Cada dos semanas aproximadamente las cocineras hacían albóndigas en el comedor escolar. En esa época de la vida en que la desmesura se imponía podíamos comernos unas quince o veinte cada uno. Después, y sólo algunas veces, la cocinera nos daba unas pocas más para que cenáramos esa noche. Comida de lujo para estudiantes viviendo en alquiler. El resto de la comida, dependiendo de la finura en las previsiones, del apetito de ese día, …, iría, por ley, a la basura. Nunca lo comprendí y aún hoy, diez años después, sigo teniéndolo presente.
Hace dos noches estaba con el último o penúltimo pensamiento del día antes de dormir cuando observé que lo único necesario para que una gran barbaridad sea asumida es que la secunde mucha gente. A mayor número de seguidores, mayor despropósito puede ser asumido. El número barniza de normalidad. Hoy, basta con mirar alrededor y leer sobre economía, bancos y sus rescates, guerras, o los destrozos de los borrachos de cada fin de semana. No se puede hacer nada, es así, es lo normal, es la tradición, pueden ser algunas de las expresiones asociadas.
También hay situaciones en las que mirar resulta tan doloroso, que directamente la decisión consiste en no hacerlo y vivir ajenos al dolor. No soy padre, pero me gustaría serlo. Cuando pienso en el sufrimiento de despedir a tu hijo cada noche sin haberle dado la comida que necesita para vivir, débil, tengo que dejar de pensar rápidamente en ello porque entro en una cadena de pensamientos llenos de desasosiego. Es similar a pensar en la propia muerte. Estos días se ha comentado una noticia que pronto ha quedado tapada por la capa de ruido y estiércol de las bolsas y sus malditas cotizaciones. Se puede encontrar en mil formatos y ángulos. Mil quinientos millones de obesos y más de mil millones de hambrientos. Mil quinientos millones de personas que comen hasta sentirse enfermos, y más de mil millones de enfermos por hambre. Mil quinientos millones de barrigas hinchadas por kilos de comida que no necesitaban que significan otras tantas millones de barrigas rugiendo por la falta de alimentos. Cada kilo de grasa son unas siete mil calorías, así que observen los kilos de cada barriga y calculen las calorías que llevamos sobre nuestras conciencias.
Las dos primeras semanas de curso me quedé a comer en la escuela porque era un maestro sintecho. La fantasía inmobiliaria aún hace efecto en algunos lugares y encontrar viviendas razonables no es sencillo. En esas comidas, diez años después, los niños siguen diciendo eltomateelpescadolaslentejaslaensaladalacebollalaverdura… no me gustan, y siguen yendo a la basura kilos y kilos de comida a diario. Multipliquen esto por los colegio de toda la comunidad, de todo el país o de todos los países ricos como el nuestro. Súmenle lo que ocurre en restaurantes, casas particulares, …, y concluimos que el problema no son sólo nuestros gordos, sino también los miles y miles de alimentos de puro lujo que cada día tiramos a la basura.
Ayer asistí a una boda. Quizá uno de los mejores símbolos del despilfarro y la sinrazón. Cuando las Texturas de Ternasco con Tartaleta Hojaldrada de su Santa Madre comenzaros a volver a la cocina casi intactas, pues los comensales hacía rato que habían comido lo necesario para tres o cuatro días, le pedí a un camarero que me pusiera un poco en una bolsa para llevar. No sé si es posible, me dijo. Señor, son para mi amigo, el perro Tastavín, mejor eso que tirarlas. A los cinco minutos aclaró que no, que no estaba permitido y que esos kilos de grandilocuentes texturas y arquitecturas de ternasco estaban ya en la basura.
Estoy convencido que la irracionalidad de nuestra vida está llegando a su límite, pero ¿CÓMO SOMOS CAPACES DE ASUMIR ESTAS SITUACIONES SIN HACER NADA? MILLONES DE PERSONAS VIVEN CON SUFRIMIENTO CONSTANTE CADA SEGUNDO DE SUS VIDAS.
En unos días les contaré sobre las escuelas que se mantienen con treinta euros al mes (lo comprobé, Joselu)