jueves, 29 de septiembre de 2011

DUDAS COMPARTIDAS.

¿Hacia dónde?

Hoy apenas puedo compartir con ustedes un fragmento de una entrevista que leí hace unos días en una sala de espera. Las dos o tres preguntas del texto rondan por mi cabeza con patológica frecuencia, por lo que observé con gran interés las ideas del personaje entrevistado. Al acabar intenté arrancar las páginas para llevarlas conmigo, pero los compañeros de espera leían con un ojo el Hola y con el otro vigilaban mis movimientos, así que desistí. Cómo si robar estuviera hoy mal visto!. Afortunadamente en casa pude dar con el texto:

La política me interesa como ciudadano, no como artista. Nunca he creído que los gobiernos sean capaces de resolver los problemas reales o de poner fin al sufrimiento del mundo. Digamos que eliges a un demócrata o a un republicano o que los ciudadanos de Libia han derrotado a Gadafi y logran llevar una vida más libre y democrática. Todo eso es maravilloso, estoy a favor, pero aún tienes que resolver las grandes preguntas: «¿Por qué estamos aquí?». En cuanto has derrotado al dictador de turno, tienes un poco de dinero, no te mueres de hambre y vives en una democracia, te das cuenta de una cosa: «Voy a morir. Y mi familia y mis hijos, también. ¿Cuál es el sentido de todo esto?». Esas son las verdaderas preguntas, que a mí me aterrorizan mucho más que los gobiernos.

Que tengan buen fin de semana.

domingo, 25 de septiembre de 2011

OTRO SOBRE EL APOCALIPSIS, QUE YA LLEGA.

Cada dos semanas aproximadamente las cocineras hacían albóndigas en el comedor escolar. En esa época de la vida en que la desmesura se imponía podíamos comernos unas quince o veinte cada uno. Después, y sólo algunas veces, la cocinera nos daba unas pocas más para que cenáramos esa noche. Comida de lujo para estudiantes viviendo en alquiler. El resto de la comida, dependiendo de la finura en las previsiones, del apetito de ese día, …, iría, por ley, a la basura. Nunca lo comprendí y aún hoy, diez años después, sigo teniéndolo presente.

Hace dos noches estaba con el último o penúltimo pensamiento del día antes de dormir cuando observé que lo único necesario para que una gran barbaridad sea asumida es que la secunde mucha gente. A mayor número de seguidores, mayor despropósito puede ser asumido. El número barniza de normalidad. Hoy, basta con mirar alrededor y leer sobre economía, bancos y sus rescates, guerras, o los destrozos de los borrachos de cada fin de semana. No se puede hacer nada, es así, es lo normal, es la tradición, pueden ser algunas de las expresiones asociadas.

También hay situaciones en las que mirar resulta tan doloroso, que directamente la decisión consiste en no hacerlo y vivir ajenos al dolor. No soy padre, pero me gustaría serlo. Cuando pienso en el sufrimiento de despedir a tu hijo cada noche sin haberle dado la comida que necesita para vivir, débil, tengo que dejar de pensar rápidamente en ello porque entro en una cadena de pensamientos llenos de desasosiego. Es similar a pensar en la propia muerte. Estos días se ha comentado una noticia que pronto ha quedado tapada por la capa de ruido y estiércol de las bolsas y sus malditas cotizaciones. Se puede encontrar en mil formatos y ángulos. Mil quinientos millones de obesos y más de mil millones de hambrientos. Mil quinientos millones de personas que comen hasta sentirse enfermos, y más de mil millones de enfermos por hambre. Mil quinientos millones de barrigas hinchadas por kilos de comida que no necesitaban que significan otras tantas millones de barrigas rugiendo por la falta de alimentos. Cada kilo de grasa son unas siete mil calorías, así que observen los kilos de cada barriga y calculen las calorías que llevamos sobre nuestras conciencias.

Las dos primeras semanas de curso me quedé a comer en la escuela porque era un maestro sintecho. La fantasía inmobiliaria aún hace efecto en algunos lugares y encontrar viviendas razonables no es sencillo. En esas comidas, diez años después, los niños siguen diciendo eltomateelpescadolaslentejaslaensaladalacebollalaverdura… no me gustan, y siguen yendo a la basura kilos y kilos de comida a diario. Multipliquen esto por los colegio de toda la comunidad, de todo el país o de todos los países ricos como el nuestro. Súmenle lo que ocurre en restaurantes, casas particulares, …, y concluimos que el problema no son sólo nuestros gordos, sino también los miles y miles de alimentos de puro lujo que cada día tiramos a la basura.

Ayer asistí a una boda. Quizá uno de los mejores símbolos del despilfarro y la sinrazón. Cuando las Texturas de Ternasco con Tartaleta Hojaldrada de su Santa Madre comenzaros a volver a la cocina casi intactas, pues los comensales hacía rato que habían comido lo necesario para tres o cuatro días, le pedí a un camarero que me pusiera un poco en una bolsa para llevar. No sé si es posible, me dijo. Señor, son para mi amigo, el perro Tastavín, mejor eso que tirarlas. A los cinco minutos aclaró que no, que no estaba permitido y que esos kilos de grandilocuentes texturas y arquitecturas de ternasco estaban ya en la basura.

Estoy convencido que la irracionalidad de nuestra vida está llegando a su límite, pero ¿CÓMO SOMOS CAPACES DE ASUMIR ESTAS SITUACIONES SIN HACER NADA? MILLONES DE PERSONAS VIVEN CON SUFRIMIENTO CONSTANTE CADA SEGUNDO DE SUS VIDAS.

En unos días les contaré sobre las escuelas que se mantienen con treinta euros al mes (lo comprobé, Joselu)

sábado, 24 de septiembre de 2011

UNA NIÑA FELIZ. CON PERDÓN.

Qué envidia me dais!, ya sé que resulta raro que diga esto pero echo mucho de menos la escuela. Disfrutad mucho del curso que seguro que os lo pasáis genial. De una alumna que no conseguirá olvidarse de este colegio (y que está medio llorando al escribir esto)

Estas tres líneas representan el primer comentario del curso en el blog escolar Ansotanius. Y son tres líneas muy especiales, puesto que han sido escritas por un alumno que este año ha pasado al instituto. En una escuela pequeña donde los niños pasan once años de sus vidas, despedir a un alumno inteligente, trabajador, bueno y sensible constituye un acontecimiento lleno de emociones. Los niños comienzan con tres años, con sus primeros pasos en el mundo aún recientes, y se van con catorce, dispuestos a recorrer los caminos que aparecen frente a ellos. Once años compartidos constituyen un buen pedazo de vida.

He leído el comentario y he pensado durante un tiempo qué ha podido llevar este alumno a tal sentimiento ¿Qué ha ocurrido en once años para que ahora se emocione al hablar de su escuela? He escrito varias veces sobre el director que me sedujo cuando en las primeras palabras del curso indicó que el criterio a seguir en cada decisión debía ser el que supusiera mayor beneficio para los alumnos. Lo demás, secundario. Llevar esta convicción a la práctica es, en muchos casos, revolucionario. En todo caso, creo que significa el mejor modo en que puedo entregarme a mi trabajo. La escuela la componen muchas piezas, desde las administrativas y políticas, hasta las más pequeñas y sencillas: las decisiones de clase de cada día. ¿Cuántas de estas piezas tienen en constante consideración el máximo beneficio para el alumno? (automáticamente me imagino escribiendo objetivos y criterios de noséqué que la administración exige y que nunca serán aplicados en la realidad; serán guardados en el cajón de los papeles oficiales) Por otra parte, resulta evidente que trabajar en busca del máximo beneficio del alumno no genera siempre un sentimiento de agradecimiento y añoranza en el mismo; con frecuencia, al contrario.

La parte política y administrativa dificulta muchas veces el trabajo real con los niños, el importante y prioritario, pero me alegra pensar que cada maestro, yo mismo, conserva aún la capacidad para hacer de esos once años, o de parte de los mismos, un período importante en la vida de las personas que comienzan a vivir frente a nosotros.

Hoy quería escribirles sobre algunas cuestiones filosóficas que me golpean la cabeza cada día, pero ya no hay espacio. Y probablemente es mejor escribir sobre una niña que recuerda con cariño su escuela. Leyendo a Gregori Luri me ha dado miedo escribir “feliz en su escuela”, aunque feliz, trabajo, formación, no son términos opuestos, ¿no? Por otra parte, ¿quién me explica la realidad para la que hay que prepararse?

martes, 20 de septiembre de 2011

DE VUELTA. UNAS PALABRAS ANTES DE DORMIR PARA ESPERAR OTRO DÍA.

Lugar desconcertante, como tantos otros.

Ya. Una parte de mi ausencia tiene que ver con no saber qué escribir. Estoy casi seguro de estar viviendo el proceso de atrofia de mi cerebro, lo que me deja cada semana un pensamiento un poco más endeble y aletargado. Sin ir más lejos, la semana pasado fui timado por un muchacho del movimiento Hare Krishna, aunque no les daré detalles para no ahondar en mi vergüenza.

El comienzo de curso no ha sido especialmente brillante. Para empezar, quedé profundamente desorientado cuando el trabajo de los niños durante el verano ha sido cero o justamente el contrario al que sugerí. Sólo en un caso fueron consideradas mis recomendaciones. Así, algunos alumnos trajeron ejercicios mecánicos, repetitivos, descontextualizados, sin valor alguno, que eran justamente los que pretendía evitar cuando en junio mantuve una reunión con cada niño y su familia para despedir el curso y entregué distintas opciones de trabajo veraniegas (diario, listado de lecturas para elegir, correspondencia, colecciones,…) Este hecho me genera grandes dudas, y es que no sé si transmití bien a las familias la información sobre el valor de las actividades o es que estas creen en otro tipo de trabajo. Por otra parte, aunque quizá el daño sea más emocional que real, es el verano que menos cartas me han escrito mis alumnos. Apenas dos siguieron la sugerencia. Ni siquiera con la motivación añadida de responder una postal recibida desde un lugar bien lejano.

Por otra parte, el proyecto escolar del huerto también ha hecho aguas. Por distintas razones el mantenimiento veraniego al que se comprometieron varias familias no fue como se esperaba y, como gran guinda del pastel, sufrimos algunas incursiones de los adolescentes borrachos que confunden el disfrutar de la vida con joder al prójimo ignorando su esfuerzo e ilusión. Tomateras arrancadas, tomates estampados en la pared, mangueras robadas o rotas, cebollas rotas por el suelo, fueron algunas de sus obras. Me niego a creer que esto es lo normal. Me niego a creer en una diversión alcoholizada que no respeta ni el más elemental derecho del vecino, del amigo, del familiar o de la escuela de su pueblo. No creo que la solución esté en candados o muros más grandes. Creo que todo se reduce a educación y respeto, aunque creo también que esa lucha está medio perdida. Cada verano me entristece comprobar cómo las escuelas de los pueblos son utilizadas como lugar de vandalismo, y a su alrededor es fácil encontrar pintadas, litros de bebida desparramada por el suelo o aún en sus vasos de plástico, ventanas rotas, cientos de cristales rotos adornando el conjunto. Ahora llegan las fiestas locales con sus vaquillas y sus verbenas y, supongo, la escuela volverá a sufrir a los que no entendieron demasiado cuando pasaron por ella.

Me despediré contándoles que hace cuatro días corrí por un sendero maravilloso durante un largo rato. Al acabar fui al río y me tiré sin apenas quitarme las zapatillas. El día era deslumbrante y me quedé flotando con la mirada en el cielo y pensando que era difícil alcanzar mayor plenitud. Parecía que todo bajo el cielo funcionaba con belleza y armonía. Incluso en ese instante pensé que debía contar tal sensación en el blog. La pena es que hay situaciones contrarias de la misma intensidad. Y la contradicción es terrible.

Que tengan buen martes.

martes, 6 de septiembre de 2011

OTRO FRAGMENTO DE VIDA PROVISIONAL.

Estar, estoy.

Comienza un curso que me parece estar ya acabando. Es un curso esencialmente extraño.

Creo que la última vez que intenté ser maestro fue hace cuatro o cinco años. Y no lo conseguí. Hoy esperaba a los niños y apenas entendía mi oficio.

Soy un maestro sintecho, así que malvivo de la caridad pedagógica. Hace unos días me negaban el alquiler de un piso y me lo ofrecían en venta por trescientos treinta mil euros, añadiendo al final "ya ves, barato". No llevaba la cartera, así que no lo pude pagar. Einstein decía lo de la infinita estupidez humana; creo que se refería realmente a la codicia y el egoísmo.

Siento la amarga desilusión de un novio que se enamoró profundamente de una mala mujer.

Que comiencen bien el curso. Cuando pueda, les cuento.