martes, 15 de mayo de 2012

OTRA ETERNA PROMESA DEL REGRESO.

Ellas, mientras escribimos y leemos, seguirán buscando entre la arena

Seguimos con vida. Es asombroso.

El maestro de primavera tiene connotaciones muy especiales. Cada tarde, al acabar las clases y el trabajo posterior, hay grupos de niños esperando. Esperando para, esencialmente, compartir un poco de tiempo. Así, pueden darse las nueve de la noche levantando piedras para buscar luciones y reptiles variados, pueden acompañarte al río, o un tramo de carrera o de bici. A mí me encanta esta parte de la relación con los niños. Por eso tengo este oficio, porque me gusta compartir el tiempo, o la vida, con ellos. Además, algunos de estos niños expresan en este tiempo extraescolar dudas y sentimientos que no comentan en clase y que me permiten el privilegio de ser testigo y poder colaborar en momentos importantes de sus vidas. Después de comprobar que el maestro que intenté ser hace siete años tenía diversas virtudes que el intento de maestro actual ya no tiene, me alegra observar que las rasgos esenciales del maestro primaveral sí se mantienen.

Miro por la ventana y veo un paisaje que el año que viene seguirá estando pero ya no será contemplado. La vida sigue sucediendo aunque no la miremos. En el estado indio de Orissa, en el centro médico de Panchabati, habrá quizá ahora un par de familias con sus hijos enfermos de malaria y en los poblados los habitantes seguirán mirando el horizonte esperando simplemente la llegada de otro día; en Peñarroya los niños estarán tomando una casqueta de calabaza mojada en la leche, pensando quizá en las clases que tienen en media hora. Incluso mis alumnos estarán ya desperezándose para comenzar el día. Ustedes estarán ahora ocupados en labores diversas. Casi todo sucede al margen de nuestra mirada, lo cual es insólito y sorprendente. El próximo curso ya no estaré en este pequeño pueblo, sino que trabajaré en un centro urbano. Son las cosas del amor, que a veces duelen. De ese modo obtendré una completa visión de la escuela aragonesa, pues habré trabajado en escuelas de todos los tamaños posibles, en las tres provincias e incluso en educación especial. Es la contrapartida a no poder conseguir nunca resultados a medio y largo plazo. Al eterno comienzo. Maestro migratorio, como las queridas grullas. La eterna promesa del regreso.

Hace unos días, tras una actividad de clase relacionada, regalé a los niños una hoja con las normas que regían la vida familiar de Harpo Marx. La puse aquí hace algún tiempo. Eran normas llenas de ingenio, humor, respeto y amor. Las entregué porque intento en la medida de lo posible favorecer los lazos entre la escuela y las familias, plantear actividades sencillas que las conecten. Un niño al día siguiente comentó que las empezó a leer a sus padres, pero le dijeron que se callara y que no molestara. Es una simple anécdota, pero también una enorme pena.

La visita que el año pasado realizamos a la escuela Jean Piaget de Zaragoza, y que fue un acontecimiento memorable en nuestras vidas, tendrá su continuación en la visita que en unas semanas harán ellos a nuestro pueblo. El asunto presenta un importante grado de complejidad e incertidumbre, pero será otra de las actividades que todos recordaremos cuando con sesenta o setenta años dirijamos la vista al pasado. Y de esto vivimos.

Ahora, a clase.