Tras una operación de apendicitis, visitamos a la joven alumna para interesarnos por su salud y dejarle un par de libros que le hagan más llevadera su reposo.
Ayer tuve la suerte, o lo contrario, de asistir en la sede de ANSAR a la proyección de un vídeo sobre las estepas aragonesas creado por el ornitólogo y fotógrafo Miguel Ángel Bielsa. En primer lugar, ese espacio popularmente conocido como “secarral” se nos mostró como un biotopo de incalculable riqueza geológica, paisajística, botánica y faunística. Incalculable, digo. Un precioso documental de cuarenta y cinco minutos fruto de cinco años de trabajo. Tierras salinas, increíbles adaptaciones al medio, alondra de dupont, alcaraván, endemismos florales aragoneses en peligro de extinción, soledad, silencio, tierras vírgenes. Un lugar que impresionaría si lo pusieran en la maldita TV y dijeran que estábamos viendo Arizona, o algo por el estilo.
Sí, y la cruz. La miseria humana. Las promesas preelectorales, el donde dije digo…, el no recuerdo bien…; aclarando: vertederos, urbanizaciones, polígonos industriales, son los elementos que nuestros guías políticos, visionarios del mundo mejor que todos anhelamos, están eligiendo para adornar ese biotopo que hace de Aragón un lugar único en Europa.
Hay cosas que me parecen tan obvias que no comprendo cómo algunos piensan de manera tan diferente. No comprendo cómo el interés económico puede ser el motor principal de nuestra sociedad, de la política, de nuestras vidas; cómo algo tan volátil, tan efímero, puede ser lo más importante; cómo puede ser que nuestra vida, un imperceptible e incomprensible destello dentro del desconcertante universo, y que se apaga, quizá en breves instantes, con el suspiro de la mínima brisa, pueda estar irremisiblemente cegada por el progreso desaforado, por la ostentación, por la posesión de grandes riquezas. Cómo somos tan necios, tan incapaces, de no subir un escalón más, de no llevar la mirada un metro más lejos, de no escuchar otros sonidos, de no sentir un pequeño cosquilleo allí donde dicen que las personas tenemos los sentimientos, o la inteligencia.
Es por esto que tengo serias dudas sobre si merece la pena conocer, o resulta de mayor provecho permanecer ajeno a todo y vivir en el feliz desconocimiento. O no, quizá ya no tengo dudas.
(foto D. Trujillo).
Ayer tuve la suerte, o lo contrario, de asistir en la sede de ANSAR a la proyección de un vídeo sobre las estepas aragonesas creado por el ornitólogo y fotógrafo Miguel Ángel Bielsa. En primer lugar, ese espacio popularmente conocido como “secarral” se nos mostró como un biotopo de incalculable riqueza geológica, paisajística, botánica y faunística. Incalculable, digo. Un precioso documental de cuarenta y cinco minutos fruto de cinco años de trabajo. Tierras salinas, increíbles adaptaciones al medio, alondra de dupont, alcaraván, endemismos florales aragoneses en peligro de extinción, soledad, silencio, tierras vírgenes. Un lugar que impresionaría si lo pusieran en la maldita TV y dijeran que estábamos viendo Arizona, o algo por el estilo.
Sí, y la cruz. La miseria humana. Las promesas preelectorales, el donde dije digo…, el no recuerdo bien…; aclarando: vertederos, urbanizaciones, polígonos industriales, son los elementos que nuestros guías políticos, visionarios del mundo mejor que todos anhelamos, están eligiendo para adornar ese biotopo que hace de Aragón un lugar único en Europa.
Hay cosas que me parecen tan obvias que no comprendo cómo algunos piensan de manera tan diferente. No comprendo cómo el interés económico puede ser el motor principal de nuestra sociedad, de la política, de nuestras vidas; cómo algo tan volátil, tan efímero, puede ser lo más importante; cómo puede ser que nuestra vida, un imperceptible e incomprensible destello dentro del desconcertante universo, y que se apaga, quizá en breves instantes, con el suspiro de la mínima brisa, pueda estar irremisiblemente cegada por el progreso desaforado, por la ostentación, por la posesión de grandes riquezas. Cómo somos tan necios, tan incapaces, de no subir un escalón más, de no llevar la mirada un metro más lejos, de no escuchar otros sonidos, de no sentir un pequeño cosquilleo allí donde dicen que las personas tenemos los sentimientos, o la inteligencia.
Es por esto que tengo serias dudas sobre si merece la pena conocer, o resulta de mayor provecho permanecer ajeno a todo y vivir en el feliz desconocimiento. O no, quizá ya no tengo dudas.
(foto D. Trujillo).