Hace unos instantes estaba en el suelo con el perro Tastavín. Estábamos a oscuras comentando las peripecias de los últimos días, que no son pocas, y, sobre todo, tratando acerca de lo que está por venir. Él, como digo, es un perro, por lo que aporta un punto de vista extraordinariamente sencillo de la vida. Yo no sé en qué momento de la evolución los humanos dejamos de desear la misma vida sencilla que un perro, pero la realidad indica que así ocurrió y con ello hay que apañarse.
Hoy deseo escribir sobre el esfuerzo.
Hasta el curso pasado nunca había planteado contenidos con una importante exigencia agonística. Pensaba que los beneficios eran pocos y grande el rechazo generado en los alumnos en el presente y para el futuro. Este trimestre he realizado la primera aproximación a la carrera de larga duración y estoy muy sorprendido.
El objetivo de trabajo consistía en conseguir completar cada día el tiempo de carrera previsto ajustando las condiciones personales hasta encontrar el ritmo correcto. Dosificar, en resumen. Así, el reto final consistía en ser capaz de correr veinticinco minutos de forma ininterrumpida.
Uno de los aspectos más bonitos de este trabajo radica en la cantidad enorme de elementos relacionados que se pueden abordar en clase, como alimentación, implicaciones del ejercicio en la salud, indicadores del esfuerzo, y la curiosa palabra: esfuerzo. En distintas ocasiones los alumnos han preguntado sobre qué sentido tiene correr, qué sentido dar a mantener la fatiga cuando tu cuerpo te pide parar y descansar, lo que ha dado lugar a un interesante intercambio de ideas cercano a lo filosófico. Las respuestas se han referido a la superación personal, al afán de mejora, al conocimiento de uno mismo, a sentirse vivo, o a la serenidad y alegría que se alcanza cuando hacemos cualquier tipo de esfuerzo y finalmente miramos atrás observando lo conseguido.
En buena medida, cuando hace unos días los niños corrían para completar el tiempo, sencillamente estaban haciendo eso: buscar el esfuerzo para demostrarse a sí mismos que eran capaces de superarlo. Para cerrar la unidad he propuesto a los alumnos quedar un día a la salida de las clases e intentar realizar corriendo el itinerario que ellos decidan y que represente un reto importante. Han aceptado con interés y creo que mañana todos ellos acudirán a la cita.
Tengo el nítido recuerdo de una mañana, hace seis años, cuando intentaba expresar a mis alumnos al principio de la clase la sensación tan maravillosa de plenitud que había experimentado el día anterior cuando, en un radiante día primaveral, atravesaba sobre la bici el entorno del Monasterio de San Juan de la Peña. Hace unos días les hablé de una sensación parecida recién disfrutada. Creo que los alumnos, especialmente los más mayores, tienen la capacidad de vivir algunas emociones de forma similar, y ahí aparece un filón inagotable de trabajo que conecta con elementos trascendentes: esfuerzo, comunicación, sensibilidad, seriedad, reflexión, …tenemos la suerte de vivir una vida maravillosa, llena de estímulos que nos dejan con la boca abierta, con el corazón y los sentidos galopando. Hay que acercar a los niños hasta ellos.