El platanero fue un poco radical, su estómago lo pagará, pero realmente solucionó el problema.
Llevo las manos con tierra. Hace
un momento arrancaba ya a oscuras una pocas acelgas y espinacas. ¿El mundo es
complicado o es sencillo?, ¿coordinaciones, comisiones, índices macroeconómicos,
huelgas generales, o rabanitos que crecen entre estiércol que hace meses un
caballo cagó? Para empezar, responder a estas pregunta parece bien complicado, ¿o
no? Quizá todo sea una regresión infinita, una divertida paradoja. El caballo
ni siquiera tiene una opinión sobre algo que le atañe tan directamente.
Tras dos meses y medio de
trabajo ya puedo mirar atrás y ver un poco del recorrido. De hecho, creo que ya
está a punto de acabar este curso y el próximo; pronto estaré empezando en otro
sitio. Tengo la costumbre últimamente de acabar los cursos con mucha antelación.
Uno de los problemas nuevos a los que me enfrento este año es el de no llegar a
todos los niños en la medida de lo deseable. Con ocho o diez niños en la tutoría,
veinte horas a la semana mediante, era sencillo controlar cualquier asunto,
revisar el progreso, el trabajo diario, etc. En estas semanas he comprobado que
con dos o tres horas semanales y grupos de veinticinco niños hay multitud de
factores que no puedo controlar a mi gusto y que dependen directamente de la
voluntad de los alumnos. Hay contenidos donde unos alumnos acceden, disfrutan,
progresan, y donde otros se van quedando al margen. Supongo que es lo natural,
pero nunca lo había visto desde la impotencia de mi poco margen de acción,
siempre había algo, aún poco efectivo, por hacer para evitarlo. Como ejemplo de
ir por casa, algunos alumnos están olvidando reiteradamente el cuaderno de
trabajo. Trabajan en hojas sueltas y les pido que lo pasen al cuaderno en casa.
Al cabo de unas sesiones las hojas sueltas están medio rotas o directamente
perdidas. Hasta el año pasado, al segundo día con el problema, la relación tan
directa con los niños y con los padres solía conducir a una solución. Ahora es
diferente, y voy viendo como muchos niños van acumulando problemas, mientras
otros disfrutan y aprovechan cada oportunidad que se presenta.
Hace unos días formalizamos
un grupo de trabajo en torno a la Educación
Física. Es un grupo clandestino. Totalmente al margen de la
ley, por lo que tampoco se puede contar demasiado. Lo más importante son las
ganas de juntarnos para ayudarnos y ser un poco mejores cuando cada mañana estemos
delante de los alumnos. Y haciendo cada acción y esfuerzo porque nos da la gana:
sin puntos, sin reconocimientos externos, sin indicadores burocráticos de ningún
tipo: simplemente por el convencimiento de que debemos intentar hacerlo bien con
los niños, ayudarles todo lo posible siendo mejores maestros.
Hoy el blog de EF de la escuela
recibía este comentario: “Es muy chulo ir en velero y ojalá yo hubiera podido
ir en velero”. Otros años el blog adquiría pleno sentido en torno al trabajo de
la comunicación: escritura, lectura, contacto con otras personas, “motivación
por contar”, etc. Este año, el blog de EF tiene una naturaleza diferente. El
caso es que el comentario de este niño me ha llevado hacia atrás unos meses,
donde la capacidad expresiva de los chicos me atañía directamente. Entonces
hubiera leído sus palabras, me hubiera alegrado enormemente por su participación
voluntaria, por su interés en agradar a la compañera que escribió el artículo. Hubiera
creído atisbar una intención expresiva un poco atascada en la repeticiones y en
algunas carencias de vocabulario. Hubiera pensado qué proponer a este niño para
que pudiera expresar mejor las ideas que hay en su cabeza. Hoy apenas puedo
quedarme con la fortuna que supone que un alumno dedique unos minutos de la
tarde a leer lo que una compañera ha preparado voluntariamente para el blog de
la humilde Educación Física y, además, aporte con unas pocas palabras su opinión.