lunes, 1 de diciembre de 2008

DE PERTENECER A UN LUGAR.

Cabrita feliz y libre del Matarraña.

El sábado visité Peñarroya de Tastavins, mi anterior destino como maestro. Fue una tarde maravillosa. En las calles del pueblo se mezclaron los encuentros donde los niños mostraban sensaciones de indiferencia, de vergüenza, o de cálida bienvenida. La hospitalidad y amabilidad de algunas personas me hicieron sentir vivamente parte de ese lugar; a menudo, cuando recorro lugares que han pasado por mi vida, me siento como un extraño, como un turista estúpido que pasea por donde ya no le corresponde y que, desde la calle, mira atontado a través de las ventanas de una casa en la que un día vivió. Odio esa sensación, y por eso siempre me debato entre las ganas eternas de volver y la vergüenza de ya no pertenecer al lugar. Y el eterno alimento de la nostalgia: recorrer un espacio que encierra anécdotas, aventuras, sentimientos y emociones en cada uno de los milímetros que lo componen: una excursión con los niños, un recorrido con la bici, la emoción de un amanecer, una charla con un compañero, la soledad y el silencio de las tardes de invierno, las lecturas que me acompañaron,...

Me encantó leer en la entrada de Profesor en la Secundaria sobre África la cita del eminente economista Manfred Max Neef: "A partir de cierto umbral, el crecimiento económico genera un deterioro de la calidad de vida". La pena es que haya que ser eminente para darse cuenta. O, mejor dicho, que justamente las personas que deberían considerarlo miren para otro lado. Sensacional la entrada, y magnífica la entrevista enlazada en la cita. Por cierto, me pregunto continuamente qué pensará cualquier persona de los maltratados países pobres cuando oiga que en Occidente estamos en crisis. Qué injusticia, qué indecencia, y qué poco hacemos para no ser cómplices de semejante barbaridad.

El Azor Tundra ha recibido un premio del Ayuntamiento de Zaragoza por un trabajo realizado sobre el Galacho de Juslibol. Espero no me recrimine por la exclusiva. Le felicitamos con admiración por su dedicación y sensibilidad hacia los valores sencillos y auténticos que representa el mundo natural, en un momento en el que precisamente tantas influencias llevan nuestras vidas hacia necesidades banales artificialmente creadas.

(La entrada de “especial cariño” para otro día).