En marcha el milagro de las nueces, las bellotas, los membrillos, ...
Antes de comenzar este curso no sabía prácticamente nada sobre el autismo. Ahora, tras siete meses en un centro de educación especial, sé dos cosas: trabajar con niños autistas es terriblemente difícil y profundamente sorprendente.
Durante la formación universitaria, apenas estudié generalidades sobre este trastorno: el frecuente retraso mental asociado, los problemas comunicativos y emocionales o la necesidad de rutinas claras y elementos anticipatorios. La comunicación es probablemente el asunto más complejo, y aquí podemos observar niños que se comunican con bastante normalidad a través de una especie de ordenadores, otros que lo hacen a través de fichas estructuradas en tableros de comunicación, o los que manejan el lenguaje oral con mayor o menor funcionalidad.
En este campo de la comunicación he conocido sorpresas mayúsculas: el niño que, tras varios meses sin decir palabra, se pone a repetir las palabras que su tutor le indica a través del micrófono, el niño que responde la fecha cada mañana a través de su artilugio electrónico navegando entre carpetas y subcarpetas hasta llegar a la respuesta correcta, o el niño que repite sistemática e infinitamente las mismas fórmulas gramaticales y las mismas palabras cada día.
Por otra parte, los alumnos con la capacidad comunicativa más restringida son los que plantean un mayor reto pedagógico: por una parte es dificilísimo transmitirles las actividades, las intenciones, los sentidos de las tareas, y, por otra parte, resulta frustrante (más aún sin contamos con inexperiencia) captar sus mensajes, puesto que un lloro o un grito puede significar desde “el agua está fría”, hasta “no me encuentro bien porque tengo miedo”, pasando por “no quiero hacer esta actividad y preferiría hacer mis tareas rutinarias”.
Quizá la cara más mediática del autismo sea la representada a través del cine por niños con autismo que tienen muy desarrolladas algunas capacidades. La realidad se muestra con mayor aspereza, pero no es infrecuente encontrar algunas facultades inusualmente elevadas. En concreto, podría contar el caso de un niño que me preguntó el primer día de curso mi dirección (calle, portal, puerta), plaza de garaje, marca y modelo de coche, etc. Al cabo de varios meses, en febrero creo, escuché algunas palabras de una conversación entre adultos y al acercarme me indicaron que, si quería sorprenderme, preguntara a este niño por mis datos. Él repitió escrupulosamente la calle en la que vivo, el portal, la plaza de garaje, …, del mismo modo que puede repetir los datos de buena parte de los trabajadores del centro (unos cincuenta). También tiene en su cabeza una copia fiel del callejero de la ciudad, y de los autobuses que pasan por cada una de sus calles. Igualmente puedes sorprenderte cuando copia un dictado en el ordenador a la velocidad normal de la conversación, cuando maneja ventanas y programas informáticos con una velocidad mareante, o cuando una de sus páginas de navegación puede ser un chat de una radio polaca. Estos grupos resultan desconcertantes, y trabajar contenidos propios de educación física con rigor está representando, hasta la fecha, un imposible.
La ONU ha declarado el día dos de abril Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Estamos llegando a un punto en el que cada día es el “Día” de cincuenta mil causas y asuntos, por lo que, a mi juicio, se pierde buena parte del sentido. En todo caso, leer la noticia me ha permitido describir someramente esta realidad que tan cerca vivo este curso y compartirla con vosotros.
Antes de comenzar este curso no sabía prácticamente nada sobre el autismo. Ahora, tras siete meses en un centro de educación especial, sé dos cosas: trabajar con niños autistas es terriblemente difícil y profundamente sorprendente.
Durante la formación universitaria, apenas estudié generalidades sobre este trastorno: el frecuente retraso mental asociado, los problemas comunicativos y emocionales o la necesidad de rutinas claras y elementos anticipatorios. La comunicación es probablemente el asunto más complejo, y aquí podemos observar niños que se comunican con bastante normalidad a través de una especie de ordenadores, otros que lo hacen a través de fichas estructuradas en tableros de comunicación, o los que manejan el lenguaje oral con mayor o menor funcionalidad.
En este campo de la comunicación he conocido sorpresas mayúsculas: el niño que, tras varios meses sin decir palabra, se pone a repetir las palabras que su tutor le indica a través del micrófono, el niño que responde la fecha cada mañana a través de su artilugio electrónico navegando entre carpetas y subcarpetas hasta llegar a la respuesta correcta, o el niño que repite sistemática e infinitamente las mismas fórmulas gramaticales y las mismas palabras cada día.
Por otra parte, los alumnos con la capacidad comunicativa más restringida son los que plantean un mayor reto pedagógico: por una parte es dificilísimo transmitirles las actividades, las intenciones, los sentidos de las tareas, y, por otra parte, resulta frustrante (más aún sin contamos con inexperiencia) captar sus mensajes, puesto que un lloro o un grito puede significar desde “el agua está fría”, hasta “no me encuentro bien porque tengo miedo”, pasando por “no quiero hacer esta actividad y preferiría hacer mis tareas rutinarias”.
Quizá la cara más mediática del autismo sea la representada a través del cine por niños con autismo que tienen muy desarrolladas algunas capacidades. La realidad se muestra con mayor aspereza, pero no es infrecuente encontrar algunas facultades inusualmente elevadas. En concreto, podría contar el caso de un niño que me preguntó el primer día de curso mi dirección (calle, portal, puerta), plaza de garaje, marca y modelo de coche, etc. Al cabo de varios meses, en febrero creo, escuché algunas palabras de una conversación entre adultos y al acercarme me indicaron que, si quería sorprenderme, preguntara a este niño por mis datos. Él repitió escrupulosamente la calle en la que vivo, el portal, la plaza de garaje, …, del mismo modo que puede repetir los datos de buena parte de los trabajadores del centro (unos cincuenta). También tiene en su cabeza una copia fiel del callejero de la ciudad, y de los autobuses que pasan por cada una de sus calles. Igualmente puedes sorprenderte cuando copia un dictado en el ordenador a la velocidad normal de la conversación, cuando maneja ventanas y programas informáticos con una velocidad mareante, o cuando una de sus páginas de navegación puede ser un chat de una radio polaca. Estos grupos resultan desconcertantes, y trabajar contenidos propios de educación física con rigor está representando, hasta la fecha, un imposible.
La ONU ha declarado el día dos de abril Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Estamos llegando a un punto en el que cada día es el “Día” de cincuenta mil causas y asuntos, por lo que, a mi juicio, se pierde buena parte del sentido. En todo caso, leer la noticia me ha permitido describir someramente esta realidad que tan cerca vivo este curso y compartirla con vosotros.