Lóbulo frontal: ideas en plena cristalización.
Ya he leído varias veces a escritores sobre el excelente recurso que supone coger una libretica, un lápiz (el de la dolorosa muerte, según Millás), y dedicarte a mirar y captar la realidad. Para Sampedro, ésto es hacer la esponja: colocarte en un lugar estratégico y dejar que los flujos de la realidad te traspasen mientras se realiza un cuidadoso filtrado de los elementos más interesantes. Parece ser que geniales novelas y ensayos han encontrado brillantes ideas en autobuses, parques, tertulias de bar, o mercadillos.
Desde hace años, cuando estoy en la gran capital, nada más entrar en ella, me veo desbordado de estímulos sonoros, luminosos, de gente por todas partes, etc. Esta sensación aumenta conforme el espacio disminuye, y, así, cuando viajo en el autobús no escapo de la perplejidad al observar lo que me rodea. Digamos que estos días, en una especie pseudomasoquismo, he encontrado un resquicio de placer en el tormento que para mí supone moverme por la ciudad. He cogido cierto gusto y habilidad para hacer la esponja. He de decir que ahora los teléfonos móviles facilitan mucho el flujo de realidad a través de los poros de este animal, por que resulta muy fácil capturar alimento: lo mismo te enteras de los índices bursátiles que de las vacaciones del interlocutor, o del joven con cara de niño, calzoncillos de diseño en las axilas, gorra a medio caer, que aseguraba haber mandado a cinco tipos al hospital a base de golpes con un bate de béisbol en su última pelea. Eso sí, sin navajas, concluía en un arrebato de nobleza. Ya tengo mi libreta de capturar fragmentos de vida.
Otra de felicidad pedagógica. Ayer, una niña a la que podemos adornar con adjetivos como buena, educada, inteligente, curiosa, trabajadora, y guapa, me escribió una carta. Esta niña tiene 6 escasos años, y yo sólo le di clase de EF durante el curso pasado. En todo caso, nos llevábamos muy bien, y fue un placer enorme tenerla como alumna. Me tomo la libertad de transcribir su escrito, porque me encanta (me parece un honor que una niña de esta edad me escriba después de tres meses sin verme), y porque creo sirve para poner ejemplo de la importancia y la riqueza (no sólo a nivel pedagógico) de las relaciones que se establecen entre el maestro y sus alumnos:
Hola José Luis:
¿Cómo estás?. Te echo de menos. Ya me han traído la bici de la Comarca. Es roja y muy grande y no toco el suelo.
¿En Zaragoza ya ha empezado la escuela?, ¿has ido a la Expo?. Yo sí y es muy chulo. Este verano me he acordado mucho de ti por todo lo que me has enseñado de deporte.
Pronto empezaré el cole y no sé qué maestro o maestra nos habrá tocado.
Un beso.
Este trabajo es un jaleo, tan pronto tienes que llenar como vaciar, y me coge siempre con las alforjas del revés.
Desde hace años, cuando estoy en la gran capital, nada más entrar en ella, me veo desbordado de estímulos sonoros, luminosos, de gente por todas partes, etc. Esta sensación aumenta conforme el espacio disminuye, y, así, cuando viajo en el autobús no escapo de la perplejidad al observar lo que me rodea. Digamos que estos días, en una especie pseudomasoquismo, he encontrado un resquicio de placer en el tormento que para mí supone moverme por la ciudad. He cogido cierto gusto y habilidad para hacer la esponja. He de decir que ahora los teléfonos móviles facilitan mucho el flujo de realidad a través de los poros de este animal, por que resulta muy fácil capturar alimento: lo mismo te enteras de los índices bursátiles que de las vacaciones del interlocutor, o del joven con cara de niño, calzoncillos de diseño en las axilas, gorra a medio caer, que aseguraba haber mandado a cinco tipos al hospital a base de golpes con un bate de béisbol en su última pelea. Eso sí, sin navajas, concluía en un arrebato de nobleza. Ya tengo mi libreta de capturar fragmentos de vida.
Otra de felicidad pedagógica. Ayer, una niña a la que podemos adornar con adjetivos como buena, educada, inteligente, curiosa, trabajadora, y guapa, me escribió una carta. Esta niña tiene 6 escasos años, y yo sólo le di clase de EF durante el curso pasado. En todo caso, nos llevábamos muy bien, y fue un placer enorme tenerla como alumna. Me tomo la libertad de transcribir su escrito, porque me encanta (me parece un honor que una niña de esta edad me escriba después de tres meses sin verme), y porque creo sirve para poner ejemplo de la importancia y la riqueza (no sólo a nivel pedagógico) de las relaciones que se establecen entre el maestro y sus alumnos:
Hola José Luis:
¿Cómo estás?. Te echo de menos. Ya me han traído la bici de la Comarca. Es roja y muy grande y no toco el suelo.
¿En Zaragoza ya ha empezado la escuela?, ¿has ido a la Expo?. Yo sí y es muy chulo. Este verano me he acordado mucho de ti por todo lo que me has enseñado de deporte.
Pronto empezaré el cole y no sé qué maestro o maestra nos habrá tocado.
Un beso.
Este trabajo es un jaleo, tan pronto tienes que llenar como vaciar, y me coge siempre con las alforjas del revés.