miércoles, 16 de febrero de 2011

GOLPES Y OTROS DOLORES.

Casi todo lo bueno e importante estaba inventado hace tiempo. Sentarse, mirar, hablar, callar. Poco más.

Desconozco si esta noticia ha trascendido en los hogares españoles que disfrutan del servicio de una televisión. Dice que la Junta de Castilla y León ha incluido en su catálogo sobre la fauna autonómica a la marsopa y al cachalote, dos cetáceos marinos. Estos catálogos de fauna establecen los distintos niveles de protección de cada especie y son la base para posteriores actuaciones, como declaraciones de impacto ambiental, programas de ayuda a especies concretas, etc. Imaginando el rigor con el que se ha hecho un documento tan importante, da miedo pensar en el resto de la gestión ambiental. La inmunidad de las conductas administrativas negligentes invita a pensar un buen rato. Greguri Luri cuestionaba hace unas cuantas páginas la inexistente evaluación y control del profesorado, y las calamidades de allí derivadas.

Hace dos días mi voz se empezó a quebrar cuando realizaba una actividad laboral cotidiana con cierta carga emotiva. Me sorprendí al percibir cómo aumentaban por sorpresa la respiración, las pulsaciones, y todos esos parámetros fisiológicos que los que entienden engloban en la llamada “respuesta simpática” (del sistema nervioso simpático, se entiende) Como estaba ligeramente prevenido, pude percibir pausadamente esas sensaciones desbocadas, y posteriormente analizarlas con calma. Quizá, concluí finalmente, sea una suerte poder vivir con intensidad inusitada momentos cotidianos. Considerémoslo así, la fortuna de que muchos momentos vividos hayan sido intensamente vividos.

Hoy me contaba una persona muy querida sobre la última situación terrible que había vivido en su trabajo y que le ponía de nuevo frente a una persona grave y desesperadamente enferma. Estas situaciones siempre obligan a pensar un tiempo hasta que la mente, gracias a la suerte de la buena salud, se despista con cualquier pequeñez. Tengo la sincera y nítida sensación de que vivir sólo consiste en prepararte para morir; para, llegado el caso, volver la vista y, teniendo las vidas tan cómodas y afortunadas que tenemos, poder decir “bien, he aprovechado todo lo que he sido capaz este asunto milagroso del vivir”. Y así, morir tranquilamente. En ese momento, ¿de qué nos acordaremos? ¿nos arrepentiremos de haber sacado medio cuerpo por la ventana sobre el infinito vacío en busca de dos o tres ilusiones? E incluso: ¿de haber saltado a ese mismo vacío para defender una causa digna? Seguro que no. Bienvenidos los golpes.