El experto en psicología humana, el perro filósofo Tastavín, durante sus meditaciones semanales.
Varias familias me han dicho
durante este curso que EF había dejado de ser la asignatura favorita de su
hijo. Este dato da lugar a variadas interpretaciones y reflexiones. En primer
lugar, si la idea es expresada con el ánimo de buscar las razones del
descontento, de la desmotivación, …, e intentar remediarlas, bienvenida. Pero
en algunos casos he sentido que el razonamiento se quedaba atascado en el mismo
punto donde la frase acababa. Como si existiera una obligación de que EF fuera
la asignatura predilecta de todos y en caso de no ser así había que observar la
certeza de que algo malo estaba pasando, o, peor aún, de que algo estaba haciendo mal el profesor.
Vuelvo a la idea ya expresada
al respecto de otras situaciones: dar clase cada semana a tantos niños multiplica
y acelera las situaciones que se suelen vivir en una escuela pequeña. En el
caso del que estoy hablando hay situaciones muy obvias: alumnos sin límites de
comportamiento que consideran la asignatura un recreo donde hacer el bruto, que
se sorprenden cuando no se les permite descontrolarse y que acaban mostrando a
sus padres su descontento con la asignatura y el maestro. En ocasiones los
padres consideran que esos límites planteados a su hijo van a crearle una
frustración que no es positiva con su maduración y crecimiento libre y sin
ataduras, etc, y acaban muy enfadados también con el maestro.
Esta semana he acabado antes
de la hora dos clases con diferentes grupos de cuarto. Los grupos de 25 alumnos
requieren de cada niño un nivel de orden y seriedad suficientes para que la
sesión se desarrolle con normalidad. En estos casos, este ambiente no se estaba
dando, reinaba el cachondeo, el despiste, y se sumaron conflictos personales
con insultos y amenazas. Así, di por finalizado el trabajo y nos fuimos a clase
a hablar. Paréntesis: me preocupa mucho la parte de responsabilidad que tengo
en el ambiente del grupo, pues el desarrollo de las clases depende en un
porcentaje enorme de cómo el maestro las plantea y cómo resuelve las anomalías que se van
sucediendo.
En el momento de analizar lo
sucedido, ya en el aula, habiendo perdido en ambos casos la mitad del tiempo de
EF, ocurre el segundo problema, que me parece aún más sorprendente y quizá más
grave: los alumnos mantienen un comportamiento alegre, de risas y bromas,
mostrando que son absolutamente ajenos a la gravedad de la situación. Para mí,
acabar una clase antes de hora es probablemente la medida más grave que puedo
tomar. Me parece que los comportamientos negativos, los insultos, las peleas, …,
se van asumiendo como normales y cuando les hablas de ese tipo de situaciones
te miran pensando algo parecido a “¿pero qué le pasa a este tipo, si no ha
pasado nada que no suela pasar otras veces, si todo es más o menos normal?”. Cuando
estos problemas, o similares, se repiten varias veces en pocos días, cuando
acabo frente a los niños enfadado, hablándoles del respeto, la responsabilidad
individual, …, y ellos me miran sorprendidos, una parte de mis conexiones neuronales
acaban enredadas con el pensamiento de si no seré yo el problema, si no seré
realmente quien ve como extrañas e inasumibles situaciones perfectamente
normales. Quizá haya llegado al punto de desconexión generacional en el que ya
siempre creeré que los jóvenes de hoy son maleducados, vagos, etc.
Me acuerdo en estos casos
también de los jóvenes adolescentes del colegio La Anunciata , que sacaban
en clase de Lengua y Literatura el periódico deportivo, leían un rato,
dormitaban unos minutos, y al despertar se dedicaban a hacer lo que les venía
en gana, ya fuera gritar o hacer comentarios graciosos. Habían llegado a un
punto en el que consideraban esa situación como tolerable, y ningún profesor
era capaz de revertirla.
Hace dos días respondí a un
correo de una madre que se interesaba por estos asuntos y le escribí, entre
otras cosas, que este curso estoy siendo maestro de EF en un 40% y maestro de
conflictos en el 60% restante. Es un hecho que me tiene muy preocupado, más
pensando qué parte de responsabilidad me corresponde. El experto en
comportamiento perruno y estrella mediática César Millán aplica siempre la
misma fórmula en sus casos caninos: ejercicio físico, disciplina, cariño (y en
ese orden). No sé hasta qué punto es una reducción tremendamente simplista
considerar que los problemas analizados en mi asignatura, y el comportamiento
de los niños a nivel general, tienen gran relación con esta fórmula. Quizá los
psicopedagogos me crucificarían ante semejante analogía.
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