Mientras caminaba en busca de la consulta en la que iban a reorganizar algunos de mis dientes destartalados en acto de servicio, una alegre melodía comenzó a sonar. En unos instantes, un señor me dio un papel donde ponía unas cosas muy interesantes sobre la sed y los modos de mitigarla, con especial mención a su versión espiritual, y, al doblar la esquina, sobre un escenario aparecieron los productores de la melodía, que brincaban sobre una gran pancarta que decía “Zaragoza, Jesucristo te ama”. Me alegré por Zaragoza, siempre está bien que te quieran, e imaginé que a cosas de estas se refiere la gente cuando me dice que en la GranCiudadDesarrollada uno tiene todo lo que necesita. También, a cuarenta kilómetros de la GranCiudadDesarrollada, cuando uno llega de un pequeño pueblo oscuro y silencioso, ya puede sentir su inabarcable mancha luminosa y su crepitar metálico. Fabricar lo que uno necesita hace demasiado ruido.
Quizá debiera contar el privilegio de tres semanas sin dar mi asignatura, pasando por cada clase para conocer a los grupos, a los tutores, los sistemas de comunicación empleados, los modos de acercarme, …, pero no, solamente contaré que la semana pasada tuve la suerte de observar a un niño que llamaba por teléfono a quien había sido su maestro, el cual, después de unos minutos de charla, dijo que había sido uno de los momentos más bonitos de su trayectoria profesional.