miércoles, 17 de mayo de 2006

Durante el lunes y el martes recién consumidos he estado con mis alumnos en los alrededores de Santander disfrutando de nuestro viaje de fin de curso.

Han sido muchas horas de viaje, de visitas a Cabárceno, el Museo y la Neocueva de Altamira, la Península de la Magdalena, o el tan bonito como sobreexplotado pueblo de Santillana del Mar, de viaje en barco, y, sobre todo, de descubrimientos.

Hace algunos días conté que me parecía que la escuela, más allá de las asignaturas, era un proceso de descubrimientos y sorpresas. En viajes como este lo anterior adquiere todo su sentido: niños de todos los pueblos del CRA haciendo amistades nuevas, niños de 6 años contando las peripecias vividas a otros niños mucho mayores de otros pueblos, niños a quienes la madre tiene que traer casi en brazos a la escuela y que en el viaje hacen su cama, ponen y recogen su mesa, gestionan su tiempo libre, su ropa, o niños que abrazan y animan a algunos pequeños a quienes la primera noche fuera de casa se convierte en un puerto de traidoras rampas.

Recuerdo a una niña de segundo contando alucinada a otra recién conocida niña de sexto que la noche anterior en la habitación había otras niñas que se cambiaban de ropa delante de ellas sin darles vergüenza, y, en definitiva, recuerdo en la cara de todos los alumnos sonrisas, sorpresa, melancolía, alegría, y otros mil sentimientos en apenas 2 días. Viaje muy bonito y muy productivo para todos.