Ya llegan los problemas.
Han estado agazapados, esperando hasta ser suficientemente grandes como para asaltarme y hacerme temblar de miedo, y de dudas...
El problema se llama concurso de traslados. Siempre he pensado que una vez que apruebas deberías pasar una segunda oposición que confirmase tus dotes para rellenar papeles de este tipo. Siempre intento dejarlo para última hora, con el ánimo irracional de que el tiempo hará que, por alguna extraña razón, no deba rellenarlos. De hecho, estoy escribiendo ahora, antes de mi hora habitual, en ese intento de posponer el solemne acto.
Pero el problema auténtico se encuentra en que tengo, por una parte, una maravillosa novia terriblemente arraigada en la maldita Zaragoza y, por otra parte, una gran ilusión en poder seguir, y acabar, mis días en un lugar como el que me encuentro: Ansó, donde tengo casi todo lo que necesito para ser feliz.
En lo referente al trabajo, que es lo propio del blog, y aunque tengo corta experiencia, creo que tiene poco que ver con el de la ciudad. Aquí los niños son 30 ó 500 veces más felices que los de la ciudad, más sanos, más alegres. El trato con ellos es de momento magnífico, familiar. Los compañeros de trabajo, en muchos casos, comparten ilusiones, inquietudes.
El año pasado me cansé de ver niños y adolescentes que caminaban (es un decir, porque iban siempre en autobús, o coche) tristes a la escuela, entre ruidos, tráfico, y que, al acabar, se dirigían a sus casas de igual modo, sin relación con los compañeros, sin posibilidad del juego propio de su edad. Aquí casi todo es diferente.
Cuando vuelvan a leer esto, a saber dónde estará mi futuro. Y mi felicidad...