes que suelen pasar desapercibidas con la rutina. Vista la vida desde los ojos hacia afuera todo parece normal, pero al vernos reflejados en uno de esos utensilios hay quien se pregunta quién demonios es el de enfrente, si está realmente vivo y existe, qué significa existir, y todas esas cuestiones que ya debería respondernos alguien. Así hemos comenzado la mañana. Algunos niños han llegado a algunas reflexiones, otros no, y después hemos traducido a palabras ciertas ideas surgidas.

A mitad de mañana he discutido con un compañero sobre la naturaleza humana. Él intentaba hacerme comprender la naturaleza racional y espiritual del hombre que le diferencia de los animales, mientras que yo me declaraba esencial y circunstancialmente animal, sin inteligencia ni alma reseñables y equiparable en lo fundamental a las garrapatas o los tritones pirenaicos. Me desasosiega el mantenimiento en la escuela de concepciones medievales de la vida, mientras repetimos cada año como mantras tibetanos las tablas de multiplicar, las reglas de ortografía de la ge y la jota y los distintos medios de transportes. Y hay antídotos, porque está el maestro Sagan y esas otras personas magníficas.

Una historia para comenzar la tarde: la del Pastor de Andorra (recomendación encarecida del documental de Joaquín Carbonell; en YouTube en seis breves partes) y cuando con dos años y medio sus padres lo dejaban por la mañana en el pajar con una jarra de leche bajo los cuidados de una cabra y cómo una vecina acababa sujetándola para así él poder engancharse a las ubres y quitarse el hambre. Caras de sorpresa y risas entre los niños. Esto pasaba hace poco en nuestras ciudades y pueblos y ahora yo escribo esto en Blogger desde mi confortable sala de estar. Hay algo muy extraño en todo ello. En estos casos también recuerdo el libro Un saco de canicas y las peripecias a lo largo de todo el país de los hermanos franceses de unos nueve y diez años para burlar al nazismo.

Para acabar la tarde, una visita de tres niños a punto de experimentar la comunión con su dios. Venían de ultimar los detalles y confesarse. Uno decía tener cuatro pecados, el segundo muchos y el tercero no se acordaba. El asunto es que charlaba con ellos desde la ventana y recordaba cuando el padre Luis ("padre de Luis" le diría después mi hermano aún ajeno a la posibilidad de ser padre sin tener hijo), en medio de mi vergüenza, congojo y sentimiento de culpa, me confesaba hace veinte años y cuando nos miraba a los ojos cada mañana porque decía poder conocer nuestros pensamientos y mentiras a través de ellos.

Sigue siendo todo demasiado extraño. Que tengan buen fin de semana.

lunes, 23 de mayo de 2011

LOS NIÑOS DESDE MI RECIÉN ADQUIRIDA VEJEZ.

Palmira Pla en la biblioteca

Hoy compartiré con ustedes una preocupación. Después de un buen número de salidas y convivencias durante bastantes años con grupos de niños diversos, la de la semana pasada ha resultado la primera en la que vuelvo con un cierto sabor amargo. He escrito por aquí otras veces que me encanta mi trabajo porque me encanta estar con los niños. Creo que, a grandes rasgos, podría decirse que es lo único que sé hacer en mi trabajo: estar bien con ellos y que ellos estén bien conmigo. Con ellos suelo estar mejor que con los adultos y generalmente siento que la comunicación es más sencilla que con humanos de mayor edad. Por eso una semana de convivencia significa un tiempo perfecto para las complicidades, los juegos, las alegrías, la conversación, etc. En definitiva, además de la responsabilidad de marchar por el mundo con treinta y cinco almas infantiles, siento estas actividades como un gran momento del curso.

El problema radica en que la conexión con lo chicos ha estado llena de cortocircuitos y he realizado más un papel de vigilante enfadado que el que en principio creo me corresponde y con el que disfruto. Con la preocupación, una duda asociada: ¿había algún factor especial en el grupo con el que he acudido o simplemente me hago viejo y me molestan asuntos que antes pasaba por alto? Intento negar esta segunda explicación. En cualquier caso, estoy profundamente desconcertado por un número significativo de niños cuyo comportamiento era constantemente maleducado, irrespetuoso, humillante para otros compañeros. Esta era su norma habitual, por lo que estar con ellos resultaba desolador y desagradable. Soy especialmente sensible a las actitudes chulescas y de menosprecio gratuito a otros compañeros, que muchas veces sufren este daño durante años, así que no puedo comprender los actos únicamente dirigidos a hacer sufrir a otro que no ha hecho nada malo. He visto con frecuencia niños que agachaban su cabeza, como el perro Tastavín cuando está triste, y tragaban sin masticar los insultos y desprecios que otros les servían por asuntos triviales o simplemente porque así les apetecía.

Quizá lo que me resultaba absolutamente turbador era la normalidad del comportamiento. La falta de respeto, la humillación, lo grosero, resultaban en muchos casos lo habitual, y con esa normalidad lo vivía el grupo en muchas ocasiones también. Con frecuencia asistían atónitos a mis intervenciones o enfados, como si mi reacción no les encajara. Igualmente, al hablar con los implicados individualmente, mostraban constantemente sorpresa por mi enfado, e incluso una magnífica actitud indolente de estar de vuelta de la vida a sus sensacionales diez u once años de edad ¿será realmente que me estoy haciendo viejo para estos menesteres? ¿estoy comenzando el proceso de desconexión de la juventud que exhiben muchos maestros convencidos de la maldad de las nuevas generaciones?

Para acabar de forma positiva, es conveniente recordar que los centros rurales de innovación educativa de Teruel (CRIET) donde los alumnos de quinto y sexto de toda la comunidad autónoma realizan las convivencias trimestrales son una de las mejores ideas pedagógicas que conozco. Cada vez que he acudido a uno de ellos he acabado con la sensación de que ha sido una de las semanas con más sentido del curso.

Otro rato les hablaré sobre las albóndigas de los comedores escolares y su relación con el juicio al que seremos sometidos cuando el fin del mundo tenga lugar.

Que tengan buena semana y buen final de este mes que ya se diluye en la eternidad.

lunes, 16 de mayo de 2011

SENTADO SIN PALABRAS.

Dentro de unas pocas horas salgo con tres decenas y pico de niños hacia un lugar bien lejano. Allí, en ese invento tan extraordinario llamado CRIET, pasaremos la semana. Mientras repasaba los papeles que no debo olvidar y la lista de alumnos, me he detenido un momento a pensar en la responsabilidad que significa acompañar a tal cantidad de humanos jóvenes y en lo poco que reparaba hace cinco años en estos detalles. El alejamiento de la juventud aprovecha cualquier resquicio para mostrarse.

Últimamente las ideas para escribir, aún siendo recién nacidas, aparecen lentas y cansadas. Lo único que últimamente surge con facilidad es la necesidad de estar rodeado de naturaleza y subir a lugares altos donde sentarme y observar. Les dejo con esta sensación en forma de dos imágenes.



Que tengan una buena semana, especialmente si suelen sonreír y saludar con alegría a quien se cruza con ustedes.

domingo, 8 de mayo de 2011

DIEZ NIÑOS Y SU MAESTRO ESCUCHAN QUÉ SIGNIFICA COMUNICACIÓN.


Quizá alguien recuerde el comienzo de alguno de los libro de lógica de Raymond Smullyan (¿Cómo se llama este libro?, por ejemplo), en donde se preguntaba algo así como qué ocurriría si un obús infalible se estrellara contra una guarnición indestructible. Este simple juego-pregunta ha estado olvidado en algún rincón de la memoria durante años hasta que hoy, hace siete u ocho minutos, ha vuelto al pensamiento presente. De repente, mientras me lavaba la cara y veía en el espejo la que supongo es mi imagen, he percibido que mi vida se va pareciendo cada vez más a esa pregunta donde se debaten dos imposibles y tratas de avanzar páginas para encontrar la solución que el autor nunca escribió. Me quedo sin saber si la olvidó, la omitió a mala idea o simplemente es una pregunta que nunca ha encontrado respuesta. Esto pensaba hace ocho o nueve minutos y ahora lo estoy escribiendo.

El sábado por la mañana la escuela se abrió para realizar una actividad de aprendizaje sobre educación especial. Iba a escribir “sensibilización” (creo que ya lo escribí hace unos días), pero no, creo es más justo decir “aprender” y eso ya nos llevará a la sensibilización, al respeto, al compartir, o a lo que sea necesario.

La educación especial se llama así porque en un número de casos elevadísimo, hasta donde conozco, las familias, niños, maestras y otros profesionales son profundamente especiales. Y en este caso tuvimos la suerte de recibir a una de esas maestras. La jornada avanzó en torno a explicaciones, lecturas, actividades para ponernos en lugar de otros niños, dinámicas para reflexionar en torno al lenguaje, la comunicación y las relaciones con los demás. Los niños acudieron voluntariamente rozando el pleno de asistencia, lo que suscita algunas reflexiones: Profesor en la secundaria comentaba por aquí y en su blog en distintas ocasiones qué ocurre en el camino de los adolescentes que hace tan difícil motivarles, moverles desde la voluntariedad, estimular su curiosidad y ganas de aprender; el dato de asistencia también ayuda a sentirse bien a los que creen que los niños son buena gente y que el mundo es tan fascinante que intentar aprenderlo y enseñarlo es algo magnífico.

Recuerdo ahora mismo a esos adolescentes que cruzaban frente a la puerta de la escuela de educación especial y hacían burlas grotescas sobre los niños que allí estudiaban. Y hago revisión también del curso que está cerca de finalizar: soy nítidamente consciente de varios apartados en los que he realizado de forma desastrosa mi trabajo; en la otra cara de la moneda, pensando qué he podido aportar a los diez niños con lo que he pasado tantas horas, cómo les he ayudado a ser mejores, estoy casi convencido que nunca realizarán las bromas ignorantísimas y crueles de los adolescentes mencionados. Creo que realmente mis jefes no me pagan por ello, pero a mí me deja muy contento.

Cuando acabábamos con cierta prisa porque rondábamos la hora de comer en la que las familias se preguntarían qué demonios hacían sus hijos en la escuela un sábado a esas horas, una niña preguntó, esperando una afirmación, si íbamos a seguir la actividad por la tarde. Sirva esta imagen de resumen de la actividad y de agradecimiento para quienes nos ayudaron a llevarla a cabo.

jueves, 5 de mayo de 2011

DOLOR AL MIRAR.


Quizá hacerse mayor signifique en demasiadas ocasiones llenar la mente de ideas que acaban sepultando los pensamientos más sencillos y necesarios. Un espeso manto de distracciones, miedos, obligaciones, formalismos, burocracia, apatía, …, llegan a cubrirlos. Por eso en el universo adulto se producen acontecimientos terribles que en el mundo de los niños raramente podrían ocurrir y que son muy difíciles de explicar. Y por eso también los niños pueden hacer algunas preguntas que no encuentran respuesta sin recurrir a sentimientos prohibidos en su mundo: ira, venganza, intolerancia, humillación, deshumanización, por ejemplo.

En clase existe ya una gran confianza y complicidad entre los alumnos y el que escribe, lo que permite algunos debates y reflexiones de gran profundidad e intensidad. Hoy los niños preguntaban sobre la muerte de Bin Laden y sobre las medidas de Francia e Italia para cerrar las fronteras a los inmigrantes que huyen de sus países en guerra. Creo que la comprensión de acontecimientos de este tipo está reservada a la mente adulta, no por su inteligencia y madurez, sino por su enrevesamiento y la citada capacidad para perder de vista lo importante.

Hace unos días me contaron una reflexión de un miembro de Tricicle en la que indicaba que muchos problemas de los políticos tenían que ver, a su juicio, con su falta de sentido del humor; que ellos raramente veían políticos en sus espectáculos, y que quizá asistiendo a más espectáculos humorísticos el clima que generan sería menos agrio. Yo estoy de acuerdo y añado que si la gente que se cree demasiado importante saliera con unos cuantos niños por un sendero precioso a compartir algunas sonrisas, arreglaran y regaran un huerto, leyeran unas páginas no necesariamente económicas y finalmente fueran a fotografiar un colosal cielo con luna nueva, es muy probable que las noticias de guerras y sus exiliados, muertes, odio, destrucción y venganza, quizá fueran menos frecuentes.

Mirar alrededor hace cada día un poco más de daño.