Desde el lugar más magnífico que he pisado en los últimos años; el resto de las imágenes están en la memoria, pues el frío no permitía ni pulsar el disparador.
Han aparecido estos días en los medios de comunicación noticias sobre la opción de educar a los hijos en el propio hogar. El tribunal constitucional ha desestimado esta posibilidad y ha obligado en la sentencia a que los alumnos cursen la enseñanza obligatoria por los cauces oficiales.
Las familias implicadas, por su parte, argumentan sobre la pobreza del sistema educativo oficial, indican que no forma a personas autónomas, sino que está al servicio de la "obediencia y la sumisión" Acusan a la escuela de promover modelos exclusivamente competitivos, de no formar el pensamiento, sino, más bien, de llenar la cabeza. Las familias se ofrecen a estar supervisadas por la autoridad educativa pertinente.
Hace unos pocos días, antes de la aparición de estas noticias, comentaba con un buen amigo sobre este tema. Él tiene un hijo con pocos meses de edad. Él es maestro, así que conoce bien el funcionamiento del entramado pedagógico. Se le planteaba el dilema de escolarizar a su hijo durante la educación infantil en un modelo educativo alternativo y recién llegado a su lugar de residencia. Un centro con profesionales interesantes que pretendían establecer un modelo con una gran calidad. Mi amigo dudaba y sentía incomodidad ante la opción de dar la espalda al propio sistema para el que trabaja. El futuro de su hijo en la educación infantil oficial de su lugar de residencia son unos maestros anclados en las formas y los contenidos de hace seiscientos o setecientos años, que trabajan con los niños de tres, cuatro, y cinco años a base de fichas, fichas, y algunas fichas más. Por otra parte, una vez su hijo haya superado la etapa de infantil con el menor número posible de secuelas, le esperan en uno de los ciclos de primaria un grupo de maestros que consideran al niño como una especie de delincuente al que hay que corregir, vigilar y controlar mediante la imposición y el castigo (hagan, por favor, un esfuerzo en imaginar cómo funcionaran en esas clases las excursiones, la sensibilización ante temas importantes, la formación del pensamiento, ...) Así pues, ¿qué hace un padre y maestro que teme un futuro similar para sus hijos?
Quizá también esté mal que lo diga y lo piense, pero comprendo la reivindicación de esas familias. La heterogeneidad abrumadora en cuanto a formación de profesorado existente implica una seria reflexión por parte de un padre que asigna notable relevancia a la formación de su hijo. Igual que no permitiríamos jamás que nuestro hijo fuera tratado por un médico sin formación, por un médico que no mejorara su salud, no entiendo por qué sí permitir que este hijo nuestro pase un año, o dos, o tres, ..., con una persona que no le aporte nada positivo más allá de la memorización del libro de texto, en el mejor de los casos. Me canso de ver ejemplos (o expresiones literales) de que en la escuela vale todo: "cada uno tiene su metodología...", "todo es respetable...", etc. No. En la escuela hay cosas que están bien y cosas que están mal. Los maestros que trabajan doce horas cada día, inteligentes, excelentemente formados en lo personal y en lo profesional y que dan su vida por sus alumnos no son lo mismo que los maestros que hacen un poco menos de lo obligatorio y sienten mala gana cada vez que se encuentran con sus alumnos. Y hasta que esto no esté claro en la cabeza de todos los implicados, seguirá habiendo padres con mala suerte a los que les temblarán las piernas cuando deban llevar a su hijo a la escuela.
Que pasen un buen fin de semana. En el cielo lucirá una luna casi llena preciosa.