miércoles, 25 de abril de 2012

MAESTRO PEQUEÑITO.


Disfrutando del silencio y la contemplación

Sigue la vida y todo lo que hay dentro.

Estos días estoy repasando los textos que he escrito en estos casi siete años de diario. Es un acto muy sorprendente. En muchos casos apenas recuerdo muchas situaciones descritas o acciones realizadas. Me sorprende releer mi ilusión de los primeros meses. ¿Cuánta habré perdido en este tiempo? Me sorprende también la estupidez que adorna muchos juicios. Especialmente hay una época oscura en la que aún no había comprendido que es más fácil mejorarse uno mismo que cambiar el mundo.

Vivo días extraños en la escuela. La decepción nunca había sido un sentimiento surgido en este espacio hasta estos días.

El problema tiene relación con el estilo de vida y el consumo de drogas por parte de los jóvenes. Desde educación física y desde mi dimensión más personal e íntima, intento transmitir constantemente la necesidad de cuidar nuestro cuerpo y de vivir la mejor vida posible. Lo transmito por pura convicción; por la firme creencia de que la vida es un milagro y debemos aprovechar hasta el último de sus instantes con la mejor de nuestras disposiciones. Pasear por un bosque en medio de la noche o despertar en una montaña bajo las estrellas puedo asegurarles que supone una intensidad perceptiva sobresaliente y no maltrata la cosa tan extraña y maravillosa que es nuestro cuerpo.

Pero constato, por otra parte, que los estímulos que reciben los chicos van en mayoría abrumadora en la dirección contraria: las familias, hermanos, amigos, sociedad, lanzan el mensaje constante de que el alcohol, el tabaco y la marihuana son inofensivos, que representan la normalidad si uno quiere pasar un buen rato y divertirse de verdad. Hace unos meses una niña preadolescente vio a algunos maestros con algunas copas extra y me dijo que yo no sabía divertirme. Esta indicación y el pensamiento que implica me parecieron desoladores. Los niños cada día se inician antes en el consumo de esas drogas mal llamadas blandas, hasta el punto de consumirlas en momentos en los que su organismo atraviesa fases tempranísimas de su desarrollo. Imaginen qué supone para un niño de doce o trece años comenzar a tomar alcohol cuando su sistema nervioso todavía tiene por delante siete u ocho años de desarrollo. Los hermanos mayores allanan el camino y transmiten el mensaje de normalidad cuando cada fin de semana muestran a sus hermanos menores en qué consiste llegar borracho a casa, o qué significa viajar fuera de este mundo tras abusar de la marihuana.

En este asunto soy un extraño transmisor de un mensaje que en esta sociedad parece el de un puritano mojigato. Parte del orgullo de nuestro oficio radica en considerar que aportamos algo bueno a los alumnos. Qué quieren que les diga. Me da mucha pena no poder influir más en la vida de los chicos a los que aprecio.