domingo, 9 de julio de 2006

La aventura ciclista transpirenaica ha concluido. Un par de lesiones de sendos miembros de la expedición han truncado las expectativas del grupo. Sólo Jaime merece un aplauso, por su preparación hasta el inicio, y por su comportamiento durante los 8 días que duramos.

En relación a la escuela, llevo nueve días de vacaciones y ya tengo ganas de que se acaben. Cuando todo ha ido tan bien durante el curso, está claro que difícilmente puede ir a mejor durante las vacaciones. Tres días en Zaragoza ya me han permitido volver a tener presente la mala gana que me entra viviendo aquí, entre ruidos, coches, obras, y con un aire irrespirable. Simplemente, no entiendo la cuidad. Desde la última vez que la vi, hace dos semanas, han crecido, cual setas, varios edificios monstruosos de más de diez plantas, se han levantado nuevas obras, y han plantado unas esculturas que me dan auténtica vergüenza ajena. Estas esculturas son letras gigantescas que rezan: "a", o el más profundo "Oh". "Estas esculturas invitan a pensar y a reflexionar sobre la dialéctica de la ciudad", supongo que afirmará con gran seriedad el artista o el concejal de turno (quizá sean la misma persona). Un graffiti, al menos, es más barato. Arte urbana.

Durante nuestro viaje, hubo un denominador común en todas las charlas que mantuvimos con gentes diversas: el crecimiento urbanístico desmesurado ha cambiado la identidad de cada lugar, cada pueblecito, y está destrozando buena parte de las riquezas tradicionales, naturales, de esos lugares. Qué pena.

Y casi todo, relaciones personales, afán de riqueza incontrolado, ciudades gigantes, me lleva a lo mismo. A la filosofía. Cuando uno está lesionado, está en el paro momentáneamente, vive en una ciudad, y su novia es adicta al trabajo, sólo le queda leer. Así que una visita a la librería General me permitió comprar El Mundo de Sofía, libro que tenía en mente desde que mi profesor de filosofía de COU nos lo recomendara. A través de la vida de Sofía, el autor se las ingenia, y este sí que con arte, para hacer un repaso de las principales teorías filosóficas en la historia.

Además, también compré tres tomos de iniciación a la filosofía para niños, de Edebé. Estos libros me los recomendó hace poco Alfredo Larraz, maestro de Jaca, y del que me gustaría haber podido aprender muchas más cosas en estos próximos años. A través de preguntas sobre temas clave como la muerte, la vida, el bien y el mal, la felicidad, va reconduciendo los procesos mentales del niño con nuevas preguntas que le obligan a encontrar otras perspectivas, otros enfoques, etc. Una iniciación al pensamiento, en resumen. Siento no poder utilizarlos en septiembre con mis alumnos ansotanos, porque sé bien el juego que hubieran dado, y sé que a unos cuantos les hubieran gustado mucho. En todo caso, creo que se los haré llegar y confiaré en que el nuevo maestro les dé buen uso.