miércoles, 19 de octubre de 2011

DESCOSIFICANDO.

Niño ajeno a los criterios de evaluación, de calificación, de promoción, ajeno a la contribución de las distintas áreas en el desarrollo de las competencias básicas y ajeno a la burocracia general. Por eso sonríe.

Los miércoles son los días, desde que trabajo como maestro, en los que suelo tener ganas de dejar de ser maestro. Primero fueron las clases donde las queridas monjas me ponían frente a treinta zagales de tercero de ESO llenos de hormonas y jaleo mental para dar lengua castellana (ahora me pregunto qué demonios haría mientras su profesora de dicha materia). Y en los últimos años son los días en los que se suelen celebrar los claustros y reuniones generales y, por tanto, el momento en el que vivo la agonía del trabajo burocrático, estéril, absurdo, que nos caracteriza como gremio. La administración acribilla a los maestros con tareas de redacción de elementos teóricos y curriculares que no se aplican en la realidad jamás y que, por otra parte, resultan muy difíciles de realizar con rigor desde nuestra situación (sin formación específica, sin tiempo para la revisión bibliogáfica, la reflexión necesaria, …). Alguien comentaba hoy el modelo francés donde, en esencia, la administración aporta a los maestros los elementos curriculares básicos para el desempeño diario: criterios de evaluación, contenidos mínimos para la promoción de curso, etc. Aquí los maestros reciben los encargos más variados, con la sensación nítida de que los documentos elaborados simplemente servirán para presentar a un inspector y que este, a su vez, lo presente a su jefe. Así sucesivamente hasta el infinito.

A mí me gusta pensar que mi formación me permite tomar decisiones, que no necesito justificar por escrito con mil criterios de evaluación, promoción, calificación y clasificación cada acción de realizo en la escuela. Quizá sea una licencia para la que no estoy capacitado ni tengo el permiso, pero realmente me da igual. Será la parte negra de mi currículum profesional. Prefiero apartarme del camino que marca la burocracia absurda y dedicar mi esfuerzo e ilusión a pasear por el monte con los niños, a plantar nogales, arces o robles para verlos germinar el próximo año, o a leer con ellos en voz alta un buen libro lleno de emociones y complicidades. La realidad es maravillosa y compleja y escapa con facilidad pasmosa de la ridícula burocracia. En educación parece que no se sabe hacia dónde nos dirigimos, pero, como precaución o justificación, vamos rellenando por el camino todos los papeles posibles.

Recuerdo de mis años universitarios, allá a lo lejos, cuando amigos de otros estudios se reían de nuestros trabajos, siempre enredados en redactar objetivos, contenidos, criterios de esto y lo otro, metodologías, ..., entre los que costaba trabajo encontrar finalmente el contenido real. Ningún gremio se enreda tanto en los preliminares como nosotros.

Ayer leí al soberbio S. J. Gould sobre el concepto de cosificación, a propósito de Binet y de su escala en torno a la medición de la inteligencia. La cosificación se refiere al error consistente en atribuir existencia a algo que realmente no la tiene (con las actuaciones erróneas que de ello se derivan). Hoy pensaba que los maestros somos capaces de lo contrario: de descosificar, o de otro modo: marear de tal modo la realidad, fragmentarla en tantos pedazos y tantas veces, que finalmente conseguimos que deje de ser eso mismo, realidad.

Por otra parte, para concluir, hoy la ciencia médica ha dado un gran paso en la obtención de una vacuna eficaz contra la malaria. Es una noticia trascendental en la vida de muchas personas, casi todas habitantes de los países desgraciados. Desafortunadamente, ha tenido que luchar con las últimas noticias del fútbol y apenas ha sido difundida. Este podría ser otro buen motivo de indignación social. O quizá es que los miserables están demasiado lejos.