domingo, 22 de marzo de 2009

LAS FLORES AUSENTES.

Esencia absoluta de belleza.

Dicen que es primavera. Yo no lo sé, puesto que en la agradable vida de la ciudad de tamaño medio (eso dicen) no se pueden sentir los ritmos de la naturaleza. Siempre es de día gracias al milagro de las prolíficas farolas, y siempre se siente una temperatura similar. Se apagan las calefacciones y rápidamente se encienden los aires acondicionados. Las flores no abundan, y los pobres árboles presos de un entorno tan triste hacen lo que pueden (lástima de árboles plantados apresuradamente para la Expo que ahora agonizan sin cuidado alguno). Los nuevos parques cuentan con las llamadas farolas de efecto bosque. Unos churros metálicos torcidos que recrean en la mente del arquitecto algo similar a lo que corre por mi cabeza cuando pienso en los hayedos de Zuriza y Linza, produciéndole, supongo, un placer semejante.

Cuando hablo con amigos o personas que han sido ajenos a mi vida en los últimos años o meses, y surge el tema de vivir fuera de la ciudad, de mis planes (o ilusiones, no sé) de vivir en un pequeño y bello pueblo de vida tranquila y natural junto a mi familia, todos se ríen y me miran con aires entre incrédulos y compadecientes (de los que me rodean, imagino). Pero qué dices, eso es una tontería y es imposible. No saben que los imposibles son una de las principales motivaciones para moverse cada día.

Y como en la ciudad andamos muy escasos de materia vegetal, nos despediremos hoy con unas flores, aunque sean del mal (dudaba entre varios, así que elegí el del querido protagonista). Vidas tortuosas y agitadas, como tienen que ser:

LOS BÚHOS.

En los tejos que les cobijan
están los búhos alineados,
dioses ajenos que disparan
su roja mirada. Meditan.

Sin moverse se quedarán
hasta esa hora melancólica
en que, empujando al sol oblicuo,
al fin se instalen las tinieblas.

Al sabio enseña su actitud
que en este mundo hay que temer
el movimiento y el tumulto;

el que se embriaga de una sombra
que pasa, siempre es castigado
pues deseó cambiar de sitio.

C. Baudelaire.

Para el próximo escrito, mi pequeña primavera, representada por el milagro de la germinación de los nogales, los membrillos y los robles.