sábado, 27 de abril de 2013

PLAÑIDERAS, ÍDOLOS Y ELUCUBRACIONES: A. COSSERY.



He dado en el diccionario con la palabra plañidera. En su segunda acepción: Mujer llamada y pagada que iba a llorar a los entierros. La palabra, su arquitectura, me parece magnífica. Me parece de una sonoridad curiosísima, con su eñe tan bonita y que además me hace pensar en cosas de la infancia, me suena a juego y alegría, a música y a pueblo. Curiosamente nada más lejos de la realidad; en su definición está la otra parte de su grandeza, o de su miseria: el retrato del espíritu humano, o de una parte al menos, dispuesto a pagar lágrimas para aparentar la cantidad suficiente de pena. Póngame tres cuartos de desolación y un poco de lástima. Nuestra capacidad de mercantilizar la realidad es infinita.

Llego a esta palabra a través de Mendigos y orgullosos, el libro de Albert Cossery (entrevista poco antes de su muerte), personaje que abandonó este mundo hace unos pocos años y cuya vida está a punto de ser editada en la obra Tras Albert Cossery, del escritor aragonés José Luis Galar gracias al método de micromecenazgo.

Albert Cossery creo que hubiera sido muy buen amigo de Henry David Thoreau. Imagino que los dos hubieran vivido en la cabaña del lago Walden maldiciendo el rumbo de la sociedad y a la vez partiéndose de risa por su estupidez. Igualmente, Thoreau hubiera sido un gran compañero de habitación de Cossery en París, en una habitación del hotel La Louisiane. Seguro que Cossery hubiera accedido a la petición de Thoreau de quitar las cortinas e incluso la mesa del cuarto para evitar tener que limpiarlas. En todo caso, quizá Thoreau no se hubiera acostumbrado al bullicio parisino de la época y hubiera pedido a su compañero de piso emigrar a los Alpes o, más cerca, a cualquier paraje tranquilo y alejado de Ardenas, Borgoña o Alta Normandía, donde montar su casa, cultivar sus verduras, leer y vivir tranquilos.

Las vidas que se alejan de lo convencional y persiguen ideales hasta las últimas consecuencias señalan con precisión minuciosa nuestro acomodamiento e inacción.

martes, 23 de abril de 2013

DE MAESTROS INTRÉPIDOS. O INSENSATOS.


Niño intrépido me manda foto. Riesgo, emoción, caída... levantarse y vuelta a empezar.

Desde hace varios años, quizá desde que comencé a trabajar, cada curso me convierto enseguida en el profesor arriesgado que hace cosas con los niños que otros maestros ni consideran por el riesgo que en ello observan.

Escribo sobre este tema en gran medida porque dar clase de EF a quinientos niños cada semana ha multiplicado por diez los sucesos que estoy viviendo este año respecto a los ocurridos los años anteriores. Por cuestiones meramente estadísticas encuentro diez veces más golpes, más lloros, más lesiones leves y graves, más familias enfadadas con o sin razón, que en los años anteriores, por lo que el asunto adquiere una dimensión que obligatoriamente exige reflexionar.

Sin ir más lejos, los asuntos más graves ocurridos este año ni siquiera han surgido específicamente del trabajo de clase, sino de aspectos secundarios. Como luego escribiré, el maestro de EF es seguramente quien asume más riesgos a la vista de su objeto de trabajo, de la variedad de material empleado, del espacio donde desarrolla su trabajo, de la complejidad de las relaciones que se establecen en clase entre los alumnos. En primer lugar, una familia me acusó ante el equipo directivo de maltratar a su hijo (le sujeté para que no pegara a otros compañeros, y el asunto acabó al cabo de unos días con la disculpa de la familia por una acusación tan terrible). En segundo lugar, hace pocos días explicaba unas cuestiones de la sesión en la pizarra portátil cuando una ráfaga de viento la tiró y golpeó a varios niños en la cabeza. Uno de ellos al acabar la mañana se mareaba y tuvo que acudir al hospital para pasar unas horas en observación y prevenir complicaciones. En este caso casi tuvo que ser la familia quien animara al maestro por el susto que me di, pero en otras circunstancias, otra familia y con un poco de mala suerte, quizá el maestro hubiera acabado en una difícil situación legal (en cualquier caso, una vez comprobado que el alumno está bien, maldita importancia tiene la legalidad, aunque te acabe llevando a la cárcel).

He pensado unos minutos cómo enfocar esta entrada, y realmente hay muchos ángulos diferentes:

- La valoración y decisión posterior del maestro entre riesgos a asumir y beneficios pedagógicos a alcanzar. Ilustrativamente, el riesgo cero es no hacer absolutamente nada con los alumnos más allá de tenerles lo más quietos que sea posible y devolverles cuanto antes con sus familias. Evidentemente, no se hará con ellos ninguna salida fuera de la escuela ni actividad alguna que pueda implicar una rozadura en el pie.

- Cómo entendemos nuestra responsabilidad en proporcionar experiencias importantes a los alumnos que seguramente de otro modo no alcanzarán. Para el tutor puede pensarse en actividades de teatro, de salidas a la naturaleza, visitas a museos, convivencias de varios días… pero en el caso del maestro de EF esta perspectiva está intensamente presente cada día desde el momento que las experiencias motrices de los alumnos son cada vez más pobres… ¡y siguen siendo igual de necesarias! (al respecto puede considerarse un tema que he tratado otras veces: la prohibición explícita del juego  infantil en la mayor parte de los lugares de la ciudad donde este es posible (plazas y calles peatonales, etc.) y, en general, un diseño urbano que obvia completamente a sus habitantes más jóvenes). Así, hay niños que no han montado en bici, que no han ido en patines, que no conocen una piscina, que no han salido al campo a caminar, o más terrible, que no tienen otros momentos de juego compartido fuera de las clases de EF.

-La americanización de nuestra vida da lugar a presenciar hechos que hace quince años observaba con sorpresa en la sociedad americana: me refiero en este caso a denunciar en el juzgado en cualquier asunto de la vida. Muchos maestros temen este tipo de acciones por parte de las familias y directamente optan por la vía de no tomar ningún riesgo.

- La asignatura de Educación Física implica movimiento, y el movimiento implica choques, caídas, roces, cansancio, esfuerzo… forman parte de su naturaleza. En este sentido el maestro de EF es el maestro más expuesto ante la problemática de la que estoy escribiendo.

- La sobreprotección de los niños. Cada vez hay más niños que no saben qué es caerse, qué es hacerse daño… lo que significa directamente que no juegan, que no se mueven. Se pueden rellenar miles de páginas sobre la necesidad del movimiento y del juego (desarrollo de la motricidad, de la autonomía, de la comunicación y la socialización, hábitos saludables e integración de los mismos en la vida adulta; forma parte, simplemente, de la naturaleza humana y más específicamente aún de la del niño). Aquí incluyo una referencia a otro caballo de batalla: la dinamización de los juegos en el recreo. Muchos maestros están tranquilos si una mayoría juega a fútbol y los demás deambulan como abueletes en un geriátrico. Considero que tenemos una responsabilidad importante en este momento escolar, que, a su vez, se presta para compensar algunas de las carencias citadas respecto al juego libre, a la relación con los compañeros, a conocer recursos para utilizar en el tiempo libre de cada tarde. Muchas veces, aportar un matiz positivo en este asunto no depende de grandes medidas ni grandes recursos: uno de los juegos más divertidos que han descubierto en el recreo los niños de segundo consiste en montarse en una caja de plástico (de las usadas para la fruta) y ser arrastrados por varios compañeros mediante una cuerda. Aunque, por supuesto, hay que convencer a compañeros que de entrada y por defecto prohibieron el juego nada más verlo. Otras veces es simplemente la motivación que aporta el maestro que participa un tiempo en el juego, o poder sacar al recreo el material que se está utilizando en EF esos días (quieren mejorar un poco más, comprobar lo aprendido en clase, etc; me refiero a bádminton, bicis, patines, pelotas para juegos variados, cuerdas, aros, etc.), o cualquier otra medida que haga del recreo un lugar de mayor dinamismo y aprovechamiento. Respecto al tiempo extraescolar de los niños, sugerir que pidan regalos que les ayuden a enriquecer sus actividades de juego y motricidad también puede ser una opción, e incluso prestar desde la escuela algunos materiales para que practiquen y, en su caso, valoren si los quieren comprar para disponer de ellos en cualquier momento. Más aún, una medida relacionada con lo anterior y que estos días me dedico a llevar a cabo, el profesor de EF puede mantener actualizado un listado de posibles clubes, asociaciones, o actividades donde los alumnos encuentren espacios y momentos extraescolares para desarrollar su motricidad, en particular, y su personalidad, en general.

Pensando en las actividades más bonitas, más provechosas y de mayor impacto para los niños que he realizado o en las que he participado desde que soy maestro me acuerdo de las Semanas Blancas que acompañé a los niños del colegio Doctor Azúa, en los lanzamientos de niños por el aire a la piscina del Piaget o en sus progresos y tragos de agua con el buceo, de las carreras en carros con ruedas por los pasillos piagetenses, en viajes de varios días a distintos lugares sin otros maestros acompañantes, en rutas con la bici por senderos de monte, en bajadas a buena velocidad desde Zuriza, en almuerzos desde el escarpe de Juslibol contemplando la efervescente ciudad bajo nuestros pies, en excursiones que acababan con los niños de Peñarroya metidos en el río Tastavíns o con los de Ansó en el Veral (mientras Carmen, la excepcional maestra que aún es ansotana, sufría y me lanzaba miradas fulminantes), en la escalada en Linza, en dormir en la escuela de Ansó con nuestros amigos zaragozanos, de cualquier semana CRIET, con maestros con responsabilidad sobre mil niños en todo tipo de actividades, en actividades de orientación con niños desperdigados por un amplio espacio y corriendo en todas las direcciones… estoy seguro que si el principal criterio de valoración fuera el riesgo asumido, la escuela perdería buena parte de su valor. Sencillamente, como una parcela más de la vida, donde desde el momento en que te mueves hay riesgo, pero donde si no te mueves… no hay vida.

Es una de las entradas más extensas que he escrito y, a pesar de ello, concluyo con la sensación del tratamiento superficial. Escribir de temas muy complicados en unas cuantas líneas quizá genere más asuntos importantes omitidos que cuestiones igualmente importantes tratadas.

martes, 9 de abril de 2013

OTRO QUE NO DEBÍA.


Si la memoria no me engaña, creo que el suyo es el único autógrafo que tengo en casa. Tuve la profunda fortuna de escucharle en directo en Jaca. 

Su peor fallo, como el de Saramago hace también poco tiempo, ha sido morirse. Con la muerte de Labordeta leí lo de todos los buenos se mueren antes de tiempo. Amarga verdad.

Este blog se declara de luto permanente ante el fallecimiento de un autor que tanto me ha hecho aprender y disfrutar. Siempre tendré rondando por la cabeza La senda del drago ante la posible pregunta acerca de un libro favorito. Y los diálogos con el médico Valentín Fuster, rebosantes de vida y humanismo.

¡Viva en la memoria José Luis Sampedro!

lunes, 8 de abril de 2013

UNO DE DROGAS.

Si teclean en su buscador TDAH, es decir, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, obtendrán unos cuantos millones de resultados. Darán con pedagogos de moda desmontando lo que consideran una patología irreal creada por un sistema educativo anacrónico y una sociedad enferma, encontrarán a psiquiatras delimitando la patología y su tratamiento, podrán escuchar testimonios de niños, padres, y cualquier otro hecho que realmente deseen analizar.

Mis pretensiones son muy humildes. Llegué a este asunto de la escuela hace unos cuantos años y prácticamente no se nada de ella ni de ninguna otra cosa. No dispongo de estadísticas sobre la evolución en el tiempo de este trastorno, de la definición médica precisa, de los datos reales de niños diagnosticados en nuestra comunidad o en el país. Mi datos se limitan a la experiencia en los centros por los que he pasado. En estos lugares sí existe un pensamiento colectivo generalizado de que cada vez es mayor el número de niños diagnosticados con TDAH y, por tanto, medicados para ello.


(Retomo la escritura que quedó aparcada ayer. Además, escribo rápido pues tengo unas cuantas emergencias vitales que atender).


Entre muchas, dos circunstancias para considerar:


-         - Aumenta cada día la frecuencia de familias y tutores que me indican que tal niño está medicado, que le están ajustando las dosis y que recojamos información sobre cómo se encuentra a tal o cual hora, por si al alquimista se le ha ido la mano o, al contrario, el niño aún da síntomas de eso, de ser niño. Si está un poco desmandado por la mañana, pues un poco más de chute en el desayuno y así el mocete vendrá finamente narcotizado. De hecho, en reuniones maestriles se justifican con normalidad conductas de los niños en base a desajustes de la medicación, a cambios en las dosis, etc. ¡No en referencia a criterios pedagógicos!


-         - B es una alumna muy joven. Apenas hace siete años que conoce el mundo. Durante los primeros meses de curso mantuvo un comportamiento mejorable en EF. Mejorable del modo en que son mejorables otros cincuenta millones de comportamientos. Se despistaba, incumplía algunas normas, una pelea de vez en cuando. Por otra parte, era especialmente cariñosa y ponía interés en mejorar. Estos asuntos se comentaron con su familia, que maravillosamente se prestó a colaborar y a tener un seguimiento periódico para que la situación mejorase. Al cabo de unos meses, estaba encantado con la niña y con la familia, pues el comportamiento era prácticamente perfecto y la niña trabajaba de modo excelente en las clases. De todos modos, al cabo de unas cuantas semanas acudieron al médico, que diagnosticó a la niña con las famosas siglas y le recetó la pastilla conveniente. Al enterarme me quedé perplejo, pues B, hasta donde alcanzo a valorar, encaja perfectamente con la normalidad y con lo que se supone es un comportamiento que la educación, el trabajo diario, los hábitos, el cariño, …, deben ir encaminando hacia mejoras progresivas. Incluso los informes médicos hablaban del comportamiento en términos de normalidad. Me quedó la terrible sensación que era cuestión simple de un cambio: un cambio del esfuerzo diario de caminar junto a un niño por el gesto de dar una píldora que haga, teóricamente, algo parecido. Pastilla a cambio de esfuerzo, de educación. Puestos a lanzar palabras, que no cuesta nada, creo que es un síntoma de nuestra enfermedad social: tender hacia todos los senderos que limitan el esfuerzo, la dignidad, la constancia…, bien aprovechándonos del prójimo, bien con una sustancia química, bien con el medio más rápido y fácil que tengamos a mano.

Cada día dejamos menos a los niños hacer de niños. Prohibimos sus juegos en las plazas y en las calles, les llenamos el horario de actividades organizadas que les mantienen ocupados y cuidados, les negamos el contacto con el mundo natural con el que llenar su vida de movimiento y descubrimientos, les negamos el mismísimo juego, les obligamos a vivir a una velocidad estúpidamente creada por los adultos. Finalmente les negamos las conductas auténticas que significan ser niño: el movimiento, la inquietud por ir de aquí para allá, la alegría del juego libre y espontáneo. Más aún, lo penalizamos con un castigo o una pastilla.


No tengo claro si un pesimista se alegra cuando constata que tiene razón. Cada día compruebo que me quedo corto en mis perspectivas sobre la podredumbre de nuestra especie. Los adultos occidentales vivimos una confusa fiesta llena de alucinógenos, desahucios, mentiras y excesos. El problema temible es que, ni siquiera son simples espectadores, invitamos a los niños a participar en nuestro despropósito.