Juan Garcés es el último habitante de Querencia, un pueblo de la provincia de Guadalajara cercano a Sigüenza. Juan es pastor y lleva treinta años allí, estando solo durante los últimos veinte, con la única compañía de sus dos perros pastores y del rebaño de trescientas ovejas castellanas. Su vida transcurre entre el pasto de los montes y la casa que tres colosales álamos sujetan.
El sábado pudimos pasar un rato de la tarde en su compañía: le ayudamos a descargar unos fardos de paja y nos contó algunas cosas de su vida. Explicaba que quizá una mujer sea lo que más en falta echa, y que tantos años sin nadie se hacen duros. Nos dijo que algunos familiares lo consideraban un pobre hombre ("ha nacido pronto y tonto"), pero ya no le importaba demasiado. También nos enseñó orgulloso un libro sobre folclore y tradiciones en el que aparecía su historia y su foto, fruto de una visita de la escritora hace unos años. Al despedirnos, rechazó la invitación para cenar y nos obsequió con un saco lleno de nueces.
Cuando él ya no esté, Querencia se añadirá a la lista de los pueblos abandonados y la casa de Juan resistirá unos años en pie hasta seguir el camino de todas las circundantes, las cuales apenas sostienen algunas paredes que hace no demasiado tiempo dieron cobijo a cientos de vidas y miles de historias.
Ya en Alboreca, Emilio siguió contando encantado sus impresiones sobre José, el último habitante de la aldea de La Mula, y protagonista del libro de Severino Pallaruelo (José, un hombre del Pirineo). Los Josés de cada pueblo van cumpliendo las últimas etapas de sus vidas, si aún están aquí; su marcha será una enorme tragedia, y su legado lo despreciamos.
Al volver a Zaragoza, acudimos a la obra “La lluvia amarilla”, que recrea la famosa obra literaria de Julio Llamazares sobre Ainielle. El monólogo de Andrés, protagonista único, fue espectacular, y en muchos momentos su actuación alcanzó un nivel de sensibilidad, intensidad, y emotividad que mantuvo en vilo la atención de los espectadores.
Así, resulta muy difícil dejar de pensar en la vida rural, en sus, a veces, últimos habitantes, en la despoblación, en el panorama rural dentro de quince años, o en los distintos tipos de vida que implican unos u otros lugares.
El lunes, obviando la claustrofobia y otros males que me gobiernan, deambulé por el centro urbano buscando información sobre material fotográfico. Fue muy confuso vivir unas situaciones tan radicalmente distintas en un tiempo tan breve. Conforme paraba en semáforos, esquivaba oleadas humanas, observaba edificios gigantes, …, no dejaba de establecer comparaciones con las situaciones del día anterior, con sus casas derrotadas, con la sencillez del tiempo, con la dureza de la vida, con la soledad absoluta. Hay en todo ésto algunas reflexiones obligadas.
Y también la vuelta a la escuela, a recuperar el ritmo frenético, la sensación de total descontrol. Hoy contaba a un compañero que jamás había sentido tal sensación de incompetencia, de no saber hacer apenas nada, y de hacer mal u olvidar hacer lo poco que, supuestamente, sí sé hacer. Por otra parte, el ejemplo y la enseñanza ofrecida por unos compañeros entregados por completo a la escuela, con una vocación e implicación absolutas, me exigen cada día seguir trabajando con ánimo y mayor dedicación.