jueves, 9 de enero de 2014

LA GARZA DEL NORTE.


La garza estaba en el puerto a la espera. De hecho es una gran especialista en esperar, una profesional de la paciencia. Seguramente la reiterada generosidad de algún pescador había conseguido vencer finalmente el carácter muy cauteloso de esta belleza alada. Hacía frío, anochecía, pero la garza esperaba paciente y solitaria.

La mejor forma, al menos una muy buena, para valorar nuestra fortuna consiste en sufrir su ausencia. Seguramente por esta razón la soledad es una gran experiencia para valorar con justicia la compañía de las personas, la suerte del afecto, de las relaciones cercanas y generosas. La soledad también ayuda a que las ideas surjan con una intensidad especial, a escucharlas más detenidamente, a poder pensar mejor los propios pensamientos.

Este tipo de cosas me rondaban por la cabeza mientras observaba a la garza. Ahora estará durmiendo en el puerto, seguirá haciendo frío y probablemente lloviendo, ella seguirá esperando ajena a nuestra ausencia y a la mayor parte de los asuntos importantemente humanos. Todo sigue sucediendo al margen de nuestra presencia; en ocasiones llegamos a creer que el mundo deja de suceder cuando ya no estamos presentes. La garza ni siquiera sabrá de Montoro o Gallardón, con las patas a remojo simplemente esperará paciente un nuevo amanecer para comenzar con su jornada. Quizá alguien  la fotografíe entonces y escriba al día siguiente sobre su morfología, o sobre la política europea.

Un gran abrazo para mis compañeros de ese día que para mí no fue de soledad, sino de la mejor compañía.