Hace unos días, los niños con los que compartí la mayor parte de las horas del año pasado acudieron a nuestra clase para regalarme unas cartas de despedida. Obviando a mi madre, padre y pareja, es uno de los regalos más bonitos que he recibido. Cada uno leyó su carta en voz alta y las palabras emocionadas que me brindaron forman ya parte de la colección de momentos memorables que me permiten mantenerme con vida.
Tras las cartas, pasamos la hora en un círculo hablando sobre la escuela, sobre la suerte de ser maestro con niños a los que quieres tanto, sobre la suerte de una escuela a la que acudes contento, sobre la suerte de ser ricos, multimillonarios, en afecto y cariño.
2 comentarios:
Hoy Ainhoa ha vuelto rarilla de su último día de clase. Ha sido la primera vez.
Me ha dicho que Beatriz, su profa de este curso, cambia de colegio y no la volverán a ver. (Ay, no sé que suerte le depara a la pobre el curso que viene...con lo majeta que es).
Se emocionaba al decírmelo, incluso esta noche le salían lagrimillas y le he dado un montón de besicos para que se calmara.
Reconozco que me alegra más ver su sentimiento que el mal ratillo que está pasando...
Ay, a veces los profes dejáis esa marca...
Hola, Inma.
Conforme el Mundo se vuelve extraño, la prima de riesgo va no sé dónde, las injusticias se hacen más injustas, etc., siento más claramente la suerte que tenemos de conformarnos y ser muy felices con las emociones más sencillas, como las de Ainhoa hacia la maestra a la que ha querido tanto, las de sus padres al sentirlo, las de la maestra hacia su queridísimo grupo de niños.
Tenemos la suerte de encontrarnos con muchas personas que nos dejan su marca de ser buenas personas y hacernos mejores durante el tiempo que compartimos con ellas.
Un abrazo.
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