jueves, 18 de junio de 2009

NOCTAMBULISMOS.

Es Tastavín, el perro que apareció en la carretera para salvar a sus hermanos y decidió quedarse.

La semana pasada quedé con dos niños de la escuela para hacer una excursión a los Galachos de Juslibol. Pasamos la tarde juntos, y la excursión permitió pasear con el pequeño Tastavín, tirar piedras para hacer “la rana” en los lagos, jugar con palos, merendar bajo la sombra de un álamo, y todas esos asuntos tan serios que un niño debería poder hacer cada día. Durante las tardes de las dos últimas semanas he preparado las reuniones de evaluación de cada aula. Al reflexionar, pienso en los niños, pero especialmente en mi trabajo, en mi intervención, y llego a la conclusión de que no sé hacer casi nada, que lo conseguido tiene siempre más relación con la maduración del niño, con el hecho de conocernos mejor (aquí el mérito es simplemente para el tiempo y su implacable avance), o con otros factores. Me doy cuenta que lo que hago bien es estar con los niños, pasear y jugar con ellos, acompañarles al Galacho de Juslibol y hacer que vuelvan contentos a sus casas, contarles historias, …, compartir fragmentos de la vida, en definitiva. Y no sé si esto es importante o no, si forma parte de mi trabajo, pero definitivamente es lo que mejor sé hacer. Para realizarlo a diario necesito un pueblo.

Haber adquirido algunos recursos me está permitiendo acabar el curso en buena forma, y necesitar menos las vacaciones de verano que lo que necesité las de navidad o semana santa. De forma sobresaliente y excepcional, conocer mejor a los maestros y resto de profesionales con los que comparto escuela está significando un hecho de riqueza infinita. Mi experiencia previa se resume en tres años, lo cual puede resultar exiguo, pero creo poder afirmar que difícilmente volveré a estar en otro centro donde todos y cada uno de los maestros sean ejemplos de dedicación y amor por su trabajo como aquí ocurre. Y (activar negrita, mayúsculas y lucecitas de colores) donde, cuando hay que tomar una decisión, lo natural resulta considerar a toda costa las opciones de mayor beneficio para los niños. El esfuerzo necesario para conseguirlo, lo oficial, lo burocrático, etc., irán después.

Siento por primera vez el placer de reuniones de evaluación de varias horas en las que se analizan desde mil ángulos cada uno de los detalles que rodean a cada niño, de tutores que escuchan con interés sobre unos tipos de educación física que trabajan en algo llamado praxiología motriz, e incluso indican que sería muy positivo poder escuchar a alguno de ellos en la escuela. El placer de un trabajo difícil donde cada segundo está invertido en aportar beneficios a los alumnos. Lamentablemente, está ciento sesenta kilómetros al sur del lugar donde debería estar.

Hoy los niños me han hecho sentir feliz nada más entrar a la escuela, me han dado esas muestras de cariño que hacen de este trabajo una experiencia conectada de manera tan especial con la vida y con las emociones. Por la noche me han llamado dos niñas de Peñarroya para felicitarme y decirme que se acordaban de mí. Espero verlas pronto.

Hace poco leí sobre un pueblo aborigen que se sorprendía absolutamente al conocer la costumbre civilizada de celebrar los cumpleaños, cuyo único mérito recae en el paso del tiempo (dos veces ya nombrado el paso del tiempo…). Al contrario, cuando uno de sus miembros sentía que era mejor en algún sentido, que había perfeccionado alguna capacidad de su persona (más sensible con los demás, mejor cazador, mejor recolector, más útil para el grupo en algún aspecto, etc.), lo comunicaba al grupo y celebraban una gran fiesta. Y con esta idea me despido, pues me parece maravillosa.

Sigo con la desconcertante aula seis.

sábado, 13 de junio de 2009

DE CUANDO UNO SALE DEL TRABAJO SINTIÉNDOSE AFORTUNADO POR LO COMPARTIDO.

Con los últimos suspiros de energía del día, puedo teclear que ha sido una semana memorable en la escuela. Aquellos que sean maestros sabrán el valor de esta afirmación cuando ésta era la semana de reuniones de evaluación, entre otras tareas. Cuando me jubile, si tengo la suerte de ello (cada día vivido como si fuera el último...), recordaré este tiempo como aquel en que tuve la fortuna de compartir trabajo con muchos de los mejores y más involucrados maestros con los que se cruzó mi camino.

Maestros hasta los huesos que lloran la ausencia de un alumno el curso próximo. La suerte de un trabajo en el que todo el mundo hace horas extras a cambio de nada (material, se entiende) por auténtico amor a la profesión, a los niños.

Cuando duerma un poco me explico mejor.

jueves, 11 de junio de 2009

DOS FOTOS MAJAS Y SIGO CON LA TAREA.

Junio es el mes de las ojeras, incluso una vez convertido en marciano (y en ansotano). Por eso, las ausencias escritoras son inevitables (ojalá que sólo fueran escritoras, pues hace semanas que varios libros cogen polvo en la mesilla). Me disculparé con estas dos fotos, que es de lo más bonito y difícil que tengo por ahora: un joven mochuelo, y un gorrioncito molinero (o de canalera, como le llaman en algunos lugares).



sábado, 6 de junio de 2009

BOCCIA.


Hace ya casi siete días que no escribo. Seis cachorrillos dan bastante trabajo, y maravillosos momentos al atardecer, y el final de curso supone siempre una carga de trabajo mayor.

En un artículo anterior quedó propuesto hacer una mejor descripción del deporte de boccia, tarea que ahora me propongo.

En primer lugar, como cada vez que hablo de educación especial, ha de considerarse mi corta experiencia de tan sólo un año, que implica un gran desconocimiento.

Ya he señalado alguna vez que uno de los hechos más impactantes durante los primeros días de curso fue la inactividad del recreo. Los niños apenas juegan, apenas se mueven, apenas comparten actividades, frente a un centro de educación ordinaria donde precisamente ese momento representa una manifestación de vida en plena ebullición. Por esta razón, y por otras como las limitaciones de movimiento de muchos alumnos, es magnífica la existencia de una actividad adaptada a sus posibilidades.

Sin entrar en detalles técnicos, la boccia es un juego muy similar a la petanca. Los jugadores van acompañados de un asistente que se encarga de traducir en movimiento sus decisiones Este asistente es mero ejecutor, nunca ve la situación de las bolas, pues está de espaldas a ellas, y sólo puede mirar a su jugador, sin posibilidad de enviarle mensaje alguno. Incluso el jugador es el único que se puede comunicar con el árbitro (mediante tableros de comunicación, pantallas digitales, etc.). Cada jugador cuenta con una canaleta en la que se introduce la bola. Por medio de movimientos de la mano, de los ojos, expresiones faciales, expresiones orales, …, va comunicando a su asistente la dirección y la inclinación que desea en la canaleta, de forma que la bola que el jugador sujeta (con la mano o con un artilugio colocado en la cabeza) quede cerca de la “bola-diana” una vez lanzada. Existen unos turnos, distintas mangas, distintas modalidades, que establecen las condiciones oficiales del deporte.


Como ya apunté, y además de las dos razones señaladas en líneas anteriores, lo que contemplo como auténticamente maravilloso, la clave del asunto, radica en la autonomía e independencia del jugador durante el juego. La primera enseñanza que recogí del ejemplar centro en el que trabajo fue que la comunicación y la autonomía eran dos pilares básicos de la educación en nuestra escuela (idea extensible a cualquier centro de educación especial, y probablemente de educación ordinaria). Y es así porque los niños continuamente encuentran barreras que exigen una mediación externa (la propia discapacidad, configuraciones del mobiliario urbano, prejuicios sociales, etc.). Esta falta de autonomía supone un gran problema en el desarrollo personal, en la formación de la imagen corporal, de la autoconciencia, de la autoestima, …; por eso, una actividad donde el participante tiene el control, puede establecer claras relaciones causa-efecto en base a su actuación, puede entrenarse y observar las consecuencias, o, finalmente, sabe que el aplauso recibido no tiene que ver con la buena voluntad del que aplaude, sino con su mérito real, y por eso sonríe y se emociona, es tan importante.

Unos alumnos de un centro educativo y su terapeuta acudieron a nuestra escuela para enseñarnos a jugar y ayudarnos a poner en marcha la idea. Ellos utilizan el deporte como tal, pero también como medio, mediante adaptaciones, para trabajar multitud de aspectos pedagógicos: secuenciación, clasificación, turnos, habilidades sociales, aspectos comunicativos, etc. Una vez más, y son muchas este año, una gran lección y unas personas estupendas que hemos conocido y que nos han mostrado parte de gran trabajo que realizan.