Piedras realizando el esfuerzo de mantener la posición. Algunas ya sucumbieron.
Si alguien necesita una algún tipo de sacudida en la conciencia, quizá pueda sentirla leyendo a Rodolfo Llinás, neurobiólogo y uno de los más reputados científicos internacionales en la actualidad. Pueden abrir boca con esta entrevista o con estas otras.
Tras leer asuntos sobre la conciencia, el alma, el cerebro, y el resto de sus explicaciones nítidas y precisas, cuesta trabajo volver al mundo real (¿real?) y encarar nuevamente el esfuerzo por dar sentido a las cosas. Al menos sin sentir la extraña sensación de ser un extraño dentro del propio cuerpo. Supongo que los surrealistas Cronopios y Famas de Cortázar colaboran en la ensoñación.
Hace tres días comencé una sesión comentando a la auxiliar que acompañaba al grupo mi sorpresa absoluta por el torbellino de emociones, situaciones extrañas y variadas, nudos en el estómago, y palabras entrecortadas que suponía trabajar en ese centro. Ella sonrió y respondió que cada día hacía más indescifrables mis mensajes. También hace unos días una compañera me dijo que nadie está preparado para trabajar en educación especial, que lo único útil consiste en una actitud de aprendizaje constante y convencimiento para implicarse hasta las entrañas y trabajar más de lo habitual. Y quizá se entiendan mejor estas dos anécdotas al considerar que durante los últimos cinco días de trabajo han ocurrido cosas como que un niño como un ratón, de cinco años, me pidió a mitad de sesión, absolutamente serio, si le podía dar cerveza; otro niño sufrió una crisis epiléptica en mitad del recreo; una de las clases consistió en estar continuamente levantando niños del suelo, pues tenía más ganas de dormir que de moverse; en varias ocasiones mantuve charlas con compañeros en las que por los temas peliagudos tratados estuvimos conteniendo las lágrimas durante un tiempo; rellené un informe que servirá a un médico para decidir si debe dar medicación a un niño con posible hiperactividad; con varios niños sin comunicación oral mantuve una conexión especial es la piscina, donde la comunicación se resolvió con la mirada, las sonrisas, y las caricias; recibí golpes variados, cientos de besos, muchos abrazos y decenas de bromas; tuve miles de reuniones para tratar distintos casos individuales y plantear mis objetivos con los alumnos de dos clases. Y algunas otras cosas para finalmente llegar al viernes, acudir a la cama a las nueve y considerar seriamente si tendré fuerza para llegar a final de curso.
Todo esto tras considerar que nuestra conciencia, nuestra alma, el yo, nosotros, no es sino un estado funcional concreto de un conjunto de neuronas cerebrales que actúa acompasadamente. Unas neuronas que simplemente se encargan de dirigir un organismo al parecer creado a voluntad de los genes (egoístas) con el único objetivo de su autorreplicación y supervivencia. Creo que ya puse ahí arriba lo de “si alguien entiende algo…”.
Haití, información y colaboración: Cruz Roja; Intermón Oxfam, Médicos sin Fronteras.
Tras leer asuntos sobre la conciencia, el alma, el cerebro, y el resto de sus explicaciones nítidas y precisas, cuesta trabajo volver al mundo real (¿real?) y encarar nuevamente el esfuerzo por dar sentido a las cosas. Al menos sin sentir la extraña sensación de ser un extraño dentro del propio cuerpo. Supongo que los surrealistas Cronopios y Famas de Cortázar colaboran en la ensoñación.
Hace tres días comencé una sesión comentando a la auxiliar que acompañaba al grupo mi sorpresa absoluta por el torbellino de emociones, situaciones extrañas y variadas, nudos en el estómago, y palabras entrecortadas que suponía trabajar en ese centro. Ella sonrió y respondió que cada día hacía más indescifrables mis mensajes. También hace unos días una compañera me dijo que nadie está preparado para trabajar en educación especial, que lo único útil consiste en una actitud de aprendizaje constante y convencimiento para implicarse hasta las entrañas y trabajar más de lo habitual. Y quizá se entiendan mejor estas dos anécdotas al considerar que durante los últimos cinco días de trabajo han ocurrido cosas como que un niño como un ratón, de cinco años, me pidió a mitad de sesión, absolutamente serio, si le podía dar cerveza; otro niño sufrió una crisis epiléptica en mitad del recreo; una de las clases consistió en estar continuamente levantando niños del suelo, pues tenía más ganas de dormir que de moverse; en varias ocasiones mantuve charlas con compañeros en las que por los temas peliagudos tratados estuvimos conteniendo las lágrimas durante un tiempo; rellené un informe que servirá a un médico para decidir si debe dar medicación a un niño con posible hiperactividad; con varios niños sin comunicación oral mantuve una conexión especial es la piscina, donde la comunicación se resolvió con la mirada, las sonrisas, y las caricias; recibí golpes variados, cientos de besos, muchos abrazos y decenas de bromas; tuve miles de reuniones para tratar distintos casos individuales y plantear mis objetivos con los alumnos de dos clases. Y algunas otras cosas para finalmente llegar al viernes, acudir a la cama a las nueve y considerar seriamente si tendré fuerza para llegar a final de curso.
Todo esto tras considerar que nuestra conciencia, nuestra alma, el yo, nosotros, no es sino un estado funcional concreto de un conjunto de neuronas cerebrales que actúa acompasadamente. Unas neuronas que simplemente se encargan de dirigir un organismo al parecer creado a voluntad de los genes (egoístas) con el único objetivo de su autorreplicación y supervivencia. Creo que ya puse ahí arriba lo de “si alguien entiende algo…”.
Haití, información y colaboración: Cruz Roja; Intermón Oxfam, Médicos sin Fronteras.