Después de cuatro años, una vieja revista que habrá pasado por muchas manos ha llegado hasta mí tras laberíntico e intrincado recorrido, conexión rumana incluida, encontrando un lector al que sorprender (en la primera página, la escuela de Ansó) y al que mostrar algunos caminos.
Gracias a su entrevista, he conocido a Eduardo Martínez de Pisón. No en persona, desafortunadamente. Apenas un par de páginas, unas pocas ideas, y ya ha pasado a la enorme lista de las personas con las que sería un privilegio compartir una tarde escuchándoles. Esas personas que, estoy seguro, hacen mejor el mundo. Creo que él me entendería decir que uno es de donde se siente.
Henry Russell, a su vez, aparece unas cuantas páginas antes, así que también nos hemos presentado y, no sé él, yo me he enamorado. Ayer por la tarde, sin tardar, empleé el dinero para las zapatillas, habrá que estirar las viejas, en su libro Recuerdos de un Montañero. Dice que “las cosas verdaderamente sublimes las sentimos pero no las aprendemos y todavía menos las comprendemos”. También sentía extraña atracción por dormir en maravillosas montañas y admirar cada mañana el mejor de los amaneceres.
Quizá entonces en esos sitios verdaderamente sublimes no sea lo apropiado buscar respuestas. Quizá sentirlos ya es la respuesta. Probaré con tu idea, Henry; queda poco tiempo.