Sobre el alma en los perros y los humanos. Diálogos con mi amigo en el bosque encantado.
Miro por la ventana y veo un edificio antiguo en primer plano; al fondo, sobre el edificio antiguo, brillan en una maraña confusa miles de luces que dan testimonio del movimiento de la ciudad. Pienso si estoy cerca de la quietud del primero o del torbellino de las segundas y no tengo respuesta. Parece que la búsqueda de la calma acerca irremisiblemente hacia la tempestad.
Hace unos años, cuando trabajaba en la escuela de Peñarroya de Tastavíns, escribí de forma oscura y atormentada ante lo que me parecían injusticias y desatinos constantes en la escuela. Seguramente yo mismo fui injusto en buena medida y, sobre todo, no fui discreto ante temas que requerían mayor prudencia. Al menos aprendí que las letras, igual que las palabras, hay que utilizarlas con cuidado. Espero no cometer el mismo error.
En estos casi dos cursos que llevo trabajando en mi centro actual he vivido situaciones angustiosamente contradictorias y frustrantes. No sólo por la naturaleza gigante del lugar, con las lentas dinámicas que genera, sino por el ambiente de trabajo que impera en el centro, donde la burocracia, las acciones para "cubrirse las espaldas", las reuniones inservibles, el poco espacio para la realización personal del maestro, rodeado de imposiciones de todo tipo, son claves cotidianas. Añoro con profunda nostalgia mi escuela pequeña donde tengo la suerte de juntarme con maestros como Carmen con los que compartir el trabajo cada día genera ilusión y decenas de ideas que esperan impacientes ser aplicadas al día siguiente. También he vivido en esta última etapa la sensación de sentirme constantemente vigilado y obligado a rendir cuentas respecto de los asuntos más disparatados, lo cual me crea un desasosiego permanente y la sensación de tener que emigrar a otro lugar cuanto antes. He comentado con algunos compañeros mi admiración ante su capacidad para trabajar en entornos complicados durante años. Soy débil en esta parcela y mi tendencia suele ser la huida. No soy capaz de estar demasiado tiempo en lugares donde no me encuentro muy bien, lo cual genera una inestabilidad profesional y personal difícil de gobernar. Si doy unas cuantas vueltas a la idea, creo que mi tendencia a la huida y la inestabilidad que se crea es un rasgo personal. No sé si tendrá relación con la incertidumbre ante la vida y la muerte y la angustia consiguiente, con la desconfianza en uno mismo, con un carácter demasiado exigente...
Lo mejor de estos dos cursos que ya se dirigen hacia su final serán, como siempre, los niños. He disfrutado como nunca de los cientos de experiencias que tantos niños juntos proporcionan cada semana. He conocido decenas de niños maravillosos con los que ha sido un gran placer trabajar y niños con dificultades que me han obligado cada día a intentar hacerlo un poco mejor. He disfrutado cada instante con ellos, desde que les he recibido hasta que les he despedido. Me han obligado a reír y estar contento cada día aún habiendo llegado esa mañana a la escuela con la tristeza más profunda. Les he dado una buena porción de mi energía y espero haberles ayudado en alguna medida en el proyecto que casi acaban de comenzar: vivir una vida plena.
Entre las muchas joyas que he recolectado de lectura casuales, hoy he tenido la suerte de encontrarme con el siguiente pensamiento de Ortega y Gasset y que quizá fotocopie y extienda por las paredes de mi centro: "Siempre es más fecunda una ilusión que un deber. Yo no creo mucho en la obligación, como creía Kant, lo espero todo del entusiasmo".